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Opinión

“Mis hermanos sueñan despiertos”

Por: Bárbara Godoy | Publicado: 20.04.2022
“Mis hermanos sueñan despiertos” Imagen de la película Mis hermanos sueñan despiertos |
Al ver esta conmovedora película de Claudia Huaiquimilla y Pablo Greene, pienso en Lissette Villa, en un juicio que se inicia cinco años después de su muerte al interior de un recinto del Sename, en donde las principales acusadas son dos de sus cuidadoras; pienso que en los últimos 15 años han fallecido 1.188 niños y niñas “al cuidado” de la misma institución.

Tengo un sabor amargo en la boca, un nudo en la garganta, pero que se traduce al nudo ciego que existe en la palabra muerte y en el simbolismo de dejar-morir.

La película “Mis hermanos sueñan despiertos”, de Claudia Huaiquimilla y Pablo Greene, trasciende la ensoñación del inicio en donde dos hermanos comentan despiertos sus sueños, pero también se prometen cumplirlos. Es una promesa que se cumple de la manera más genuina, a través de la fantasía. Una promesa que nos habla de los cúmulos de juramentos existentes para los miles de niños, niñas y jóvenes que son parte del Sename, que “son parte” por estar presos, segregados, sin derechos y a su suerte.

Actores nos muestran relatos de jóvenes que existen de verdad: que roban, trafican, matan, se prostituyen, son abandonados y son enjuiciados por ser víctimas de un sistema, que no supo pensar en más opciones de rehabilitación y reinserción.

Pienso en Lissette Villa, en un juicio que se inicia cinco años después de su muerte al interior de un recinto del Sename, en donde las principales acusadas son dos de sus cuidadoras; pienso que en los últimos 15 años han fallecido 1.188 niños y niñas “al cuidado” de la misma institución. Me aterra pensar más allá, sabiendo que esta institución fue creada en los años 80 y recién desde el año 2005 tenemos estadísticas respecto a casos de muertes y vulneraciones al interior.

Películas como esta no sólo nos permiten cuestionar el hacer y el -no hacer-, nos dan la posibilidad de profundizar críticamente en temas como la muerte, las autolesiones y el suicidio. Ese campo del no-dicho, ese abismo al cual no podemos poner palabras que colmen su no-existir. Podemos hablar desde el miedo que tiene el sentido común, de encontrarse con uno de estos niños/as, adolescentes y que nos “hagan algo” porque son “pequeños delincuentes”, el miedo a que nuestros hijos sean quienes vivan esto.

¿Qué tipo de retorcido privilegio nos hace pensar que somos distintos? Somos humanos, con sueños, con anhelos, frustraciones y melancolías… ¿Será que tenemos que volver a los libros que nos hablan de la lucha de clases y que este, como tantos problemas más, no es cuestión de delitos, y es un conflicto frente a los que tienen más, versus a los desprotegidos socialmente? ¿Será que en el barrio alto, en las grandes incautaciones de drogas con adolescentes en medio, o en las magníficas fiestas de balnearios en donde también se viola la ley, o en las violaciones perpetradas por jóvenes adinerados, ocurren arrestos y confinamientos como estos?

Me pregunto de la manera más tajante: ¿quién define esto?

Recuerdo el año 2016, cuando los creadores del filme visitaron Talca para exhibir -en el marco del Programa Escuela al Cine de la Cineteca Nacional- su opera prima, “Mala junta”, a escolares del Maule, causando gran impacto entre ellos; pero preponderaba en su directora y en su productor el interés por visitar el Sename. Hicimos las gestiones, apoyados de varias buenas personas al interior, que nos permitieron ir a compartir con estos niños y adolescentes sin rostro, pero que en esos momentos pudimos ver sus ojos parpadear y emocionarse con la película. Pudimos conversar, escucharles con sus demandas, quejas y ademanes, tal como son reflejados en la cinta.

Pienso en que desde ese día y, más aún, desde cuando en 2013 tuve que realizar talleres de cine al CIP CRC de Talca por encargo de otra institución pública, nunca pude dejar de sentir ese nudo en la garganta, esa lágrima a punto de salir al partir y alejarme de ellos… Pero que tras unas horas desaparecía, al igual que para todos, porque no era un problema que llegara a sentarse a nuestras casas. No era mucho mérito tratar de ayudarles, ver películas para pasar el rato infinito de su encierro y sentir pena, pensaba. Quizás tampoco lo es hacer una película que dé cuenta de sus vidas, pero algo nos queda: podemos ser esa pequeña fracción que reflexiona acerca del “cómo seria” pensar todo esto nuevamente, el “cómo se podría” articular un nuevo sistema que permita continuar a niños, niñas y adolescentes con sus derechos fundamentales intactos.

Agradezco a sus creadores por permitirnos pensar y por entregarnos la rabia de la cual nunca debiéramos despojarnos al pensar temas como este. Y espero que nunca más vuelva la indiferencia frente a situaciones como esta.

Bárbara Godoy
Gestora Cultural, magíster en Educación de las Humanidades (Literatura y Artes Visuales). Directora de Extensión, Arte y Cultura de la Universidad Católica del Maule (Talca).