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Opinión

Las palabras sin palabras

Por: Francisco Javier Villegas | Publicado: 04.07.2022
Las palabras sin palabras Migrantes muertos en San Antonio, Texas |
Cuesta explicar con palabras el poder de las palabras. Por eso algunos dicen que no importa tanto lo que uno diga o lo que tú dices, sino que lo que los otros creen de lo que dices.

En pleno invierno, desde el desierto, las palabras surcan lo que buscamos para intentar dar la solución a este fruto prohibido: ¿cómo vivir la hoja de la existencia sin la amenaza de morir porque no podemos llegar a fin de mes, o cómo llegar a viejos sin que ello sea una absoluta condena? Lo que tenemos, en concreto, es que la gente quiere mejorar su suerte; a pesar de que las personas afanan entre la pérdida del billete y lo que dice el gobierno, en los últimos días.

Tantos vicios en esta época que la forma de resolver las problemáticas ya ni siquiera cae en el paradigma del dolor, sino que en la instantaneidad de las palabras con todo lo que contienen: argumento, furia, deseo, prosperidad, engaño, destrucción, demagogia, cinismo o manipulación.

Sería muy improductivo hacer una disección de las palabras de las informaciones y de cómo las cosas determinan nuestro musgo humano. Dirían que estamos enfermos analizando discursos y textos. Pero las personas no florecen en sus propios cuerpos por las palabras, por el mérito o la creatividad porque ese cúmulo de cosas, muchas veces, no es una vía para desarrollar promesas o trabajos adecuados. Todos sabemos que el mérito técnico, en muchos casos, es una tragedia, que no se expresa en vocablos. De ahí que la presencia del otro, al parecer, es sólo demagogia o bien una línea de estudio filosófico, porque ahora que me pregunto por la existencia de estos días sólo veo una masa amorfa que intenta dar una identidad, pero que al temer a la libertad, en el juego de si decimos lo que nadie quiere escuchar, la comprensión de esta cultura que tenemos en el país será quedarnos inútilmente estáticos porque no sabemos qué es lo que dificulta nuestra convivencia.

La contundencia de los hechos así lo demuestra. El poder importa, pero la cultura no. Las palabras son manejadas por todos aquellos que tienen poder porque las palabras pueden explotar en nuestra población ciudadana, aunque ellas sean volátiles, de gravedad, o polémicas en su convencimiento. Por esa razón alguien escribió alguna vez: “para cambiar cualquier cosa, empieza en todas partes”. Si tuviéramos esa opción, aunque muchos le tienen temor a la libertad, podríamos comenzar con la pregunta “¿qué harías ahora mismo para cambiar?”, pensando bien las ideas e incluyendo todas las esferas de la propia vida. Pero, usted, ¿se imagina algo?, ¿dejaría el laburo para ir de vacaciones, por ejemplo?, ¿pediría luchar por los cambios repensando todas las lógicas de esos mismos cambios?, ¿se preguntaría por lo que nos limita para la autodeterminación? o ¿dejamos de escuchar informaciones porque algo está pasando en el lenguaje público?

A menudo hablamos de noticias hechas con palabras y leemos o escuchamos algunas tan contundentes e impactantes como la del camión hallado con, a lo menos, 51 migrantes muertos en un paso fronterizo de San Antonio, Texas, en Estados Unidos. Y nos estremece, además, por la compulsión de los medios para informar algo; pero no para referir el sentido de indignación que abriga el ser humano respecto de por qué ocurren esas cosas. La comprensión de la barbaridad empuja toda esta vida hasta cerrar los ojos soñando que ya no existe la miseria humana porque, en esta rígida violencia, los pobres son más pobres, incluyendo la pobreza virtual.

Resulta difícil entender lo siguiente: a lo largo de la historia se ha hecho más daño por obediencia de corderos que por malicia. Entonces, si queremos aportar o queremos plantear la idea del cambio, a través de las palabras, el primer paso es reflexionar acerca de las medidas y las órdenes, así como de la información. Ya lo dijo Byung-Chul Han: la información no tiene capacidad orientativa.

Si fuéramos responsables de nuestras creencias y decisiones, tendríamos que comprometernos con los criterios de la existencia y de lo que sucede alrededor de nosotros. En el fondo, asumir que tenemos un poder y que debiéramos actuar en eso para realizar de lleno el potencial que tenemos, casi como un don. Y todo a través de las palabras. ¿Cómo desarrollar capacidades, entonces, que aumenten el sentido de la reflexión y de la libertad? Por esa razón me pregunto si la sociedad comprende los mensajes que se derivan del poder, de los medios de comunicación o de la retórica política, aunque decir retórica sería algo enriquecedor para advertir que las personas no saben demasiado lo que es un pecado capital y que tiene su pulsión.

Cuesta explicar con palabras el poder de las palabras. Por eso algunos dicen que no importa tanto lo que uno diga o lo que tú dices, sino que lo que los otros creen de lo que dices. Si hay palabras milagrosas, como dice la poeta Anne Sexton, entonces “la explosión de los malestares” derivados del estallido social, que aún existen, puede ser tan enriquecedor para la esencia de la vida que las palabras nos pueden brindar la cura de nuestras imágenes y sensaciones para no creer más que una oficina burocrática es lo más parecido a la vida eterna.

Francisco Javier Villegas
Escritor y profesor, Antofagasta.