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Opinión

El equilibrio inestable de la Tierra

Por: Nicolás Nazal | Publicado: 25.05.2022
El equilibrio inestable de la Tierra |
Para detener y luego revertir los nefastos efectos que hemos causado sobre el planeta, debemos no sólo intensificar los esfuerzos que ya están en camino, sino que adoptar un modelo regenerativo que tendrá que ser revolucionario. Este cambio en la manera que nos desenvolvemos en nuestro entorno será más profundo que las anteriores revoluciones cognitivas, agrícolas, científica o industrial y determinará nuestro comportamiento de los próximos siglos.

Así como las estrellas se encienden y colapsan, nuestro planeta tendrá un fin también. Posiblemente la humanidad sufrirá un destino similar, a menos que seamos capaces de poblar otros planetas y galaxias, ya que nuestro sol se apagará inevitablemente algún día. Parece paradójico, entonces, que como especie dediquemos tanto tiempo y recursos en poblar otros planetas de nuestro sistema solar si sabemos que está destinado al colapso.

Afortunadamente para nosotros, el universo que conocemos ha estado expandiéndose por unos 10.000 millones de años y, probablemente, seguirá haciéndolo por un periodo similar. Para entonces nuestras opciones de supervivencia en la era post solar son ciertas, pero exiguas, dependiendo que las teorías de la astrofísica sean lo suficientemente prudentes para darnos ese tiempo que necesitamos, y que los avances de la ciencia en supervivencia extraterrestre se ajusten a esos plazos.

Sin embargo, todas estas elucubraciones sobre vida interestelar en la dimensión tiempo-espacio parecen poco urgentes cuando escuchamos y sentimos las voces de alerta de la dimensión ecológica. Este grito de alerta no viene solamente de científicos involucrados en el conocimiento de frontera, sino que podemos oírlo de personas ordinarias que han vivido lo suficiente para enterarse de los cambios que están sucediendo, o no han perdido esa relación umbilical con nuestra madre tierra. Esta dimensión terrenal, la ecológica, parece ser mucho más urgente que la preocupación de que el sol se apague algún día o que el universo deje de expandirse, colapsando finalmente por la atracción gravitatoria que las diferentes galaxias ejercen sobre él.

Si poco podemos hacer sobre el colapso del universo, podemos ser consecuentes en reconocer que hay mucho por hacer en nuestro planeta azul, si es que queremos conservarlo como lo vamos conociendo. Me refiero a “nuestro” planeta ya que la humanidad ha sido un factor de cambio tan predominante en él, que probablemente sería razonablemente serio hacernos cargo del problema que hemos creado, tanto para nosotros mismos como para los millones de especies con que lo compartimos.  Al parecer, en nuestra naturaleza de cazadores-recolectores, domesticadores de plantas, constructores de pirámides y viajeros espaciales, existe un ímpetu que nos motiva a constantemente modificar nuestro entorno e intentar adaptarlo a nuestro antojo, el cual se va haciendo más fuerte a medida reconocemos lo que hemos sido capaces de hacer.

El impacto que hemos producido es tan antiguo como nuestra evolución, aunque ha crecido exponencialmente de acuerdo a nuestro número y desarrollo de ciencia y tecnología.

Podríamos hacer un mapa de la extinción de grandes animales a medida que el Homo sapiens se expandió por los continentes, por lo que culpar a la civilización o al desarrollo reciente parece un poco extemporáneo y exculpa nuestra naturaleza intrínseca perturbadora. No olvidemos que los grandes mamíferos de América y los marsupiales de Oceanía fueron aniquilados por nuestros antepasados muy probablemente con una tecnología a base de puntas de flecha de huesos y piedras atadas con cueros. Siendo así, cargar la destrucción del planeta al progreso, capitalismo/socialismo, la globalización o incluso al uso de carbón y petróleo como fuente primaria energética en reemplazo de la fotosíntesis, sería apuntar sólo a la punta del iceberg. Nuestra especie ha sido bien descrita como “la sal de la tierra”, la cual en su justa medida puede conservar lo que toca, y al mismo tiempo secarlo hasta desertificarlo todo.

Así, al ya inestable equilibrio natural de nuestro planeta, constantemente afectado por glaciaciones, movimientos de continentes, terremotos, erupciones volcánicas, así como ser blanco de grandes meteoritos, debemos hacernos cargo del desequilibrio causado por la humanidad en esta era que hemos denominado Antropoceno, la cual puede haber comenzado 45.000 años antes del presente y no necesariamente con la revolución industrial. Este “hacernos cargo” podemos evidenciarlo, por ejemplo, en el reciente anuncio del Presidente Biden de aumentar el gasto fiscal relacionado al cambio climático de la nación más poderosa del planeta a casi 45 billones de dólares para el año 2023, lo cual implica alrededor de un aumento del 60% respecto de la era Trump. Sin embargo, a pesar de lo exorbitante que puede parecer esta suma, es exigua cuando la comparamos con el gasto militar de esa nación para el mismo periodo, que será de 721 billones, o con el valor bursátil de una de la compañía petrolera Exxon Mobil, el cual supera los 366 billones de valor de mercado.

Es evidente entonces que, primero para detener y luego revertir los nefastos efectos que hemos causado sobre el planeta, llámese calentamiento global, extinción de especies o interrupción de los ciclos naturales, debemos no sólo intensificar los esfuerzos que ya están en camino, sino que adoptar un modelo regenerativo que tendrá que ser revolucionario. Este cambio en la manera que nos desenvolvemos en nuestro entorno será más profundo que las anteriores revoluciones cognitivas, agrícolas, científica o industrial y determinará nuestro comportamiento de los próximos siglos.

Nuestros compromisos actuales, ya sean de descarbonización, desmaterialización, transición hacia uso de energías limpias y protección de los últimos ecosistemas prístinos, no son más que un camino hacia una nueva relación de nuestra especie con la naturaleza; un cambio de conducta que nunca antes la humanidad ha enfrentado y será la que permita a nuestra especie y las demás con que convivimos puedan mantener su permanencia mientras el sol siga brillando.

Nicolás Nazal
Consultor ambiental y economista ecológico.