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Opinión

La moda (de la) basura

Por: Alejandro Marambio y Javiera Cubillos | Publicado: 05.05.2022
La moda (de la) basura Derrumbe del Rana Plaza |
Aunque es el trabajo femenino el que está detrás de estas inhumanas factorías que se encargan de abastecer al mundo con la “moda basura”, la reflexión sobre los impactos del consumo nos concierne a todos y todas.

Si hubiera ocurrido en el autoproclamado “Primer Mundo”, seguro lo recordaríamos y hasta hubiésemos exhibido más de un filtro en Facebook para acompañar nuestras fotos de perfil. Mil cien personas murieron –más de un tercio de las víctimas del ataque al World Trade Center de 2001– tras el desplome del Rana Plaza, un edificio de ocho pisos en Bangladesh que fue sede de numerosos talleres de producción textil para marcas de países del Norte global, hace ya 9 años, el 24 de abril de 2013.

Mil cien personas, quienes trabajaban para esos talleres en pésimas condiciones de higiene y seguridad, con salarios inimaginablemente precarios y que, finalmente, fueron sepultadas por el fuego y los escombros. Mil cien vidas humanas sacrificadas, al menos las que pudieron ser contabilizadas como tales, a costa de las múltiples ofertas que vemos diariamente en los escaparates de las tiendas, no sólo en el Primer Mundo, sino también en países como Chile. ¿Cómo ha sido esto posible?

Efectivamente, una oferta de ropa a tan bajo precio, como podría ser $ 990, resulta irresistible, como diría un buen eslogan. No obstante, frente a todo ofertón deberíamos preguntarnos: ¿cómo se fabricó y a qué costos?, ¿de dónde proviene la ropa que usamos?, ¿quiénes la fabrican y en qué condiciones?, ¿quién paga realmente el costo de una prenda de vestir de $ 990?, ¿cuáles son los costos sociales y humanos (y no humanos) de aquellos productos que nos brindan, al parecer, un ahorro económico?

Estas y otras preguntas podríamos hacerlas en tanto consumidores, pues nuestro rol como consumidores no es ajeno a informarnos y a reflexionar conscientemente respecto a si lo que consumimos podría producirse de otra forma, y tomar acción sobre ello. Un consumo crítico que puede expresar una visión de mundo “alternativa” a través de la regularidad de ciertas decisiones de consumo, pero que también pueda ir desde lo individual a lo colectivo a través de acciones concretas.

Con estas interpelaciones, no queremos caer en la trampa retórica de culpar únicamente a los consumidores de los desatinos de la sociedad de consumo, bajo el mantra de su discutida soberanía –más cuestionable aún en sociedades precarias como la nuestra—. No olvidemos que el escalamiento del consumo de la “moda basura” o “fast fashion” tiene sus orígenes en estructuras económicas que requieren una creciente demanda por dichos bienes, y en la consolidación de un modelo global que mueve las fábricas hacia territorios donde las regulaciones en torno a los derechos laborales y el cuidado del ecosistema son casi nulas. No hablamos, entonces, de consumidores que no pueden controlar sus impulsos, sino de hacer consciente y politizar lo que en apariencia habita sólo el ámbito de lo doméstico, de lo individual o incluso de lo vano, como sería la moda.

Formarnos como consumidores críticos puede implicar actos individuales tales como preferir tal o cual marca, o demandar transparencia por parte de quienes venden masivamente estos productos. Sin embargo, consumir no es sólo comprar, involucra también prácticas tales como usar, apropiar, y, en último caso, tirar, reciclar o reutilizar.

¿Hay alternativas? Siempre hay algo que podemos hacer los individuos, colectivamente, para contrarrestar los efectos sociales y medioambientales de la moda basura. Por ejemplo, evitar ropa que venga de derivados del petróleo, como el nailon, la viscosa o el poliéster. Al hacerlo, impactamos la demanda por petróleo –¡vaya que lo haríamos!–, pues se estima que desde ahí viene el 50% de la producción de la “moda basura”. Es conocido también el impacto que tiene la producción de jeans con incrustaciones o aplicaciones de color, en términos de agua y manejo de productos tóxicos.

Entonces, ¿debo recurrir a prendas que son más caras, justo ahora? No necesariamente. Una primera acción es simplemente no “seguir la moda” (y menos la “basura”), esto es, estirando la vida útil de nuestra ropa. Sí, lo in es tener no una, sino muchas, demasiadas, prendas regalonas, que no queremos botar. Una acción importante para ello (y no, no es cosa de mujeres) es aprender a reparar nuestra ropa (de hecho, reparar cualquier cosa es crucial para evitar el escalamiento del consumo).

¿Puede ser sostenible la moda? Por supuesto que preferir lo producción local y la más sustentable en términos de materiales, producción y condiciones laborales siempre constituirá una acción relevante. También preferir ropa de segunda mano –sin caer en el desastre del desierto de Atacama— y favorecer el reciclaje de ropa. ¿Cosas de mujeres? Por supuesto que no. Aunque es precisamente el trabajo femenino el que está detrás de estas inhumanas factorías que se encargan de abastecer al mundo con la “moda basura”, la reflexión sobre los impactos del consumo nos concierne a todos y todas.

Alejandro Marambio y Javiera Cubillos
Alejandro Marambio es doctor en Sociología. Javiera Cubillos es doctora en Ciencias Políticas. Ambos son investigadores del Centro de Estudios Urbano Territoriales (CEUT), y docentes de la Escuela de Sociología de la Universidad del Maule. Esta columna es un avance de un Proyecto Fondecyt.