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Opinión

Si vamos por los cambios, tenemos que votar

Por: Simón Rubiños | Publicado: 19.12.2021
Si vamos por los cambios, tenemos que votar | Agencia Uno
Este domingo es clave, más que nunca, ir a votar si queremos transitar hacia un nuevo Chile. ¿Por qué? Porque entre mayo y noviembre el aumento de votos del oficialismo y quien se resiste a los cambios fue más del doble que el crecimiento de los votos en favor de quien hoy apuesta por un nuevo país. Tenemos enfrente la dicotomía de retroceder a los años más oscuros de nuestra historia, o la oportunidad de avanzar hacia el siglo XXI. Y si nos hemos pasado 2 años diciendo que queremos un nuevo Chile, ¿por qué ahora nos vamos a restar de la oportunidad de ir por los cambios?

Los largos viajes en micro pegados al vidrio; la angustia de no saber cómo pagar las cuotas de la tarjeta; la desazón de salir a las 7 de la mañana y volver a casa sin energía poco antes de las noticias de la noche; el estrés porque las ventas del quiosco van bajas como para cubrir las cuentas, son parte de las tantas cosas que no se resolverán este domingo, al menos no en el corto plazo. Y por lo mismo, es válido que haya quienes no quieran participar de la segunda vuelta, porque los gobiernos que han pasado no lograron marcar cambios significativos para el día a día de la gente común.

“No voy a ir a votar porque los dos son extremistas”; “uno es comunista y el otro fascista, así que da lo mismo porque nos van a cagar igual”; “es que los dos son de la élite política que nos ha robado siempre entonces no importa quien gane”: son algunos de los argumentos que acompañan las ganas de restarse del balotaje de este 19 de diciembre. Sin embargo, inevitablemente uno de ellos será Presidente, y en esta oportunidad no da lo mismo cuál sea electo.

Es claro que representan posturas ideológicas opuestas. Sin embargo, vecina, vecino, querer construir justicia social para frenar los abusos que hemos vivido por tantos años, no es proporcionalmente extremo a querer hacer una fuerza internacional para perseguir ideológicamente a quienes piensen distinto. Y si hay algo que podemos sacar en limpio de los últimos dos años en Chile, es que sí pensamos distinto. Y sí, ambos son políticos, pero no forman parte de la misma clase política que ha abusado por tanto tiempo del Estado. Uno viene de ser dirigente estudiantil y de un segundo periodo en el Congreso con alto porcentaje de asistencia; mientras que el otro, que terminó su último año parlamentario con apenas un 52% de asistencia con su sueldo intacto, proviene de una familia que ha pertenecido a ministerios, municipios y al Congreso casi de forma ininterrumpida desde fines de los años 70.

La lista de cosas que separan a uno del otro es larga, y probablemente sería perder tiempo intentar hacer cambiar de parecer a cualquiera, y más a esta altura del partido. Principalmente porque puedas creer que un voto no influye, pero ojo: entre un candidato y otro hubo 3 votos de diferencia por mesa en primera vuelta, por lo cual participar sí puede ser significativo, más aún por lo que pasamos en el último tiempo.

De octubre de 2019 a esta fecha, las cosas han cambiado en Chile, en eso al menos podemos estar de acuerdo. A diferencia de algunos apoyos aislados en elecciones anteriores, ahora vemos cantantes, personajes de televisión, humanos y de franela, premios nacionales de todas las artes y ciencias, economistas internacionales, empresarios, académicos, profesionales, filósofos reconocidos a nivel mundial, e incluso actores y actrices, tanto de las teleseries de acá como de Hollywood, hablando de política y marcando su preferencia por determinado candidato.

Vemos también a nuestros círculos cercanos hablando de ir a votar, del sistema de pensiones, de la deuda estudiantil, del cambio climático, de trenes para Chile, de seguridad y salud, de ministerios, de defender el agua y tanta cosa que antes no hablábamos porque así nos enseñaron. Y es que por muchos, demasiados años, nos hicieron pensar que hablar de política estaba mal porque eso dividía. Pero todo lo contrario: hablar de ella nos ha unido más que antes. La mejor forma de ser conscientes de esto en este momento decisivo es recordar dos instantes dentro de este par de años revueltos, envueltos ambos con esa sensación de emoción que surge del corazón y empuja lágrimas de alegría: el primero, las masivas y coloridas marchas y cacerolazos, donde íbamos con o sin compañía, con o sin familia, y nos veíamos de frente con nuestras amistades, vecinos e incluso con personas desconocidas, y reconocíamos en ellas las mismas inquietudes, demandas y anhelos por construir un Chile mejor, lejos de los abusos, de los peajes, de las deudas para vivir más o menos bien, de las comisiones por todos lados, de las salas de clases hacinadas y de las horas de espera para hacer cualquier trámite o al ir hospital.

Y todo este reconocimiento, todo este amor que sentimos, nos llevó a un segundo momento donde hablar de política nos unió. El plebiscito por una nueva Constitución supuso la participación más alta en cualquier votación, y también la victoria más amplia entre las opciones, logrando con el Apruebo un 78% de las preferencias de más de 7,5 millones de personas. Y si entonces logramos ponernos de acuerdo para ir por los cambios, ¿por qué ahora no hacerlo otra vez? Mucha gente pensó que el país daría un giro instantáneo y cambiarían rápidamente las condiciones para una vida mejor. Pero, así como lograr una movilización tan masiva tomó tantos años, ¿por qué los cambios no habrían de tomar tiempo también?

El descontento sostuvo manifestaciones que reclamaban cambios en educación, pensiones, trabajo, salud, vivienda, movilidad, entre tantas otras demandas. La presión social fue tal que llevó a los partidos políticos a firmar el pacto por el plebiscito y redactar las reglas de la Convención, lo cual pareció bastar al gobierno que hoy se cuadra tras el candidato del Partido Republicano.

No obstante, la demora en las respuestas a las demandas alargó las protestas por largo tiempo, con lo cual aumentaron los enfrentamientos, heridas, pérdidas oculares, denuncias de tortura y detenciones arbitrarias que reflotaron los más tristes recuerdos de la represión vivida antes de los 90. Pero también, para muchas personas, aumentó la sensación de inseguridad, de abandono e incertidumbre.

Desde entonces hasta la primera vuelta de noviembre, pareciera que el contexto se fue polarizando. O al menos eso nos hicieron creer. Pero, pensando en voz alta, ¿cuál polarización, si lo que ha pasado es que más gente se ha puesto de acuerdo en que hay que cambiar varias cosas en Chile para que el país sea más justo? No vamos a negar que sí, se han visibilizado posturas más definidas en favor de las demandas que millones defendieron, pero quienes se corrieron al extremo fueron quienes insisten en ver Chile como un oasis y se resisten a abrazar los cambios.

Lo masivo de las manifestaciones, y el creciente descontento con el gobierno saliente, generó una especie de ensoñación de octubre que invisibilizó a millones de personas que apoyaron los cambios, pero que se alejaron de las marchas porque vieron en la Constituyente una salida a sus demandas, o porque tenían que seguir trabajando o estudiando, o porque se cansaron de ver tanta manifestación, entre tantas otras razones. Y estas personas buscaron candidaturas acorde a sus posturas.

Producto de ello, el resultado de la primera vuelta fue un golpe para quienes seguimos en esa ensoñación, pues fue un llamado a la mesura y a comprender que hay millones que no estaban arriba del árbol sino en las calles, barrios, condominios y zonas rurales, preocupados de su bienestar y del devenir del país. También fue una forma de decir que todavía hay millones que quieren un nuevo Chile, mas justo, más nuestro, más acorde a sus propias necesidades, porque casi ¾ de los votos fueron para candidaturas que de una u otra manera estaban en favor de los cambios.

Por esto mismo, este domingo es clave, más que nunca, ir a votar si queremos transitar hacia un nuevo Chile. ¿Por qué? Porque entre mayo y noviembre el aumento de votos del oficialismo y quien se resiste a los cambios fue más del doble que el crecimiento de los votos en favor de quien hoy apuesta por un nuevo país. Tenemos enfrente la dicotomía de retroceder a los años más oscuros de nuestra historia, o la oportunidad de avanzar hacia el siglo XXI. Y si nos hemos pasado 2 años diciendo que queremos un nuevo Chile, ¿por qué ahora nos vamos a restar de la oportunidad de ir por los cambios?

Simón Rubiños
Coordinador del Grupo de Investigación en Desarrollo Territorial, Paz y Posconflicto (GIDETEPP-UNAL) e investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).