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Cumbre de las Américas: ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario

Por: Sergio Molina Monasterios | Publicado: 09.06.2022
Cumbre de las Américas: ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario Joe Biden | Kevin Lamarque/Alamy
La Cumbre de las Américas no fracasará, pero tampoco será un éxito. Como dice Cantinflas, “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”. No mueve la aguja de la relación de América Latina con EE.UU. y confirma la incomprensión de la administración norteamericana sobre nuestra región. (Nota al margen: antes de ir a Los Ángeles, Gabriel Boric visitó Canadá e hizo un atractivo dúo con el Primer Ministro Justin Trudeau. Tan afinados estuvieron, que su visita a una cervecería, sus discursos trilingües y el abrazo final que se dieron aún no ha encontrado la pluma que se merecen).

La Cumbre de las Américas siempre ha sido más compleja que otras cumbres. Quizá porque la presencia de EE.UU. es omnisciente en ellas y sus éxitos o fracasos se parecen mucho a los éxitos y fracasos entre el país más poderoso del mundo con la región más a mano que tiene.

Recordemos la de Mar del Plata en 2005, Cumbre que se convirtió en una gran manifestación contra un EE.UU. post 11 de septiembre, en ese entonces casi exclusivamente dedicado al Medio Oriente; aquella en la que George Bush fue abucheado por la intervención militar a Irak y Afganistán; y en la que destacaron Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Diego Maradona, tres personajes que ya dejaron nuestros escenarios.

Esta semana, el desaire norteamericano a Cuba, Venezuela y Nicaragua (no los invitó a Los Ángeles por —dijo— sus violaciones permanentes a la democracia y los Derechos Humanos) fue un desaire con consecuencias.

Entre otras, dio un argumento para que muchos respiren aliviados y eviten subirse al avión, entre ellos, la Presidenta de Honduras, el de Bolivia o el Presidente de México (lo cual no quiere decir que no manden a sus cancilleres y que, además, digan que pronto irán a EE.UU. a besar las manos que haya que besar).

En efecto, Andrés López Obrador (que no va ahora pero que viajará en julio), argumentó a través de su canciller, Marcelo Ebrard, que la exclusión de tres países latinoamericanos resulta inconsistente y contradictoria con la realidad que impera en otras organizaciones internacionales; reiterando lo que ya todos —menos EE.UU.— saben: “que las sanciones políticas y económicas impuestas como instrumentos para el cambio de regímenes políticos han fallado en forma recurrente y, usualmente, sólo han provocado daño a la población civil”.

México tiene un punto (o varios): por ejemplo, Naciones Unidas y sus agencias no funcionarían si hubiera exclusiones similares a las que quiere hacer Joe Biden; además, por principio, ningún país tendría el derecho de excluir a otro, porque, a decir de Ebrard, “la membresía en la Cumbre de las Américas no es –ni ha sido– una prerrogativa del país anfitrión. La Cumbre de las Américas es o debería ser de todos, no de quienes la hospedan”.

A diferencia de otros países como México, Honduras o Bolivia, el Presidente chileno sí asiste a Los Ángeles y se luce en su segunda gira internacional. Nota al margen: antes visitó Canadá e hizo un dúo político afinado y cool con el primer ministro de ese país, Justin Trudeau. Tan afinado, que su visita a una cervecería de moda, sus discursos trilingües y el abrazo final, aún no ha encontrado la pluma que se merecen.

Boric llegó a Los Ángeles y también criticó la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, esta vez con otro argumento incontrastable: para hablar con alguien (de derechos humanos, de democracia, de migración o de lo que sea) es imprescindible que estén sentados en la mesa.

Así las cosas, teniendo en cuenta a quien se invitó y a quien no, quién va y quién no, la Cumbre no fracasará, pero tampoco será un éxito. O, como dice Cantinflas, “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”. En resumen, no moverá la aguja en la relación regional con el gigante del norte, pero sí dará muestras de su lento e inevitable declive que, en cosas como éstas, se vislumbra.

A esta altura, lo más notable es la confirmación del desconocimiento de la región por parte de las administraciones norteamericanas o, más bien, su incapacidad por entender su pulso político. Un ejemplo para reafirmar esa idea. El año pasado, la vicepresidenta Kamala Harris presentó una estrategia para “combatir las raíces estructurales de la migración”. El plan se concentra en el Triángulo Norte y se basa en “abordar la inseguridad económica y la desigualdad; combatir la corrupción, etc.”.

No es motivo de esta columna analizar esa estrategia, pero sí destacar el hecho de que recién en 2021 EE.UU. se proponga abordar causas que estuvieron ahí hace décadas y que explican a cabalidad los fenómenos que más le preocupan.

Han corrido ríos de tinta (y lo seguirán haciendo) sobre las relaciones norteamericanas con el continente, pero lo que no deja de sorprender de estos episodios son las dificultades que tienen algunos para comprender con más certeza los procesos políticos y la idiosincrasia latinoamericana.

Sergio Molina Monasterios
Periodista y analista internacional boliviano-chileno, doctor en Estudios Americanos. Coautor del podcast “Hermanos entre Fronteras” en el que se habla de Chile y Bolivia.