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Opinión

El Arte como sujeto de derecho: una propuesta a la Constituyente

Por: Ignacio Vargas | Publicado: 23.01.2022
El Arte como sujeto de derecho: una propuesta a la Constituyente |
Estos esbozos propuestos pueden ser el inicio para subsanar los hándicaps de las Artes y la Cultura en relación con el Estado, así también como el de reencontrar a las Artes y sus artistas como un componente más del nuevo Chile: el Chile del bien-estar de la comunidad, de la Dignidad, que se espera construir con esta nueva Constitución. Un Chile garante de derechos, donde todos podamos sabernos sujetos de derecho y nunca más sujetos de caridad.

En La revolución reflexiva, Ximena Dávila y Humberto Maturana afirman que “no podemos considerar normal lo que no permite conservar el bien-estar de la comunidad”. A partir del estallido social, y sobre todo durante la pandemia, la cultura (el Arte) quedó como nunca en una suerte de oxímoron, donde en un polo el consumo de expresiones culturales alcanzó un peak nunca visto y por otro los artistas fueron dejados completamente de lado por las ayudas sociales. Como nunca, se hizo notar que entre la comunidad y el Arte sólo existe una relación de consumo estético, donde esta es definida por sus propiedades decorativas, más que como parte de un ecosistema productivo.

Sin duda la falta de ayuda social para los artistas y el nulo interés por levantar y resguardar nuestros derechos es parte de esa normalidad que no permite conservar el bien-estar de la comunidad, como dicen los autores.

Para la pandemia, los artistas perdimos nuestro derecho a trabajar, a ejercer nuestras profesiones, pero, por sobre todo, a contar con la ayuda necesaria en momentos que era imposible ejercer. Museos, galerías, centros de eventos, centros culturales, teatros, salas, universidades y colegios, todo medio bajo el cual se podía desarrollar la actividad artística, debió cerrar como medida sanitaria para evitar contribuir a los contagios y a posibles muertes. Lo entendimos, había que hacerlo, sin embargo esperábamos como muchos chilenos contar con la ayuda social, pero debido a la naturaleza de precariedad y abuso laboral casi ninguno clasificaba para las ayudas estatales. Ahí apareció otra normalidad que contrariaba el bien-estar: como artistas, estábamos solos; ni la ministra del ramo consideraba una prioridad ayudar económicamente a los artistas, declarando que “un peso que se asigna a Cultura, se deja de colocar en otro programa o necesidad”, porque así nos ven, como un florero, como un cuadro… donde se relacionan con nosotros desde una relación estética (decorativa), no real.

Para el Estado, los artistas no somos sujetos de derecho, sino sujetos de caridad. Llevamos años acostumbrados a participar de fondos concursables como casi única fuente de financiamiento, a intentar utilizar la Ley Valdés para buscar auspicios en el mundo privado, y en ambos casos somos medidos a partir de nuestro impacto, de la cantidad de personas que podrán ver lo que hagamos: se nos impone una lógica cuantitativa antes, durante y después de crear.

Quienes pierden su condición de sujeto de derecho entonces se deben conformar con ser tratados como sujetos de caridad. El principal rasgo del sujeto de caridad es que un otro que sí es plenipotenciario de sus derechos determina las condiciones en que ese sujeto de caridad se puede desempeñar.

El sujeto de caridad sólo podrá hacer lo permitido en los límites que le son dados, en vez de poder ejercer en las condiciones que requiere para accionar y que le son garantizadas al resto de la población. Como sujetos de caridad entonces podremos trabajar en las condiciones que se nos permitan, bajo las informalidades que se puedan como una manera de maximizar los ingresos. Nuestros derechos y deberes laborales no serán los mismos y el Estado no realizará gestiones para equipararlos; a nivel de derechos laborales somos iguales a un temporero o a un trabajo en negro realizado por inmigrantes, donde sólo importa el objetivo, aun a costa de un exceso de horas de trabajo para conseguirlo.

De esta manera, si nos mantenemos en el paradigma de ser sólo sujetos de caridad, deberemos simplemente agradecer aquello que se nos otorga, tal como hace el artista de semáforo, donde en realidad ambas partes se saben en una transacción sin mayores expectativas de retorno, salvo quizás aquellas instancias ya mega gigantes o de condición de espectáculo masivo donde el coeficiente de impacto se dispara.

Si el Estado no es un garante de nuestros derechos laborales ni de nuestros derechos sociales, podemos afirmar que el Arte lo financian sus trabajadores a costa de abuso laboral y precarización, muchas veces amparados bajo los mismos espacios que debieran ser de protección, como el Ministerio de Cultura.

La única posibilidad, entonces, es la de abandonar la relación estética del Arte y la del artista como un sujeto de caridad para declararnos, reivindicarnos, como sujetos de derechos y como tales comprender que el formato actual viola nuestros derechos como artistas, trabajadores y ciudadanos; es decir, recuperar nuestro rol dentro del Estado, un rol más activo donde todo lo que el Estado es y sus potencialidades nos son incumbentes.

Y entonces, ¿cómo no buscar ser parte de una nueva Constitución? ¿Cómo no aprovechar esta oportunidad de visibilizar nuestra actual condición de sujetos de caridad y exigir enmiendas que nos permitan, no estar mejor o con ventajas frente al resto de la ciudadanía, sino eliminar el hándicap estructural de manera de poder ser tan sujetos de derecho como cualquier otro ciudadano? Ayudar a sentar las bases para pasar de un Estado que nos ignora en nuestros derechos a uno que sea garante de que los tengamos. Y por garante no me refiero a sólo un texto escrito, o a creer que con la existencia del ministerio esto ya queda anexado, sino a las herramientas económico-sociales que permitan recomponer esos derechos, hoy perdidos o disminuidos.

Sólo buscamos que esa dignidad que busca restaurar la Convención Constituyente nos llegue a todos, como dijo hace unos días la convencional Lisette Vergara: “La dignidad no es una bandera, tiene que ser algo transversal». Y por lo tanto las soluciones, las enmiendas que requiere la Cultura y el ejercicio del Arte en Chile no debe quedar supeditado sólo al ministerio del ramo, sino que debe ser transversal a todo el aparato administrativo, jurídico y político presentes en la nueva Constitución. Debemos generar nuevas condiciones que permitan “conservar el bien-estar de la comunidad”, porque una comunidad sin expresiones artístico-culturales es una comunidad incompleta, donde fácilmente el dolor, la apatía y la ignorancia podrán minar la anhelada dignidad, una dignidad que es una forma de relación viva, presente, no un objeto al cual se le observa con distancia y parsimonia.

Y esto, ¿cómo lo podríamos llevar al mundo de la constituyente? Imaginemos algunas propuestas posibles:

  1. Que los artistas sean reconocidos como sujetos de derecho plenipotenciarios como el resto de la ciudadanía y como tales se deberá garantizar que la actividad artística cuente con los mismos derechos que el resto de la población.
  2. Crear oficinas de Cultura en los diferentes ministerios, de manera transversal, como un espacio de planificación que permita coordinar al Estado como un todo garante de los derechos de las Artes y sus prácticas. De esta manera tendremos una presencia en las políticas públicas de cada ministerio, donde se podrá considerar a los artistas como una actividad económica real, como participantes y constructores de la sociedad y como parte del Estado. Lo que se traducirá, por ejemplo, en que puedan ser sujetos de apoyos para la vivienda, la salud, la educación, etc., creando mecanismos que permitan su continuidad y equiparar el acceso y uso de ellos como los demás ciudadanos.
  3. Promover y garantizar una economía cultural de manera de que la actividad cultural sea parte de la planilla de cálculos de los diferentes programas y presupuestos de los ministerios de Hacienda, Economía y Desarrollo Social. No sólo que aportemos con un 1% del PIB al Estado, sino que podamos ser parte de su construcción, sus deberes y sus garantías.

Cabe mencionar que sería bueno separar a la Cultura de las Ciencias y la Tecnología, formar espacios propios para cada sector. Si bien compartimos muchas inequidades mencionadas al sumarnos como un todo en nuestras problemáticas (similares pero particulares a cada realidad) que se disuelven, mezclan e invisibilizan, es importante que cada una de estas pueda accionar también sus necesidades y derechos de manera que puedan ser constituyentes, partícipes de una nueva Constitución y no sub-apéndices a resolver de manera conjunta.

Estos esbozos propuestos pueden ser el inicio para subsanar los hándicaps de las Artes y la Cultura en relación con el Estado, así también como el de reencontrar a las Artes y sus artistas como un componente más del nuevo Chile: el Chile del bien-estar de la comunidad, de la Dignidad, que se espera construir con esta nueva Constitución. Un Chile garante de derechos, donde todos podamos sabernos sujetos de derecho y nunca más sujetos de caridad.

Ignacio Vargas
Director escénico y gestor cultural ligado a la danza y el teatro. Director de la Compañía de danza Postcontemporánea.