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Opinión

El primer tiempo

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 23.01.2022
El primer tiempo Gabinete del presidente Boric |
A diferencia de la Convención Constitucional (espacio donde se debaten ideas desde las dimensiones filosóficas, políticas y culturales), un ministerio es el lugar desde donde se ejecutan políticas públicas que tienen incidencia directa en el diario vivir de los ciudadanos y desde donde se deben cumplir las medidas del programa de gobierno en el corto plazo. Para cumplir las medidas propuestas por el actual gobierno, los ministros y ministras deberán jugar en una cancha parlamentaria empatada entre las fuerzas de derecha e izquierda (sumando a la izquierda a partidos que no son de Apruebo Dignidad) y con un primer año de ejecución que dependerá de un presupuesto proyectado por el gobierno de Piñera.

No cabe duda que estos últimos ocho años (el segundo tramo de la era Caburgua) han sido de alto estrés político para los chilenos y chilenas, pues fuimos pasajeros de una nave conducida por dos pilotos que, recién comenzado sus correspondientes viajes, perdieron el control del timón y se entregaron a la corriente de imprevistas tormentas. Tanto Bachelet como Piñera asumieron sus periodos con la tranquilidad e ilusión que da el haber ganado, de manera cómoda, sus segundas vueltas presidenciales, algo que llevó a sus equipos políticos (así como a connotados analistas y columnistas de la plaza) a emitir tajantes proyecciones sobre el futuro de la patria, a partir de diagnósticos sociales que se apoyaban en los números otorgados por los triunfos electorales en el balotaje.

Cómo olvidar “la retroexcavadora” o “los patines” del segundo periodo presidencial de Bachelet, cuando dirigentes de la Nueva Mayoría hablaban de las reformas estructurales que llegarían gracias a la mayoría que se tenía en el Parlamento. Y cómo no recordar, luego del apabullante triunfo de Piñera en diciembre de 2017, a muchos dirigentes políticos de derecha y centro hablar, con el pecho inflado y la voz fanfarrona, de que en este país nunca tendrían cabida las ideas de izquierda y que, por el contrario, Chile se presentaba como un oasis liberal en medio de los populismos del continente.

Pareciera que fue sólo ayer cuando el segundo periodo de Bachelet presentaba a un joven ministro del Interior oriundo de Cabrero, a un ministro de Hacienda de apellido Arenas y ungía a militantes comunistas en su gabinete. Fueron días en que en el aire de las izquierdas y de gran parte del progresismo se respiraba cierta tranquilidad de saber que el país retomaba la razón crítica a un modelo de vida donde la abstracción del dinero mediaba cada rincón de las rutinas. Sin embargo, al poco tiempo de zarpar aquel transatlántico multicolor (donde incluso militantes de Revolución Democrática aterrizaban en la cartera de Educación), la esperanza y la ilusión, que a esa altura bailaban al ritmo de la orquesta de las reformas estructurales, no vieron aparecer un enorme iceberg con el que terminaron estrellándose.

Fue un colosal de hielo parlamentario (la Democracia Cristiana), de viejas operaciones políticas de oposición (caso Caval) y de autogoles (la estupidez de la retroexcavadora) que terminaron hundiendo a ese conglomerado político que buscaba expiar los pecados de la Concertación y, de pasada, mató políticamente a promisorias figuras como Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas. Luego del choque, Bachelet aparecería en un programa de TV en vivo conducido por don Francisco, anunciando el despido de todo su gabinete. Luego veríamos a Jorge Burgos asumir el ministerio del Interior y a Rodrigo Valdés en Hacienda. Era el fin del sueño de la Nueva Mayoría.

Luego Bachelet le devolvería la piocha O’Higgins a Piñera, quien, para sorpresa de muchos en las izquierdas, regresaba como piloto de una nave que parecía abandonar definitivamente sus anhelos refundacionales. Entonces, y fiel a su estilo, Piñera presentaba a un gabinete conformado por familiares, amigotes y vecinos del barrio alto que asumirían con la confianza que les daba los 3.7 millones de votos obtenidos por el magnate Presidente en segunda vuelta. No cabe duda que la confianza fue mucha pues, al poco tiempo de asumidos, los nuevos ministros comenzaron a emitir frases que parecían sacadas de una rutina de humor negro, tales como: “la gente va a los consultorios para hacer vida social”, “vaya a comprar flores para beneficiarse de los vaivenes del IPC”, “levántese más temprano para no padecer el impacto del alza del metro”. Súmele a eso las tonterías del Presidente, como su triste espectáculo en la frontera de Cúcuta o el humillante encuentro con Trump (¿alguien habrá humillado más a nuestra bandera?). El desenlace es ya conocido: el gobierno de Piñera alcanzó a durar un año y luego se le vino un estallido social que terminó arrasando a la mismísima Constitución del 80. Era el fin del oasis neoliberal.

Este viernes vimos al nuevo presidente Boric presentar a su primer gabinete y los aplausos parecen haber llegado desde todos los sectores (del PC a Luksic). Incluso, quienes se vieron algo molestos con una nominación fueron cautelosos en sus declaraciones (Teillier y la nominación de Mario Marcel). Se trata de un gabinete que, en lo simbólico, entró recibiendo una aprobación transversal, pues posee mayoría de mujeres, representantes de la diversidades sexuales e independientes, quedando al debe la presencia de pueblos originarios para haber emulado la configuración cultural actual de la Convención Constitucional.

Sin embargo, a diferencia de la Convención Constitucional (espacio donde se debaten ideas desde las dimensiones filosóficas, políticas y culturales), un ministerio es el lugar desde donde se ejecutan políticas públicas que tienen incidencia directa en el diario vivir de los ciudadanos y desde donde se deben cumplir las medidas del programa de gobierno en el corto plazo. Para cumplir las medidas propuestas por el actual gobierno, los ministros y ministras deberán jugar en una cancha parlamentaria empatada entre las fuerzas de derecha e izquierda (sumando a la izquierda a partidos que no son de Apruebo Dignidad) y con un primer año de ejecución que dependerá de un presupuesto proyectado por el gobierno de Piñera.

Por lo anterior, es que el primer gabinete del nuevo gobierno debe tomar nota de lo ocurrido con sus antecesores y aprender de los errores cometidos por quienes integraron aquellos denominados “primeros tiempos”. Aprender de los errores de incontinencia verbal y de los exagerados optimismos que caracterizaron a muchos ministros de la era Bachelet-Piñera, pero, sobre todo, aprender de una virtud que el presidente Boric ha demostrado poseer y que hace tiempo no se veía en el escenario del poder chileno: hablar con honestidad brutal respecto a cada paso que se da y decisión que se toma.

En la medida que la carta de navegación de la nave del Estado se devele flexible para orientar el navegar en el impredecible mar del cambio epocal, se evitarán colisiones de expectativas mayores. Y es que, tal como expresa un filósofo que suelen leer los políticos del presente, el coreano Byung- Chul Han, la política siempre es política de poder en la medida en que no cabe disociar la comunicación política del actuar estratégico.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.