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Opinión

La mentira y la maldad

Por: Marcelo Mendoza | Publicado: 19.12.2021
La mentira y la maldad Propaganda del Sí en 1988 |
Cuando las mentiras públicas son reiteradas (cúmulo de fake news para mellar la candidatura de Boric, con autoría de bots, Kast mismo o sus adherentes, e incluso llamados a hacer trampa en el voto), surge la ética y con ello la palabra maldad. Tan sólo por ese motivo –el ético–, un rasero propio de un país consciente impediría que alguien que miente así pudiera llegar al poder por sufragio universal. Hicieron difícil el gobierno post dictatorial de Patricio Aylwin, pero la memoria es corta: en esta segunda vuelta, resulta que aquel que quiso que Pinochet continuara gobernando, como cierre de campaña, intenta enarbolar la bandera de quien representó precisamente la puerta de salida del dictador de sus amores, estandarte de una oposición unida que consiguiera derribarlo sin derramar una gota de sangre. Como se han dado las cosas, es posible pensar que en esta decisiva elección está en juego lo mismo que para el plebiscito del Sí y el No. Y en esta hora, nadie debiera restarse a definir el destino del país. No parece propio de un ciudadano pleno decir “No me sumo”, ni abstenerse de participar ante esta disyuntiva crucial: los griegos –inventores de la democracia– llamaron «idiotas» a quienes se restaban a ser parte de las decisiones de la polis, excusándose en su libertad personal. 

Sabido es –lamentablemente sólo para una parte de la ciudadanía– que las candidaturas presidenciales de Donald Trump (en Estados Unidos) y de Jair Bolsonaro (en Brasil) utilizaron como principal arma de propaganda la mentira para triunfar. Ocuparon las redes sociales y los tradicionales medios de comunicación masivos para conseguir el triunfo en las elecciones en base al efectivo recurso de las fake news (noticias falsas), el más perverso artilugio propio de la actual era virtual. Para el caso chileno, la campaña de José Antonio Kast ocupó el mismo recurso, consumiendo millonario financiamiento para ello (proveniente de un empresariado que, como Kast, dice levantar los valores de la moral cristiana, donde la mentira es un pecado capital), pues ha sido una táctica probada, preparada y gestionada por los mismos costosos equipos profesionales de sus referentes Trump y Bolsonaro.

Con tal artimaña, esta candidatura ha logrado conseguir lo mismo que los personajes señalados: que algunos sectores populares, por miedo al caos (el mismo calcado miedo y terror que sostuvo a la dictadura) reciban sin cuestionamiento las mentiras que emite el mensajero. Porque el ciudadano medio es inocente de creer que se puede decir como si nada tanta mentira, ya que lamentablemente la mentira hecha pública no es considerada como delito y no tiene ninguna sanción. No podría afirmarse que Kast es nazi (aunque su padre lo fuera, pese a que él mismo lo haya negado… otra mentira más), ni fascista pues, pese a su discurso que se pudiera ver compatible a un ideal político totalitario, no ha tenido aún en los hechos la oportunidad de demostrarlo. Por ejemplo, su defensa, y anuncio de darles libertad, de violadores de derechos humanos, hasta ahora sólo ha quedado en el plano de lo discursivo. Porque no ha conseguido el poder para ejecutarlo. Si llegara a la Presidencia podría indultarlos (como dijo que haría) y llevar el discurso a los hechos.

En el último debate presidencial, el candidato de la extrema derecha (apoyado por la derecha supuestamente no extrema, Evópoli incluido) superó un límite de honestidad política, como táctica en su estrategia de llegar al poder, con el fin de conseguir el voto moderado. Muchos no podían creer que, ante la pregunta sobre a qué mandatario de los últimos 50 años admiraba, Kast no nombró a su admirado Pinochet, sino a Patricio Aylwin. La historia dice que eso no es veraz, pues Kast y la derecha chilena intentaron convencer a la gente de que la llegada de Aylwin al poder, en las elecciones de 1989, significaba que el comunismo y el caos se apoderarían de Chile. Hoy han profitado del mismo discurso del terror respecto a Gabriel Boric, pintándolo como si fuera extremista y comunista, sin recordar que precisamente él le ganó en las primarias internas a Daniel Jadue, el candidato del PC (y que, mucho antes, le ganara la presidencia de la FECH también a Camila Vallejo, icónica y carismática representante de ese partido). Los dichos de Kast no surgen de una convicción, sino como un recurso táctico para acarrear a un electorado de centro. Pero eso es lo que dijo, sin arrugarse un milímetro su rostro, demostrando que cuando se utiliza la mentira reiterada surge, en toda su expresión, algo muy cercano a la maldad. Goebbels, el arquitecto del discurso propagandístico de Hitler, acuñó una frase que desde entonces ha sido repetida como un mantra comunicacional: “miente, miente, que algo queda”. Kast y su campaña han comprobado su eficacia.

Se cuestiona que la izquierda tenga una supuesta supremacía moral por sobre la derecha. Sin embargo, este ejemplo, este “detalle”, hace ver que incluso en las batallas más extremas, como sin duda es la contienda que se dirimirá vía elecciones hoy 19 de diciembre, la ética jamás estará ausente como telón de fondo de lo que nos deparará el destino de nuestro país. Y se demuestra que el representante del status quo más retrógrado y conservador del país no incluye a la moral (las buenas costumbres) ni a la ética dentro de sus haberes.

Se le pueden reprochar muchos renuncios y errores al joven Gabriel Boric y a quienes sostienen su candidatura, pero nadie en su justo juicio puede decir que haya ocupado la mentira como recurso táctico para alcanzar el poder. Perfectamente, y con más propiedad que Kast (entre otras cosas, Boric es hijo de militantes democratacristianos), ante la misma pregunta, podría haber nombrado al mismo Patricio Aylwin de referente como un acomodaticio recurso táctico. Eso podría haberle sumado votos del centro político, tan en disputa en la segunda vuelta electoral. Pero no lo hizo. Dijo la verdad. Si una elección se ganara por un tamiz ético, ya tendría asegurada su victoria.

Cuando las mentiras públicas son reiteradas (cúmulo de fake news para mellar la candidatura de Boric, con autoría de bots, Kast mismo o sus adherentes, e incluso llamados a hacer trampa en el voto), surge la ética y con ello la palabra maldad. Tan sólo por ese motivo –el ético–, un rasero propio de un país consciente impediría que alguien que miente así pudiera llegar al poder por sufragio universal. Hicieron difícil el gobierno post dictatorial de Patricio Aylwin, pero la memoria es corta: en esta segunda vuelta, resulta que aquel que quiso que Pinochet continuara gobernando, como cierre de campaña, intenta enarbolar la bandera de quien representó precisamente la puerta de salida del dictador de sus amores, estandarte de una oposición unida que consiguiera derribarlo sin derramar una gota de sangre. Como se han dado las cosas, es posible pensar que en esta decisiva elección está en juego lo mismo que para el plebiscito del Sí y el No. Y en esta hora, nadie debiera restarse a definir el destino del país. No parece propio de un ciudadano pleno decir “No me sumo”, ni abstenerse de participar ante esta disyuntiva crucial: los griegos –inventores de la democracia– llamaron idiotas a quienes se restaban a ser parte de las decisiones de la polis, excusándose en su libertad personal.

Marcelo Mendoza
Editor de Opinión de El Desconcierto.