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Opinión

«Progresistas» y culposos

Por: Jaime Collyer | Publicado: 27.08.2022
«Progresistas» y culposos |
Los que enervan un poco el ambiente plebiscitario son estas almas virtuosas que aún se autoadjudican el cartel de “progresistas” o “centroizquierdistas”, a la vez que se preparan a votar para preservar el actual orden de cosas, lo adornen ellos mismos como lo adornen.

Hay algo llamativo en la facción heterogénea del Rechazo, conformada por cavernícolas de ultraderecha, la derecha a secas y ese segmento añadido que aún se postula como “progresista”, al que le cuesta asumir públicamente su decisión, quizá por temor a que se le vea la doble intención, una propensión reprochable –al menos en una parte de él– a la tarima y la figuración, al escaño a como dé lugar, al billete o los negocios que caerán subrepticiamente por estar cerca de los directorios y los grandes salones.

Cristián Warnken ha contribuido a aclarar las razones de esta paradoja, lo de votar conservador pero empeñarse en seguir pareciendo “progre” (por así resumirlo). En su última intervención, y apoyándose en Nietzsche (a cuyo superhombre se me ocurre que el columnista se siente inequívocamente parecido), dice que a fin de cuentas la Verdad, así con mayúsculas, es no solo muy relativa sino que no existe en forma taxativa. Podemos estar de acuerdo en parte (con Nietzsche más que con él), pero eso no justifica, piensa uno, que por ello sigan echándole con las fake news y los carriles de la franja televisiva.

Se da, en efecto, entre estas voces tan altisonantes y culposas a favor del Rechazo, una tendencia a justificar hasta por los codos su decisión, a insistir en la honestidad de la misma, a proclamar cada tanto su condición de “centroizquierda”, a decir que ellos no van con la derecha en esto ni están por prolongar la Constitución del 80 o el gran cerrojo pinochetista; a decir –sin que le conste mucho a nadie– que antes estuvieron con el NO, y antes incluso con la resistencia a la dictadura; a alegar porque los funan o atacan injustamente (cualquier argumentación destinada a rebatirlos es ahora denunciada por ellos mismos como una muestra de intolerancia), a insistir en que a ellos lo que les preocupa es el bien del país, a victimizarse porque los cancelan o les impiden manifestar su opinión (para lo cual aprovechan todos los canales de televisión y medios que la campaña “rechacista” ha puesto a su disposición).

Les duele, dicen, ser cancelados o censurados, quieren que se los comprenda y se los siga queriendo. Lo que es, tal vez, una propensión habitual de los conversos y tránsfugas en la historia: la sociología clásica dice que el ex miembro de una cofradía o colectividad, o hasta de una simple trinchera coyuntural, suele ser más papista que el Papa cuando la abandona rezongando, y que sigue largo tiempo, su vida entera, justificando esa deserción, queriendo probar la justicia de su vuelco doctrinario o contingente.

Debe ser que, nada más levantarse o ir a mirarse en el espejo del baño, le viene una especie de arcada, un asco sin límites, y entonces debe rápidamente buscar algún medio de comunicación, una radio o un canal televisivo para seguir exponiendo sus razones. Un amigo editor dice, a propósito de lo mismo, que muchos de los voceros del Rechazo calzan con la figura del despechado. El despechado, esa figura que quiso ser algo (candidato a la Presidencia o directamente Presidente de Chile, escritor de renombre, actriz fulgurante, etc.) y se quedó a medias, mascullando por la incomprensión del mundo ante sus afanes.

A los partidarios tradicionales del Rechazo y la derecha propiciadora del inmovilismo se la puede entender en sus arrebatos, su postura resulta lógica y esperable, ya se sabe que con esa gente nunca hay mucho caso. Los que enervan un poco el ambiente plebiscitario son estas almas virtuosas que aún se autoadjudican el cartel de “progresistas” o “centroizquierdistas”, a la vez que se preparan a votar para preservar el actual orden de cosas, lo adornen ellos mismos como lo adornen.

Eso mientras los Republicanos, esa facción un poco tenebrosa de comediantes, debaten sus movidas futuras: si en caso de imponerse el Rechazo van a propiciar una nueva Convención Constituyente o tan solo buscarán que se maquille un poco el engendro pinochetista, dejando así cuando menos claro lo que se traen entre manos, la verdadera significación –que todos intuimos– de ese eslogan del “rechazar para reformar”. Vale decir, su vocación indisimulada por el statu quo y por dejar, en la medida de lo posible, las cosas como están, acompañada por la comparsa insufrible de esta “progresía” desfalleciente que acompaña cada día al proceso y los cavernarios.

Jaime Collyer
Escritor.