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Opinión

La rugosa realidad

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 02.05.2022
La rugosa realidad Convención Constituyente |
Si bien aún no se conoce el texto definitivo que nos propondrán los convencionales (hablaría mal de nosotros manifestarnos a favor o en contra de algo que no se ha leído), es muy probable que no sea la ideología a la que adhiere la gente lo que termine motivando el respaldo o rechazo a ese conjunto de reglas escritas, sino que el cómo perciben que estas se adecúan o no a sus trayectorias y rutinas.

La realidad hace referencia al estado ontológico de las cosas, es una abstracción por medio de la cual se designa la existencia real y efectiva de los seres y las cosas y que va en oposición a lo que pertenece al terreno de la fantasía, la imaginación o la ilusión. Es lo que el joven y atormentado Arthur Rimbaud, en su poema “Adiós”, describe con una magistral imagen: “¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral, ¡ahora soy regresado al suelo, con un deber por buscar y la rugosa realidad por estrechar! ¡Campesino! ¿Me equivoqué? ¿La caridad será en mi caso hermana de la muerte?

En las últimas semanas hemos visto cómo la rugosa realidad se ha dejado caer en el edificio del ex Congreso para recordar, a los convencionales, que las constituciones no guían a las sociedades, sino que las siguen. Es lo que Carl Schmitt (autor de cabecera de algunos convencionales) observa cuando dice que sólo existe una Constitución allí donde existe una previa voluntad colectiva que la discierne, la impone y la sostiene, es decir, una concordia. Si la concordia se transforma en discordia, la Constitución pasa a ser meramente formal, un simple papel incapaz de despertar obediencia.

Por un lado, es bueno recordar, a las izquierdas, que la convocatoria para discutir y redactar una nueva Constitución surgió en medio de un clima violento y regado de fuego, donde las pasiones amedrentaron a la razón a través del despliegue de diversas banderas que representaban distintas formas de vida. Pero con el tiempo hemos ido constatando que, pasado aquel ritual emocional del estallido y llegado los días de la peste y la inflación, esas diversidades de formas de vida no necesariamente siguieron conectando entre sí o, definitivamente, pusieron en paréntesis sus trajes identitarios para cobijarse en los tradicionales imaginarios con que se ha cimentado la comunidad política del último tiempo (la idea de nación, de una memoria común y de una raíz compartida).

Por otro lado, viene bien recordar, a la derecha, la razón del por qué en el plebiscito constitucional de entrada gran parte del país (incluidos muchos de su propio sector) votaron Apruebo: la actual Constitución carece de legitimidad de origen y su conjunto de normas que organizan el poder (y marcan sus límites) son percibidas como un lastre cultural cada vez que se debaten temas como el aborto, la eutanasia, el sistema de pensiones, la educación y los derechos de agua, entre otros. Mantener la actual Constitución significaría, en lo simbólico, mantener a la derecha bajo la sombra de Pinochet (por más que Lagos intente destacar su rol como recauchador firmante) y seguir con un conjunto de reglas que no están adecuadas a la diversidad de formas de vida del Chile del siglo XXI, algo que generaría un permanente clima de tensión en nuestras rutinas.

Enhorabuena, la rugosa realidad, de la mano de las alertas puestas por las encuestas, se aparece en la recta final de armonización de los artículos que contendrá el texto definitivo, para recordar, a los convencionales, el compromiso que asumieron para con este proceso: el de reconstruir, mediante el diálogo y la deliberación, los lazos que constituyen a nuestra sociedad política.

Si bien aún no se conoce el texto definitivo que nos propondrán los convencionales (hablaría mal de nosotros los ciudadanos manifestarnos a favor o en contra de algo que no se ha leído), es muy probable que no sea la ideología a la que adhiere la gente (si es que aún adhieren a alguna) lo que termine motivando el respaldo o rechazo a ese conjunto de reglas escritas, sino que el cómo perciben que estas se adecúan o no a sus trayectorias y rutinas.

Así suele ser la realidad: más pedestre y menos pomposa que los sueños.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.