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Las mayorías o el testimonio: usos y abusos del vocablo Neoliberalismo

Por: Enrique Román | Publicado: 17.03.2022
Las mayorías o el testimonio: usos y abusos del vocablo Neoliberalismo |
El neoliberalismo no es sólo una ideología o cosmovisión, ni un paquete de políticas macroeconómicas: es también una forma de gobernanza afincada en una idea que postula que los mecanismos de maximización de la utilidad propios de los mercados son extensibles a todos los aspectos de la vida humana. Es esa visión de las cosas la que ha dominado en Chile durante las últimas tres décadas encontrándose hoy en una fuerte crisis de legitimidad y credibilidad ante la ciudadanía.

Durante las décadas que sucedieron al triunfo del No en 1988 y la victoria electoral de Patricio Aylwin en 1989, la palabra neoliberalismo prácticamente desapareció del léxico político chileno.

La derecha chilena, tan admiradora de la Escuela de Chicago y su “modelo económico”, pasó a considerar que ser calificados como “neoliberales” era sólo un nuevo modo de insultarlos. Según sostuvieron, a partir de entonces ellos tan sólo eran “liberales” y que, aun cuando bajo su control el Estado Chile careció de mínimos estándares democráticos y los mercados se dotaron de férreas estructuras oligopólicas, ellos creían firmemente en la “democracia” y los “mercados libres”.

Más aún, post 1990, la derecha neoliberal chilena pasó a sostener que no existía, ni nunca había existido, algo denominado “modelo chileno” y que las ideas de su sector no estaban de verdad fundadas sobre las de von Mises, von Hayek, o Milton Friedman, sino que simplemente en el ideario del gran escocés Adam Smith.

Dentro de la centroizquierda, las cosas comenzaron también a transcurrir de un modo similar. Tras su llegada al gobierno en 1990, las referencias críticas al neoliberalismo prácticamente desaparecieron y desde ese sector comenzó a desarrollarse un discurso que sostenía que el neoliberalismo había colapsado en 1985 y que por ende era un constructo teórico sobrepasado que sólo podía despertar interés “arqueológico”.

Edgardo Boeninger en su conocido texto Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad (de 1997) no escatima la denominación “neoliberal” para definir los planteos de sus adversarios de derecha convertidos ahora en oposición, pero cuando llega el momento de referirse en el texto a los consensos básicos logrados con ellos, los rebautiza y pasa a denominar al sector con quien se lograron los acuerdos como “liberales” a secas, pese a que se trataba de los mismos individuos que sostenían las posiciones que pocas líneas antes el denominaba como “neoliberales” y que no se habían movido jamás de sus posiciones, ni reconocido públicamente error alguno en las políticas económicas aplicadas entre 1973 y 1989.

Ello no correspondía a un lapsus del autor; era evidente, ya en esos años, que la convergencia entre derecha y centroizquierda, a que alude Boeninger, se estaba dando en torno a las ideas neoliberales, y que una parte no menor de la élite política (tanto DC como izquierdista) estaba cambiando su ideario histórico. Ese proceso era el cual en su libro Boeninger denominaba “obtención de consensos básicos” entre la antigua derecha que había sustentado la dictadura y la coalición de centroizquierda ya entonces en el gobierno.

Sobre la base de la instalación de esas ideas como dominantes, se abrió entonces un ciclo político en el cual la palabra “neoliberalismo” comenzó a ser incómoda para el conjunto de la clase política y, como la izquierda y la derecha unidas difícilmente pueden ser vencidas, el citado término perdió interés, los medios dejaron de nombrarlo, los discursos partidarios ya no lo utilizaron. Pareció de pronto que, a nivel de la base social, las otrora frecuentes alusiones al “neoliberalismo” debían desaparecer pues eran una remembranza de los viejos tiempos de la lucha antidictatorial, pero que ahora sólo podían ser asociadas a “posturas dogmáticas y pasadas de moda”.

Pese a ello, cual viejo topo de la historia del que hablaba Karl Marx, el repudiado termino neoliberalismo mostró cómo, de un modo subterráneo, nunca había perdido del todo su peso en el discurso ciudadano, y, como todo proceso histórico, el topo esperaba su momento para salir a la superficie en el lugar y momento menos pensado. De ese modo, tras los eventos de octubre de 2019, el “neoliberalismo” renació como vocablo de uso corriente, primero en la calle y luego en las élites políticas. Más aún, en pocos meses se convirtió casi en un lugar común, vale decir en un término usado urbi et orbi por ciudadanos de a pie, políticos de distintas jerarquías, así como de líderes sociales e intelectuales de todo tipo, incluyendo periodistas y otros comunicadores de diversos signos ideológicos.

Desafortunadamente, quizás producto de su falta de uso durante tres décadas, en el grueso de la derecha (no toda, por cierto) el volver a escuchar ese término genera una alta irritación, y ese modo de enfrentarse al vocablo es al parecer compartido más allá de sus filas.

En momentos tan recientes como el 9 de enero de 2019, Oscar Landerretche Moreno, quien había comenzado entonces a tantear apoyos para convertirse en el candidato presidencial del PS, sostuvo en una entrevista para BBC Mundo: “Hablar de un modelo neoliberal chileno es una mirada demasiado caricaturesca y simple, propia de quienes buscan caricaturas útiles para las redes sociales… La dictadura chilena terminó hace casi 30 años. En el intertanto, Chile ha tenido un desempeño económico muy superior al que tuvo durante la dictadura, en crecimiento económico, estabilidad e incluso en indicadores de equidad, los que, si bien son malos comparados a nivel internacional, son mejores hoy que entonces y han ido mejorando, aunque lento”. Landerretche, sin embargo, creyó además importante recalcar ante la BBC que el modelo económico neoliberal era algo así como un perro muerto pues “una parte importante de las medidas neoliberales implementadas a principios de los años 70 fueron revertidas en los años 80 por el propio gobierno militar (sic)”.

El rechazo a esas visiones, que antes del 18-O constituían la corriente principal de las ideas políticas que campeaban en nuestro país, generó un movimiento pendular hacia la izquierda, como modo de búsqueda de nuevas identidades. No obstante ser entendible dicho proceso, resulta notorio que los usos del término “neoliberal” han adquirido en nuestro país un carácter poco riguroso y sus usos en la vida cotidiana se han extendido más allá de lo correcto

El neoliberalismo es un programa extremadamente ambicioso de transformación social, que posee elementos ideológicos, de política, así como una propuesta de gobernanza afincada en los mercados realmente existentes. Un programa que, en el caso chileno, asume formas autoritarias y políticamente excluyentes, incluso en ausencia de una dictadura, y que ha logrado capturar, o sustituir, cosmovisiones ideológicas, movimientos políticos, agentes sociales y actores económicos que, históricamente lo habían confrontado. Actores que, tras la crisis de los Estados de Bienestar y el colapso del asi llamado “campo socialista”, se mostraron impotentes de desafiarlo, dada su orfandad ideológica y la crisis de vinculación que emergió de aquello, entre los movimientos políticos y las fuerzas sociales que habían sido los más duros adversarios del neoliberalismo desde inicios de los años 30 del siglo pasado.

El neoliberalismo no es sólo una ideología o cosmovisión, ni un paquete de políticas macroeconómicas: es también una forma de gobernanza afincada en una idea que postula que los mecanismos de maximización de la utilidad propios de los mercados son extensibles a todos los aspectos de la vida humana. Es esa visión de las cosas la que ha dominado en Chile durante las últimas tres décadas encontrándose hoy en una fuerte crisis de legitimidad y credibilidad ante la ciudadanía.

No obstante ello, hay ciertos usos del concepto que, pretendiendo confrontarlo, en realidad terminan por apoyarlo; si todo es neoliberal, entonces nada lo es. La manera de concebir la barrera que separa lo neoliberal de lo que no lo es determina la presencia o no de una voluntad de construir mayorías sociales en pro de la superación de su modelo económico y social. Entonces, extender la línea divisoria más allá de lo debido puede convertir ese poco riguroso “anti neoliberalismo” en la racionalización de la necesidad de conformar un bloque minoritario y testimonial, pero carente de fuerza de cambio y que por ende sólo podrá contribuir a la consolidación del modelo y no a su superación.

Esa visión errónea de lo que es o no es neoliberal puede ser muy dañina. Si de pronto todo lo que no pueda ser presentado como progresista es considerado como neoliberal, debiéramos concluir que esa ideología ha acompañado la consolidación del capitalismo en nuestro país hasta llegar a convertir los términos “capitalismo”, “mercados” y “neoliberalismo” en sinónimos. Si un programa de cambios que apunta a una sociedad pos neoliberal incluye en sus propuestas de corto plazo temas tan amplios como la superación del orden patriarcal, la adopción inmediata de medidas tendientes a compensar a los pueblos originarios por la totalidad del despojo de tierras a que fueron sometidos, si se plantea el término inmediato de las relaciones desiguales entre capital y trabajo, el fin de la consideración de la naturaleza como un mero factor productivo, la superación de la cultura carnívora y antropocentrista que da piso al maltrato animal, si se asume un anti neoliberalismo que considera sospechosas las propuestas de promoción de la libre competencia en los mercados de bienes y servicios y muchos otros temas que sería largo explicitar, el programa de cambios propuesto, más que ser anti neoliberal, será un programa anticapitalista o incluso pos capitalista, que difícilmente logrará aunar tras sí a una mayoría nacional en el evento que dichas reivindicaciones se planteen como parte de un programa mínimo, dotado de posibilidades de concreción en un muy corto plazo.

El modelo neoliberal por cierto posee un carácter capitalista, pero ambos términos no son sinónimos. Muy distinto es superar el modelo extractivista que promover una economía de crecimiento cero. Distinto es oponerse a las formas patriarcales que han regulado las relaciones entre hombres y mujeres por más de 4000 años que pretender superarlas en el curso de los próximos cuatro años. Muy distinto es oponerse a la oligopolización de la economía que promover la desaparición de los mercados como mecanismos de asignación de recursos, desconociendo que estos son una institución cuya existencia posee varios miles de años más que el sistema económico capitalista.

Abrir una discusión en torno al significado real del neoliberalismo implica debatir en torno al tema de la construcción de una mayoría en pro de la superación de su modelo económico, de la conformación de un bloque político social que sea capaz de sustentar una superación real del modelo neoliberal.

Confundirse en torno a aquello equivale a declinar la conformación de una nueva mayoría social y política, lo cual es un camino seguro a la derrota y a la mantención del régimen neoliberal que nuestro país ha venido implementando durante el último medio siglo.

Enrique Román
Economista, Master of Philosophy en Economía del Desarrollo y PhD en Ciencias Sociales. Asesor internacional en políticas de desarrollo productivo e innovación.