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Opinión

El bono Lagos

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 06.07.2022
El bono Lagos |
Es bueno recordar y dimensionar que el devenir de este gobierno ha quedado atado al proceso constituyente y su evaluación final considerará la capacidad de manejo político con la que el capitán Gabriel Boric, el próximo 5 de septiembre, comenzará el zarpe de un largo y turbulento viaje hacia el reencuentro.

La bullada carta de Ricardo Lagos Escobar no hace más que poner en la mesa algo obvio: independiente de cual sea el resultado del plebiscito de salida, este será el comienzo de un largo proceso político, social y cultural de una joven república latinoamericana que ha aterrizado, vertiginosa y accidentadamente, en el aeropuerto de la hipermodernidad (con una diversidad de malestares materiales y posmateriales a cuestas).

Como viejo político que se ha paseado por el teatro del poder con ropajes de estadista, Lagos entiende que la estrecha llegada del 4 de septiembre no resistirá gustitos de ningún sector que pretenda llevarse la pelota para la casa: ni el status quo podrá mantener la actual Constitución haciéndose el desentendido de cómo llegamos hasta este momento (una de las crisis sociales más inflamables de nuestra historia) ni el anhelo revolucionario podrá sostenerse en medio de un crudo presente que parece no estar para hacer realidad papers universitarios.

No cabe duda que, para toda una generación, no da lo mismo lo que el ex Presidente socialista salga a declarar sobre este proceso, pues se trata del principal símbolo de los denominados “30 años” y un personaje al que “la nueva política” pensaba que había enterrado definitivamente, como si se tratara de uno esos personajes hollywoodenses que perturban a los adolescentes inseguros, tipo Freddy Krueger o Vecna. Para una parte importante de los políticos que hoy gobiernan, los viejos estandartes del progresismo representan un espejo a través del cual ellos mismos se ven reflejados, ya sin mucho pelo, con corbatas bien ajustadas y sin la risa burlona de la inmadurez.

Y es que cuando la arrogancia de los jóvenes se encuentra con algún acontecimiento de proporciones (esos que te recuerdan la fragilidad de la infancia), suele aparecer la imagen del vilipendiado padre como un refugio de consuelo o sostén para hacer frente a adversidades que requieren de la experiencia de la razón (o de la razón de la experiencia). Es lo que pasa entre Lagos y el actual gobierno o, mejor dicho, entre el gobierno y el resultado del plebiscito de salida. Para un gobierno que se casó con la opción del Apruebo, resultaría suicida no considerar un bote salvavidas en caso de un triunfo del Rechazo, más aún, en un escenario de complejidad económica, alta delincuencia y estrés pospandémico.

La figura de Lagos, más allá de su humanidad, pudiera simbolizar una especie de “bono consenso” que el gobierno requerirá para no volver a punto cero en caso de un triunfo del Rechazo, pero también para destrabar las muchas leyes que deberán pasar por el Congreso en caso de ganar el Apruebo. Para nadie es novedad que este anciano político, en medio de una disputa entre amigos y enemigos (esas disputas promovidas en la Convención por la literatura de Carl Schmitt y Chantal Mouffe), puede ayudar a convocar a una amplia franja de creencias y símbolos más allá de los extremos, algo que viene bien para tiempos en los que se necesitará de mucha generosidad y paciencia ciudadana.

Es bueno recordar y dimensionar que el devenir de este gobierno ha quedado atado al proceso constituyente y su evaluación final considerará la capacidad de manejo político con la que el capitán Gabriel Boric, el próximo 5 de septiembre, comenzará el zarpe de un largo y turbulento viaje hacia el reencuentro.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.