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Opinión

“Tres almas”: un vibrante western en que las rocas ríen

Por: Gregory Cohen | Publicado: 01.04.2022
“Tres almas”: un vibrante western en que las rocas ríen Fotograma de la película Tres almas |
La película «Tres almas» es dramaturgia llena de cine, de atmósfera, de texturas, profundidades, colores, respiraciones y expiraciones. Un organismo vivo y en constante vibración. Aquella vibración más inquietante: la aparente, la contenida; un delirio ponderado. Lo bello y lo maldito. Un western en que las rocas ríen.

Las categorías de lo bello y lo maldito usualmente van desligadas, cada una por su lado. Pero si profundizamos en ambas, sentimos que sus límites son difusos porque finalmente ambas a menudo se aparean y se reproducen en los escondrijos de lo que se llama el “alma humana”. Que no queramos ver esa transmisión de energía que existe entre ellas, es producto de prejuicios o de catecismos mal entendidos. Algunos abordan pretextos didácticos.

Sostengo que hay un dominio que acoge a todas aquellas categorías, ámbitos, elementos, distantes y hasta contradictorios entre sí. Y ese contexto es el arte y el mecanismo catalizador, la creatividad.

En virtud de lo anterior, Tres almas es una obra de arte. Una obra que en todo momento nos expone no sólo al matrimonio entre lo bello y lo maldito, sino también a sus familiares y derivas: el miedo, la culpa, la desconfianza, la solidaridad, la pena, la compasión, etc. Y lo que activa el arte no es nada de otro mundo. Al contrario, todo lo que activa es ¡de este mismísimo mundo! O sea, el arte y la creatividad reivindican el reflejo del ser humano y por medio de ese reflejo aclara y desnuda. En otras palabras, Tres almas es una bella y punzante obra de arte salpicada de pasiones humanas.

¡Qué media novedad! Sin embargo, no siempre vemos el hecho de que lo cotidiano encierra en sus vísceras una bomba de tiempo, un sentido profundamente subversivo. Nada más subversivo que escarbar en la superficie, más aún si lo hacemos con calma, mesura, detalle, sin ampulosidad.

Estamos hablando de una violencia contenida, no gráfica. ¿Cuáles son estas Tres almas? ¿Son los protagonistas de la fábula, los tres pirquineros arrieros, buscadores de una veta que los volverá ricos? ¿O son las hermanas Quispe, asesinadas años atrás, cuyas almas persisten en ser parte activa de la vida, en su más amplia acepción, que siguen respirando a pesar del fusil y la violencia? Entremos al Cine.

Veamos la película Tres almas, escrita y dirigida por José Guerrero Urzúa. Lo primero que se asoma es la admirable capacidad de la propuesta estética de absorber, aprovechar y rescatar todos los elementos que generosamente entrega el lenguaje cinematográfico. De entrada, a nivel dramatúrgico, maneja muy bien la anécdota como distractor: Pascual, Manolito y Paicha se dirigen a una veta descubierta por el viejo Pascual, personaje permeado por una mezcla de sabiduría y pragmatismo. Manolito, un ser que anida secretos inquietantes, dominado por la culpa y la desconfianza. Y Paicha, el más enigmático y cinematográfico personaje. Más que una personalidad definida, Paicha representa el tiempo cinematográfico, el denominado “tempo”. Sus miradas, sus pequeños gestos, dan la sensación de que continuamente reflexiona con el paisaje, en silencio, o con su instrumento, una zampoña. Paicha, segundo a segundo, va generando contextos, constituye el margen… Aquello que sugiere y que preanuncia o, si se quiere, advierte misteriosamente un destino que nadie quiere ver y que desde siempre habita como Alien en cada víscera que nos pertenece. Paicha nos señala que los diálogos no son sólo las palabras, sino articulaciones expresivas y hasta musicales cuyo objetivo supremo es ir generando un efecto en el espacio: diálogos que contribuyen a potenciar la pulsión del inquietante paisaje. Y esto es notable en la propuesta.

El viaje de estas Tres almas supone un objetivo. Al comienzo no lo tenemos claro, no es explícito. Es un viaje sin objetivo aparente. Vale por lo que se habla y se sugiere. Hay temores, por ejemplo, por el clima y la distancia. Pero el ángulo de los planos, los gestos, la luz, lo que se muestra, lo que se oculta, lo que se extravía (Paicha se pierde misteriosamente y luego reaparece), nos va indicando que ese temor no es sólo por lo físico y las penurias del viaje, sino debido a un temor, acaso eterno, de ser infligido por un misterio que acecha: otro mecanismo muy bien dosificado y que produce suspenso, incertidumbre y precariedad en el espectador.

Las hermanas Quispe también se extravían cada una a su manera, contribuyendo a esta formidable diversidad de la que goza la película. Justa es la hermana “que no está”, que anda sola, la que viaja, similar a Paicha. Parece parir un secreto: “mira a los ojos nomás”. Lucía y Justa parecen ser “una”, en algo andan. Y Luciana lo advierte. Luz María es la hermana muerta que se aparece una y otra vez… ¿Representa la premonición? Las actuaciones son de una efectividad tremenda. síntesis y economía de recursos. Una vez más, surge un aprovechamiento excelso del cine y su lenguaje. Lo mismo para la dimensión de los tres hombres.

Miedo y culpa son también parientes cercanos, ligados por el Padrino Mayor: la violencia. En el fondo, vibran en el paisaje, en el polvo, en los arbustos, en los cerros, en el viento, en las quebradas. Aquella culpa y violencia contenidas por el asesinato de las hermanas Quispe y todo lo que lo rodeó.

Y el vínculo entre el viaje mundano y las hermanas Quispe es Paicha. Creo que es el núcleo de la trama, el pivote del suspenso. La Dimensión Quispe entra al drama de manera natural (“se pega a las espaldas”), a través de Paicha. Conforma  un vínculo sensible e implacable. Su extravío, desaparición momentánea, es síntoma de ese vínculo (“Anda en otro rumbo”, dice Pascual, al respecto). Tememos por la vida de Paicha, y es precisamente lo que quiere la trama, pero esto no es más que otro acertado distractor, para disponernos de mejor manera ante la tragedia mayor y atávica, el asesinato eterno, actualizado en las hermanas Quispe.

Tres almas es dramaturgia llena de cine, de atmósfera, de texturas, profundidades, colores, respiraciones y expiraciones. Un organismo vivo y en constante vibración. Aquella vibración más inquietante: la aparente, la contenida; un delirio ponderado. Lo bello y lo maldito. Un western en que las rocas ríen.

Gregory Cohen
Escritor y cineasta.