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Crisis y desastres en el Chile constituyente: de síntomas a causas

Por: Ricardo Fuentealba | Publicado: 25.07.2022
Crisis y desastres en el Chile constituyente: de síntomas a causas | Agencia Uno
Decidir por una Constitución que promueve un desarrollo más justo y sustentable está en nuestras manos. Solo esto permitirá transitar de los síntomas a las causas profundas de la vulnerabilidad y el malestar, con gobiernos e instituciones más efectivas, comunidades más solidarias, territorios y ciudades con mayor equidad. Sería un verdadero desastre dejar las cosas como están.

La crisis sociopolítica que comenzó en Chile el 18 de octubre de 2019 es a veces leída como un ‘desastre’ relacionado a la naturaleza. Se dice que fue un ‘terremoto’ social, un movimiento ‘telúrico’ que arremetió a la sociedad chilena. Se dice que hubo una ‘erupción’ de malestar, después de décadas ‘acumulándose energía’. Estas interpretaciones nos recuerdan otros eventos tales como el terremoto del 27 de febrero de 2010, posiblemente el último gran desastre que ha aquejado a Chile. Más allá de las evidentes diferencias entre ambos procesos, creo que hay algunas similitudes a considerar para el actual proceso constituyente.

Por décadas, se ha dejado de hablar de desastres ‘naturales’, para poner el foco en la sociedad y cómo esta construye el riesgo en relación a su ambiente. Por ello es que no es aleatorio que los impactos inmediatos y de largo plazo de un desastre se concentren en grupos sociales que viven con alguna desventaja social. La vulnerabilidad de las personas está claramente en juego en cómo se desenvuelve un desastre, y ésta depende de la sociedad, no de la naturaleza. Por otro lado, podemos hacer un símil con el estallido social que comienza el 18 de octubre de 2019. Lo que ocurrió entonces se relaciona con un modelo de país que produjo un alto nivel de malestar social. Una sociedad que siguió por décadas un desarrollo que no era inclusivo, terminó por estallar.

Por definición, los fenómenos sociales no se pueden predecir ya que son demasiado complejos. Procesos como el que comenzó el 18 de octubre no responden a leyes universales. Pero eso no quiere decir que sean enteramente extraños o ajenos al diario vivir –o que, como aludiera la entonces Primera Dama, sean producto de un ataque alienígena. Siglos de estudio de la sociedad demuestran que a veces solo se requiere una chispa, un gatillo, para que todo cambie. Y esta puede ser el alza del pasaje del transporte público o un terremoto (o inundación, aluvión, frente de mal tiempo, etc.), en tanto son eventos que evidencian problemas sociales más profundos.

Esta es una característica que comparten crisis y desastres por igual. Ambos procesos comparten algún nivel de estrés colectivo en que se suspende cierta normalidad: no solo emergen lazos sociales o prácticas excepcionales, sino también discursos que cuestionan la legitimidad del sistema que escondía los problemas de base. Crisis y desastres son síntomas y aunque tales problemas sean ignorados, siguen existiendo y aquejando a parte importante de la sociedad.

¿Qué hacer entonces? De la mano de establecer los desastres como procesos sociales y no naturales, recientemente hay un importante esfuerzo para ir a las causas y no los síntomas de estos. Si ocurre un desastre, ya fallamos. Por ende, muchas iniciativas y políticas actuales sobre gestión y reducción del riesgo de desastres se enfocan en la sociedad y no la naturaleza. Independiente de la excelencia de normas sísmicas, y por más infraestructura que se construya para frenar los impactos de la naturaleza, prevenir un desastre requiere que comunidades y gobiernos estén mejor preparados. Y esto funciona mejor cuando existen mayores niveles de bienestar y equidad social.

Una sociedad más inclusiva es por tanto una característica base para prevenir futuras crisis y desastres. Tenemos que reaccionar mejor frente a emergencias, de eso no hay duda. Pero, sobre todo, debemos promover un modelo de sociedad que reconozca a los grupos históricamente desventajados, a la vez que distribuye de mejor manera los frutos ganados. Decidir por una Constitución que promueva un desarrollo más justo y sustentable está en nuestras manos. Solo esto permitirá transitar de los síntomas a las causas profundas de la vulnerabilidad y el malestar, con gobiernos e instituciones más efectivas, comunidades más solidarias, territorios y ciudades con mayor equidad. Sería un verdadero desastre dejar las cosas como están.

Ricardo Fuentealba
Investigador postdoctoral del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de O’Higgins.