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Opinión

Contra Carlos Peña (o Del conocimiento rebajado a la voz solemne)

Por: René Quintanilla | Publicado: 06.06.2022
Contra Carlos Peña (o Del conocimiento rebajado a la voz solemne) | Agencia Uno
Carlos Peña es la mejor representación de aquella intelectualidad chilena que Nicanor Parra llamó “del tonto solemne». Es la voz de la academia intelectual chilena. Y, por eso mismo, es una voz aburrida, soporífera, y sin ninguna pasión por la vida humana.

Cierto desprecio por Carlos Peña viene de que es él quien mejor representa la intelectualidad chilena cuya concepción de conocimiento es vomitar información y ser una inmensa colección de citas de autores.

Basta leer un libro o escuchar una conferencia de Carlos Peña, y darnos cuenta de algo triste y desolador (triste y desolador porque a él, por alguna razón, se le ha dado el status de ser un “intelectual”, alguien que “sabe” de filosofía y humanidades): Carlos Peña sólo habla y expone. Nada más. Y quizás exponga bien. Quizás su exposición permite darnos cuenta de que Carlos Peña ha leído mucho, pero es un conocimiento desgajado totalmente de la pasión propia de quien conoce verdaderamente; está ausente la vitalidad de quien concibe al conocimiento como parte de nuestra vida individual y de nuestra vida en comunidad.

Carlos Peña concibe al conocimiento como algo que simplemente debemos exponer, de lo cual sólo debemos hablar. Carlos Peña es la mejor representación de aquella intelectualidad chilena que Nicanor Parra llamó “del tonto solemne”, hace más de 60 años. Es la voz de la academia intelectual chilena; la voz de las Facultades de Filosofía y Humanidades, de las Facultades de Derecho, de las Facultades de Ciencias Sociales. Y, por eso mismo, por ser la voz de esa intelectualidad, es una voz aburrida, soporífera, y sin ninguna pasión por la vida humana.

El desprecio por Carlos Peña es porque prefiere publicar sus artículos en El Mercurio, para que lo lean los mismos “tontos solemnes” que él sabe que le aplaudirán y se humillarán ante él felicitándole su supuesta perspicacia, su supuesto ojo crítico ante los procesos históricos en Chile.

Carlos Peña sólo publica o habla donde sabe que le aplaudirán; sólo habla y publica donde sabe que llorarán de emoción ante miles de citas que no tienen ningún sentido orgánico en el discurso o el texto, sino que su único sentido e intención es usar al conocimiento, es usar a lo que ha leído como un botín, como un lujo que hay que lucir.

Si un personaje kafkiano siente que la solución y salida de su absurda situación es inaccesible, una persona común y corriente sentirá inconmensurablemente inaccesible el conocimiento humanista al escuchar a Carlos Peña; y esa es la desesperanza que nos produce la voz de la intelectualidad chilena: hacer del conocimiento humanista, que debe ser esencialmente un riesgo, un conocimiento que dignifique la condición humana y la vida humana en el mundo, una mera exposición de información, un simple discurso en que una voz tontamente solemne, que se toma demasiado en serio a sí misma, habla de lo que ha leído, y que pareciera que ni siquiera es que invite a leer, sino que refriega en nuestros rostros todo lo que no hemos leído.

La voz de Carlos Peña nos lleva a las Facultades de Humanidades y de Ciencias Sociales de las universidades, y que sea aquello el diagnóstico del estado del conocimiento humanista en Chile en estos momentos: el conocimiento completamente separado de la praxis y de la apuesta vital.
El conocimiento humanista, específicamente el filosófico, es una apuesta de vida, es un cuestionamiento peligroso, una duda que pone en jaque aun lo más obvio y lo fáctico; un asombro que es propio de quien no ve al mundo como un objeto ya dado por conocido, sino que ve al mundo como una experiencia vital que nunca se agotará.

Dígame usted mismo, lectora o lector, si Carlos Peña es algo de esto o es, más bien, un compendio de citas de Rawls, Kant, Marx o Heidegger. Citas que, claramente, están despojadas de toda la vitalidad con la que escribían y hablaban estos filósofos. Es decir, hasta a la cita misma Carlos Peña la despoja de toda vida; ni citar puede sin arrebatarle al conocimiento: si el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, Carlos Peña convierte todo lo que dice o escribe en vacía erudición. Y es por eso que Carlos Peña es la perfecta representación de la intelectualidad chilena, pues en su voz o en sus palabras no está él; no hay nadie en sus palabras.

Carlos Peña no se entrega a lo que lee o que conoce, sino que intenta poseerlo y dominarlo y, al citarlo o exponerlo, domesticarlo como si fuera una mascota que le debe respeto y miedo. Es casi una vergüenza que la intelectualidad chilena haya convertido a Carlos Peña en alguien que sabe de filosofía, o que sea alguien respetable en el conocimiento filosófico.

En la conferencia “¿Por qué Filosofía?”, charla inaugural del Departamento de Filosofía de la Universidad Diego Portales en 2018, Carlos Peña fue presentado como “una mente filosófica”. Lloré de real impotencia e indignación cuando escuché eso. Porque no hay mejor forma de rebajar la filosofía que relacionándola con Carlos Peña.
Carlos Peña no es nadie cuando habla o escribe; es un intelectual, y por eso es que no tiene nada de filosófico algo que diga o escriba. Puede ser cualquiera, cualquier profesor academicista. Y es esta representación del intelectual chileno de donde nacen iniciativas como “Amarillos por Chile”, es decir, la intelectualidad chilena que de repente se horroriza ante el entendimiento de que el conocimiento involucra una praxis radical. Esto ocurre porque el conocimiento que no conlleva ninguna praxis, es escolástica inútil y despreciable.

Carlos Peña o “Amarillos por Chile” son lo mismo en el fondo: la representación de aquellos que conocen sólo para mirar hacia abajo a los demás; que sólo conocen para hacer del conocimiento un artículo de lujo. El conocimiento como artículo de lujo es siempre servicial. Y Carlos Peña es alguien extremadamente servicial a que las cosas sigan siendo como son. Usted determinará si que las cosas sigan siendo como son es algo bueno o malo, justo o injusto.

René Quintanilla
Estudiante de cuarto año de Licenciatura en Filosofía.