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Opinión

El acontecimiento de la semana

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 09.04.2022
El acontecimiento de la semana |
Esta semana, la realidad le cayó cual mazazo al joven gobierno recordándole que, en política (y en la vida en general), si se quiere transformar la realidad, primero hay que comenzar por comprenderla y aceptarla para luego avanzar, en la medida de lo posible.  

¿Hay algo de sorprendente o inédito en los acontecimientos de esta semana, algo que no hubiera ocurrido a los gobiernos anteriores en sus primeros momentos de mandato y que merezca una consideración especial?

No, casi nada. En los días de instalación de los gobiernos de Bachelet II y Piñera II hubo muchas chambonadas relativas a nombramientos de ministros, subsecretarios, intendentes (hoy delegados presidenciales) y seremis. El mal chequeo de antecedentes de los elegidos generaba inmediatas reacciones en las redes sociales y sacaba portadas en los periódicos que solían darse festines denunciando deudas impagas, causas judiciales, parentescos y hasta posteos polémicos de las autoridades recién designadas.

Para el gobierno de Piñera, estas polémicas no importaban mucho y en la mayoría de los casos se seguía adelante con los nombramientos, aun cuando se trataba de ex funcionarios de la dictadura, personas con prontuario en delitos económicos y el apellido Chadwick se repitiera muchas veces en diversos cargos de confianza. La derecha no se hacía mayor problema con estas polémicas pues sabía que el vértigo de la agenda las dejaría en el olvido.

Para el gobierno de Bachelet II fue distinto, pues a esas alturas la socialdemocracia chilena entraba en su fase de arrepentimiento por lo hecho por la Concertación, por lo que los nombramientos, además de pasar el filtro ya mencionado, también se debían someter a una especie de tribunal moral que cancelaba a personas con pasados en directorios de empresas que ejercieran el lucro. Durante el primer mes del segundo periodo de Bachelet, Mahmud Aleuy tuvo que bajar a unas cuantas autoridades designadas para luego negociar con los partidos políticos opciones distintas. Nada nuevo bajo el sol.

Asimismo, en los primeros días de los gobiernos anteriores, las denominadas “lunas de miel” se vieron abolladas por sendas chambonadas comunicacionales y de agenda política. El segundo periodo de Bachelet quiso instalar “retroexcavadoras” y “patines” para convencer a la clase media de cambiar a sus hijos a escuelas y liceos públicos (si hay algo que caracteriza a la clase media es el miedo inconcebible a la pobreza), mientras que a Piñera se le ocurrió instalarse en la frontera de Venezuela para invitar a los disidentes de Maduro a exiliarse en nuestro país (ya sabemos los costos de esa invitación). En ambos casos, las chambonadas iniciales dejarían al desnudo algo que terminaría siendo un rasgo fatal de esos gobiernos: el distanciamiento con la sensibilidad espontánea de la híper moderna sociedad chilena.

Usando los dos periodos anteriores como punto de comparación, no habría nada nuevo ni sorprendente en los acontecimientos (o chambonadas) que durante esta semana protagonizó el recién asumido gobierno de Boric. Entraron fríos y a destiempo, igual que sus antecesores. Pero sí hay algo que muchos estaban esperando que ocurriera cuando esta generación de políticos del Frente Amplio y sus socios llegaran a La Moneda, y tiene que ver con un problema que suele aquejar a las personas y colectivos que construyen sus trayectorias exagerando los conceptos y definiendo la realidad desde sus propios puntos de vistas. Es indudable que, desde el primer día de gobierno, hubo gente de la “vieja política” (mismos que hace poco habían sido desahuciados) esperando ver la materialización de aquel pensamiento abstracto superior que vendría a solucionar la mediocridad de los “30 años” y la aplicación de esa actitud ética que nos liberaría de todas las malas prácticas del país post Pinochet.

Había quienes estaban esperando ese momento en que “la nueva política” sacaría de su interior, desde su mágico bolsillo ontológico, la solución al conflicto en la Araucanía, la refundación de las Fuerzas de Orden, el término de los desórdenes callejeros, el freno del alza en los precios y el control de la inmigración ilegal. Sin embargo, esta semana, la realidad le cayó cual mazazo al joven gobierno recordándole que, en política (y en la vida en general), si se quiere transformar la realidad, primero hay que comenzar por comprenderla y aceptarla para luego avanzar, en la medida de lo posible.

De seguro, esta semana más de algún miembro del gobierno, agitado y asustado por la contingencia, fijó su rostro en alguno de los grandes espejos de Palacio y, por primera vez, no bajó la vista para evitar encontrarse (ya sin la vestimenta de adolescente y con las marcas de la adultez asomando en la cara) con el reflejo del padre que buscaba olvidar.

Suele ocurrir que, cuando los hijos maduran y asumen responsabilidades, la vida deja de entenderse desde el dibujo de la realidad y pasa a confrontarse con ella. Es en ese instante que los hijos comienzan a entender y perdonar a sus padres (y los padres, aun luego de años de maltrato, reciben emocionados el reconocimiento de los hijos), cuando la implacable contingencia se encarga de instalar dificultades que ya no pueden superarse desde la queja impugnadora o el voluntarismo narcisista.

Recién ahí es que los hechos del pasado (en este caso, lo ocurrido en las tres últimas décadas) dejan de diagnosticarse con esa pasmosa facilidad (e ingenuidad) propia del que nunca ha ejercido el poder. Por el contrario, es entonces que el hijo se reivindica con quien, social e ideológicamente, le trajo al mundo, aun cuando esto de pie para que los inmaduros consuetudinarios le enrostren que ya no serán 30 sino 35 años.

He aquí el principal acontecimiento de esta semana: una generación que comienza a madurar junto al timón de la nave del Estado.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.