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Bernard Williams y el beneficio ético del diálogo

Por: Rogelio Rodríguez | Publicado: 13.06.2022
Bernard Williams y el beneficio ético del diálogo Bernard Williams |
Leyendo a Bernard Williams sobre la importancia de la filosofía platónica, reconocemos la deuda que tenemos con el pensamiento griego, y con Platón en particular. Un buen indicador para medir el grado de madurez y sanidad de nuestra propia sociedad es ver hasta qué punto la práctica del diálogo está instalada como ejercicio ciudadano entre nosotros.

El 10 de junio se conmemoró el decimonoveno aniversario del fallecimiento del filósofo inglés Bernard Williams (1929-2003), pensador sobresaliente cuyas preocupaciones intelectuales recorrieron, fundamentalmente, los terrenos de la ética, de la historia de la filosofía y de la reflexión política.

A modo de homenaje, destacamos su libro El sentido del pasado (Fondo de Cultura Económica, 2012), obra conformada por 25 ensayos escritos a lo largo de 41 años, donde indaga con profundidad en las ideas de las principales figuras del pensamiento occidental, desde Homero, los filósofos presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por Descartes, Hume, Nietzsche, Collingwood, hasta el contemporáneo Wittgenstein.

Williams, entre los pensadores examinados, pone de relieve a Platón, en quien encuentra que convergen nítidamente las cualidades de los grandes filósofos: fuerza intelectual, hondura reflexiva, amplio alcance de miras, fértil imaginación, no conformismo con la seguridad superficial y los dones de un notable escritor.

Resalta el hecho de que Platón no escribió tratados, como la mayoría de los maestros pensadores de Occidente, sino Diálogos. Este estilo de escritos no pretende ser vehículo de un mensaje determinado, pues no intenta controlar las mentes de los lectores, sino abrirlas al examen y la reflexión. El diálogo es una invitación a pensar.

Dos cosas ocurren con los Diálogos de Platón. Primero, reflejan la generosidad de un pensador que no cierra las puertas a las diversas maneras de enfocar un tema; que respeta, al punto de exponerlas abiertamente, las tesis de interlocutores que argumentan contrariamente a sus planteamientos. Segundo, que no siempre son garantía de alcanzar un conocimiento seguro o una verdad. Muchas de las obras platónicas finalizan sin que se alcancen conclusiones definitivas, es decir, mostrando caminos intelectuales “aporéticos” o callejones sin salida.

Sin embargo  –y tal es el legado de Platón–,  como ejercicio de razonamiento, como genuino gesto filosófico, el diálogo es un proceso dialéctico que contribuye en alta medida al enriquecimiento y crecimiento de los participantes, es la representación intelectual en su más lograda condición y, además, es el espacio preciso para poner de relieve principios éticos fundamentales para la convivencia humana, como el reconocimiento de la propia ignorancia, el respeto al derecho de expresión del otro, el reconocimiento del oponente como un igual.

Leyendo las páginas de Bernard Williams sobre la importancia de la filosofía platónica, no se puede desconocer la deuda que tenemos con el pensamiento griego antiguo, en general, y con Platón, en particular.

Incluso, un buen indicador para medir el grado de madurez y sanidad de nuestra propia sociedad puede ser explorar hasta qué punto la práctica del diálogo está instalada como ejercicio ciudadano entre nosotros (hasta qué punto hemos recogido y aprovechado esta herencia valiosa). Porque una sociedad en que se teme la crítica y la confrontación de razones, en que lo “políticamente correcto” se torna un escudo para no fomentar el debate ni la libre expresión de ideas, es sin ninguna duda un espacio de convivencia social cerrado y enfermo.

Rogelio Rodríguez
Licenciado en Filosofía y magíster en Educación. Académico de varias universidades.