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Opinión

 Marx, doña Lucía y S.E. (e)

Por: Miguel Orellana Benado | Publicado: 29.12.2021
 Marx, doña Lucía y S.E. (e) Lucía Hiriart de Pinochet |
La muerte de doña Lucía es un momento auspicioso para recordar esta lección. Casi centenaria, la anciana se sentó al gran mesón de postres “auspiciado por la Democracia Protegida”. Sufrió un patatús. Se irguió. Agarró del mantel. Y tiró de él. Así comenzó a terminar de rodar por el suelo el régimen instaurado por su marido. La historia no se rige según leyes inexorables. Según los paganos, la regenta la Fortuna, quien prefiere a los jóvenes con «virtú», es decir, con brío. Corresponderá a Su Excelencia (electa) enterrar la Constitución de la “Democracia Protegida”, que fuera diseñada por un egresado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y poner la mesa del nuevo orden transformador: la “democracia pluralista”.

“Una semana es mucho tiempo en política”, respondió Harold Wilson, a la sazón Primer Ministro laborista del Reino Unido, antes profesor de Historia Económica en la Universidad de Oxford. Un periodista le había objetado que, hacía solo una semana, él defendía justo la posición opuesta. Una semana es mucho tiempo en política. Así son los fenómenos políticos, más aún en la actual era digital.

Ha pasado ya poco más de una semana del contundente triunfo de Gabriel Boric Font, y más de diez días de la muerte de Lucía Hiriart viuda de Pinochet. Es una oportunidad para la sociedad chilena de recuperar lo que sir Isaiah Berlin, el faro liberal oxoniense del siglo XX, llamaba “sentido de la realidad”. Es decir, una apreciación de los fenómenos morales, políticos y jurídicos en su contexto histórico, el único que permite apreciar su cabal significado.

Veamos un ejemplo. Para quienes aún creen, siguiendo al camarada Marx, que es posible predecir el futuro a partir de las leyes de la economía, que serían tan inexorables como “científicas” (entre otros, algunos conciudadanos de la tercera edad que aún militan en el Partido Comunista de Chile), la muerte de doña Lucía Hiriart de Pinochet ofrece una lección. Esta lección, creo, podría ser de provecho para las nuevas generaciones de ese partido. Y, también, para quienes estén animados por la esperanza que a Chile le vaya bien bajo Boric.

Leyes inexorables rigen el curso futuro de los fenómenos naturales, para empezar astronómicos, físicos, químicos y biológicos. Pero el mundo de los fenómenos normativos (es decir, morales, políticos, jurídicos y, crucial, cómicos) se teje también de sucesos fortuitos, meras coincidencias, y de afinidades espontáneas entre las personas. Aunque, no lo niego, también las intenciones, la planificación y el diseño cuidadoso tienen su impacto. Lenin tenía razón cuando criticaba el “infantilismo revolucionario”. La revolución no surge de meros caprichos individuales y entusiasmos repentinos, no es una fiesta de adolescentes.

Volvamos al ejemplo que ofrece doña Lucía en la historia de Chile. Hay un acuerdo macizo, que comparten tanto los partidarios como los detractores del general Pinochet, que doña Lucía regentó los 16 y medio años de su administración. Este es un lugar común. Pero doña Lucía fue determinante ya mucho antes. Sin ella, su marido no hubiera siquiera llegado a general. Y Pinochet llegó a general por accidente, no como resultado de ley inexorable alguna. En diciembre de 1970, tres meses después de que Salvador Allende Gossens asumiera la jefatura del Estado (luego de conquistar un contundente 36,3% de los votos y ser elegido por el Congreso Pleno), la proposición de ascenso de un coronel Pinochet a general llegó a la comisión del Senado que, según la Constitución de 1925, debía aprobarla o rechazarla.  “El Tatita”, según lo denominaban sus partidarios en su ancianidad, casi no llega a general. Alguien lo confundió con otro Pinochet, oficial que el gobierno de turno envió con la misión de reprimir obreros en el norte.

La confusión se aclaró gracias a la convergencia de dos egresados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Primero, el senador, ministro (de Frei “El Grande”) y embajador (de Pinochet en Madrid) Juan Carmona Peralta, a quien el Partido Demócrata Cristiano expulsó al aceptar esta última destinación. Y, en segundo lugar, el carismático militante del MAPU, Alberto Jerez Horta. Dos personas, entonces de signos políticos distintos, explicaron a la comisión que el postulante era Augusto Pinochet Ugarte, yerno del destacado masón y militante del Partido Radical, don Osvaldo Hiriart Corvalán. Por eso, amén de sus múltiples méritos en la carrera de las armas, Pinochet llegó a general.

La muerte de doña Lucía es un momento auspicioso para recordar esta lección. Casi centenaria, la anciana se sentó al gran mesón de postres “auspiciado por la Democracia Protegida”. Sufrió un patatús. Se irguió. Agarró del mantel. Y tiró de él. Así comenzó a terminar de rodar por el suelo el régimen instaurado por su marido. La historia no se rige según leyes inexorables. Según los paganos, la regenta la Fortuna, quien prefiere a los jóvenes con «virtú», es decir, con brío. Corresponderá a Su Excelencia (electa) enterrar la Constitución de la “Democracia Protegida”, que fuera diseñada por un egresado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y poner la mesa del nuevo orden transformador: la “democracia pluralista”.

Miguel Orellana Benado
Doctor en Filosofía del Humor (Oxford), profesor asociado de Filosofía de la Moral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Autor de los libros "Allende, alma en pena", "La academia sonámbula" y "Educar es gobernar", entre otros.