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Opinión

La Constitución del 22, la del 80 y la “ideal”

Por: Dante Riquelme y Antonia Urrutia | Publicado: 27.05.2022
La Constitución del 22, la del 80 y la “ideal” | Meme difundido en rrss
El 4 de septiembre, la decisión no será contra la Constitución de nuestros sueños, esa que nunca se escribió y probablemente nunca se escribirá, sino que será entre un nuevo proyecto de país o la consecución del modelo que ha regido hasta ahora.

Durante los últimos días se publicaron dos columnas de opinión en el periódico El Mercurio que vale la pena desgranar. Nos referimos a los textos “Sólo un Dios podrá salvarnos” de Cristián Warnken (jueves 19 de mayo) y “Trust” de Adriana Valdés (viernes 13 de mayo), en las cuales ambos reflexionan críticamente sobre algunos aspectos del momento en que se encuentra el proceso constituyente.

El día jueves recién pasado, el líder de los “Amarillos por Chile” se refirió a la necesidad de un “nuevo estado de ánimo” que logre desplazar una política contaminada por la ira y el resentimiento, un ánimo que reemplazaría lo que, a sus ojos, ha sido un autocomplaciente proceso constituyente por otro “más bello”. Así, a su criterio, tomaría forma aquel texto reformista que no se escribió nunca y que nos aseguraría un espacio a todos y todas. A esto se suma que Adriana Valdés, días antes, y a raíz de un sesudo análisis de Trust, la nueva novela de Hernán Díaz (que, dicho sea de paso, leeremos con mucho interés apenas se publique su traducción al español), se pregunta si acaso el poder político delegado en la Convención Constituyente ha podido construir, en el borrador de la nueva Constitución, un relato coherente que interprete a la ciudadanía.

Ambas premisas, en distinta magnitud, apelan a una pregunta que sería esencial para evaluar la votación de sus autores de cara al plebiscito de salida del 4 de septiembre: ¿podría otra propuesta de Constitución representar y aunar de mejor manera los intereses de la ciudadanía? Nos parece que esa es la pregunta que subyace en ambas columnas, que hace eco de algunas propuestas de la derecha y se cuchichea también en varios sectores que plantean resquemores con las normas aprobadas por la Convención. Sin embargo, esta pregunta puede llevarnos a caer en una trampa peligrosa.

En primer lugar, hay que entender que, en el plano concreto, es normal e incluso deseable que para toda persona la propuesta de Constitución emanada por parte de la Convención Constitucional resulte perfectible. No sólo porque ser críticos y suspicaces de lo que nos dan nuestros representantes es un sano ejercicio ciudadano, sino también porque es lógico pensar que, en una Convención que reunió representantes de sectores tan diversos, sus participantes hayan tenido que ceder en sus posturas para dar forma a un texto que responda a la mayoría signada por los 2/3.Esto no quiere decir que haya un problema con el texto ni con el proceso que le ha dado forma; es más, el mismo texto de nueva Constitución se asume perfectible y susceptible a evolucionar con el tiempo, al incorporar mecanismos mucho más democráticos para su reforma y reemplazo de los que lo hace la autodefensiva y rígida Constitución de 1980. Pensar que alguien se verá perfectamente interpretado por un texto acordado democráticamente es irreal; sin embargo, sí se puede evaluar la proximidad que las personas sienten hacia ella.

Además, ¿qué implica esta disyuntiva en la evaluación sobre el proceso constituyente de cara al plebiscito del 4 de septiembre? Pareciera ser que, según lo que se desprende de las palabras de Warnken, mientras más se parezca la propuesta para la nueva Constitución a aquel proyecto “más bello”, más probabilidades habría de aprobarlo. Es decir, el borrador competiría contra el proyecto ideal que no se concretó, aquel que haría carne del mejor de los mundos posibles. Y si ese es el criterio utilizado para definir el voto, no quedaría otra opción que rechazar. Sin embargo, ese juicio tiene un pecado original: su idealismo. En el plebiscito no compite la propuesta de Constitución contra lo que pudo ser, sino contra lo que ha regido nuestro país hasta hoy. Por consecuencia, tenemos la impresión de que Adriana Valdés falla en los cuestionamientos que le realiza al borrador a plebiscitar: la pregunta no sería si el proyecto de Constitución interpreta o no a la ciudadanía del presente, sino, más bien, cuál de las dos constituciones, la de 1980 o la de la Convención, interpreta de mejor manera a la ciudadanía. Y ante esa pregunta podremos encontrar razones mucho más concretas que permitan definir una posición de manera honesta.

Es nuestro derecho como ciudadanía tener críticas legítimas al funcionamiento de la Convención Constitucional e incluso sus resultados, pero el 4 de septiembre, dentro de la urna y frente a nosotros en el papel, la decisión no será contra la Constitución de nuestros sueños, esa que nunca se escribió y probablemente nunca se escribirá, sino que será entre un nuevo proyecto de país o la consecución del modelo que ha regido hasta ahora.

Por supuesto, ambas opciones son igualmente válidas, pero es sano dejar este ejercicio de política-ficción que se desprende de lo propuesto por Warknen y Valdés. El debate sólo se enriquece al comparar el borrador con la materialidad que hemos vivido y no con el proyecto de lo que podría ser, individual y atómicamente, esa supuesta Constitución ideal.

Dante Riquelme y Antonia Urrutia
Dante Riquelme es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica. Antonia Urrutia es licenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales. Militantes de Convergencia Social.