Avisos Legales
Opinión

Un par de cosas, Gabriel

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 11.12.2021
Un par de cosas, Gabriel | Agencia Uno
Eres nuestra esperanza, Gabriel, y, más allá de todas tus contradicciones, de las transas, las permutas, las convicciones fosilizadas, en fin, sólo tú puedes mantener vivo el sueño de una nueva Constitución; sólo tú puedes equilibrar en algo la balanza social de un país desquiciado y delirante de desigualdad; sólo tú, Gabriel, eres luz de día en un futuro que puede ser infierno. Votaremos por ti y te haremos Presidente de la República. No sé, francamente, si estarás a la altura, pero sí estoy seguro de algo: el que seas elegido nos habrá salvado de la telaraña más espantosa y de los cuchillos más largos.

A una semana de la vuelta definitiva, me animo a decirte un par de cosas Gabriel; un par de cosas que no emergen del tecnicismo filosófico que por ahí acostumbro, sino que como un chileno más, un votante más, un ciudadano más que pondrá la raya al lado de tu nombre el próximo 19 de diciembre. Un par de cosas que en realidad podrían ser un millón de cosas pero que, y dada la trascendencia de lo que se juega, deben ajustarse, estrecharse, hacerse legibles y no confundirse con la marejada de urgencias que, en el presente, debes enfrentar.

No enumeraré. Y es que tu nombre, Gabriel, hoy, representa tanto, exige tanta responsabilidad (de la que estoy convencido eres consciente); tantas generaciones por-venir que sabrán de ti porque fuiste, junto a un pueblo que te apoyó, quien derrotó a un nacionalismo rampante de nuevo lustre y ultraneoliberalizado, segregacionista, misógino y racista que, en la actualidad, se disfraza de demócrata ahí donde la historia le enrostra que no fue otra cosa más que una costilla del pinochetismo-guzmanista más oscuro y zalamero.

Es necesario decirte un par de cosas, Gabriel, porque justamente entre las “palabras y las cosas” se revela lo que no se puede expresar y, en este sentido, una palabra o una cosa siempre será la expresión simbólica de tantas esperanzas silenciadas, marginadas y tachadas de la historia por un sistema que, haciendo gárgaras sacadas desde el fondo de su garganta ridículamente exitista, nos hizo creer, parafraseando a Nicanor Parra, que éramos país cuando apenas éramos paisaje.

Decirte Gabriel que eres también la esperanza de volver a ser una sociedad, de creer en la política, de reencontrarnos en un vínculo o de recomponer un tejido social denso, fuerte, infranqueable a la dinámica siempre cogotera del mercado; una sociedad donde los del barrio alto no consideren a sus “nanas” o “jardineros” seres ontológicamente inferiores, tratándolos con la consideración del amo, regalándole lo que sobra del asado dominguero para que lo lleve a su población y lo comparta con sus familias y vecinos, siempre expectantes a ese chorreo que los alcanza (a veces).

Ta decía también, Gabriel, que eres la esperanza de un regreso de lo político, de una nueva forma de entendernos superando en algo los conspicuos, promiscuos y orgiásticos consensos que coronaron la farra binominal de los 90 y los 2000. Esto es difícil, tú mismo lo sabes toda vez que has tenido que ir a tocar las puertas de quienes fueron el objeto de todas tus odiosidades.

Sé que te toca pactar, Gabriel, sacar cálculos, transformarte en lo que te da náuseas; tienes que ser un Lagos en segunda vuelta frente a Lavín. Tienes que autofagocitar tus antiguas prédicas y reivindicar lo que has despreciado por una década. No te juzgo, hay que ganarle como sea al neofascismo (aunque el término sea muy resbaloso), y ese “como sea” son las rutas de la política que, como decía Sabina sobre el amor: “es el juego donde dos ciegos juegan a hacerse daño”. Has salido de los slogans Gabriel y abandonado la épica callejera que, en algún momento de tu juventud llena de convicciones y furiosa frente a la institucionalidad, coreaste a todo pulmón.

En esta segunda vuelta has hecho política Gabriel, quizás desprolija, muñequera, sin relatos epopéyicos, lo que quieras, pero no hay alternativa y no voy a cuestionar ninguna de las estrategias que se te ocurran para ganarle a la ultra ultraderecha. En la cancha electoral, y no es menos triste decirlo Gabriel, no se gana con el corazón, nunca serás Allende y no tienes porqué serlo; se gana con cintura y sin complejos, y en esto has madurado y aunque para muchos/as seas un traidor, yo pienso que eres nuestra salvación, el madero del náufrago, el verdugo del verdugo, la criptonita para un Superman con capa militar y alto poder de fuego.

También sé, Gabriel, que vienes de una suerte de élite patagónica que te colocó, también, en el corazón de una élite político-universitaria progresista y culta. Esto tampoco es tu culpa. Pero tal como dijo hace unos días el sociólogo Carlos Ruiz, tuviste que «desñuñoizarte» para saber ganar en segunda vuelta. Esa antes hermosa (hoy sintética) Ñuñoa como metáfora urbano-política que indica tan bien lo que tuviste que hacer. Sacudirte, aunque duela, la tradición anquilosada de «Las Lanzas», del «Teatro UC», “La Batuta” o el «Clinic»; recuperarte más allá del relato de la élite medioburgesa de Jorge Washington y la estética kitsch del vacilón artístico-intelectual. Lo mismo con el expanded «Valpo», todos espacios donde se organiza la reproducción de una suerte de izquierda aséptica, bibliográfica, con vocación hipster y medicada con iPhone.

Ser de Magallanes, Gabriel, no te sirvió mucho en la primera tanda y en regiones, entre Parisi y Kast, nos dieron con bombo. Tuviste que bajar del Olimpo y darte cuenta que la política de las identidades y las performances, aunque importante, no representa ni le dice nada al «bajo pueblo» (Gabriel Salazar). Territorio y población, territorio y población, vieja escuela. Que no sea muy tarde, Gabriel, porque la derecha y la ultra, esto, lo supo antes, mucho antes.

Pero eres nuestra esperanza, Gabriel, y, más allá de todas tus contradicciones, de las transas, las permutas, las convicciones fosilizadas, en fin, sólo tú puedes mantener vivo el sueño de una nueva Constitución; sólo tú puedes equilibrar en algo la balanza social de un país desquiciado y delirante de desigualdad; sólo tú, Gabriel, eres luz de día en un futuro que puede ser infierno. Votaremos por ti y te haremos Presidente de la República. No sé, francamente, si estarás a la altura, pero sí estoy seguro de algo: el que seas elegido nos habrá salvado de la telaraña más espantosa y de los cuchillos más largos.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.