Avisos Legales
Opinión

Por mí y por todos mis compañeros

Por: Simón Rubiños | Publicado: 28.08.2022
Por mí y por todos mis compañeros | @periodistafurioso
Los mismos que legislaron con una mano en el bolsillo y la otra en el calzoncillo, y que durante años declararon inconstitucionales todas las reformas que se propusieron para mejorar las condiciones de vida en el país, hoy se visten de paladines del constitucionalismo. Quienes abandonaron la belleza de pensar y prefieren oponerse al flujo de los tiempos nos dicen que tenemos que volver a tomarles la mano y seguirles el paso porque solo ellos saben qué necesita el país.

Así rezaba el glorioso momento en que, jugando a las escondidas, la última persona que lograba escapar de la persecución liberaba a todas las que habían sido pilladas. Creería que en nuestra infancia jamás dudamos de gritar esto si nos tocaba hacerlo, porque entendíamos, sin saberlo, que teníamos una responsabilidad con nuestras amistades, una especie de empatía o conciencia colectiva que sabíamos nos permitiría disfrutar de más risas y horas jugando.

Ya en la adultez, las cosas son bastante más complejas que un juego infantil y, a su vez, es probable que la vida de cada quien haya deteriorado esta consciencia por las demás personas. Y es comprensible, puesto que lidiar con el trabajo, el estudio, la familia, enfermedades, deudas, e incluso la seguridad y el bienestar de quienes más queremos, nos va cerrando la perspectiva, llevándonos a que prefiramos salvarnos a nosotros que echar una mano al resto.

Sin embargo, algo de nuestra infancia prevalece. Eventualmente surge en nuestro interior una sensación de que las cosas están mal, no sólo para mí, sino también para quienes nos rodean. Y aquí el camino se separa en dos. La ruta más escogida es la del individualismo y pensar que poco se puede hacer por otros, que el problema es de cada quien y yo estoy acá tratando de resolver los míos. La otra vía es la de pensar en colectivo y preguntarse si las preocupaciones que tengo son las de alguien más, sean personas de mi familia, mis amistades, colegas, o incluso pensar en una escala mayor, si quienes viven a mi alrededor estarán o no más o menos en las mismas.

Por ahí conocemos a algunas personas que les va bien, y a otras bastante bien. No obstante, una buena porción pulula juntando los pesos para pagar créditos; otra parte debe dosificar el consumo de servicios básicos; otras dependen de la caridad para comprar mercadería o costear tratamientos médicos; o bien, viven donde un pariente para ahorrar para una casa, entre tantas historias de lucha y esfuerzo por sobrevivir o para vivir la vida que soñaron.

Lamentablemente, este tipo de situaciones suelen destruir el tejido social puesto que sumen a las personas en espirales de individualismo por el hecho de tener que vivir para pagar deudas. Pese a esto, inevitablemente llega un momento en que notamos que, en efecto, mis problemas son parecidos a los de alguien que conozco, o nos damos cuenta de que todos conocemos al menos a una persona que ha tenido que hacer una rifa o un bingo por algún motivo.

Este tipo de realizaciones se han ido expresando en un espiral creciente, primero de descontento e insatisfacción, y luego de movilizaciones, cada vez más masivas, cada vez abarcando más temas. Y lo que fuera por allá en 2006 un montón de cabros chicos peleando por la educación y el pase terminó en 2019 con millones reclamando un país menos individualista y más consciente de lo colectivo.

La gente salió por las pensiones, por el costo de vida, por la salud, la educación, por la representación política, por la corrupción, por el agua, contra la represión, contra la impunidad, por más espacios para las mujeres, para proteger el medio ambiente, en fin, por la dignidad y por un mejor Chile. Y eran tantos los reclamos que sentimos que se necesitaban nuevas reglas del juego para construir este nuevo país, es decir, necesitábamos una nueva Constitución.

Su construcción pudo ser el proceso de cicatrización que Chile necesitaba. Sin embargo, la pandemia impidió que nos encontráramos para cerrar las heridas que se abrieron, y cuando era el momento de volver a la calma y enmendar el rumbo, los partidos tradicionales, en vez de permitir que cicatrizara, volvieron la herida más profunda.

Nos polarizaron, nos enemistaron, y nos comunicaron desde la desinformación para mantener el estado de alteración. Han invertido millones para decirnos que todo está bien como está, que los cambios son malos y nos llenan la cabeza de miedos para hacernos pensar en la necesidad de seguir en las mismas porque hay que cuidar la macroeconomía. Y ahora vienen y nos venden la promesa de hacer, ahora sí que sí, las reformas para mejorar lo que haya que mejorar.

Las mismas personas que legislaron con una mano en el bolsillo y la otra en el calzoncillo, y que durante años declararon inconstitucionales todas las reformas que se propusieron para mejorar las condiciones de vida en el país, hoy se visten de paladines del constitucionalismo y la esperanza. Quienes abandonaron la belleza de pensar y prefieren oponerse al flujo de los tiempos nos dicen que tenemos que volver a tomarles la mano y seguirles el paso porque solo ellos saben hacer las cosas; solo ellos saben qué necesita el país.

Sin embargo, jamás debemos olvidar que Chile despertó y el 80% de la población votó por una nueva Constitución. Claro, es mucho más fácil ponernos de acuerdo en el qué que en el cómo, pero luego de un año tenemos un texto que por primera vez incluye respuestas a las demandas sociales, que nos coloca a la vanguardia en temas ambientales, y que nos permitirá acercarnos, desde el país que somos, hacia el Chile que queremos. Y ojo, tampoco podemos pasar por alto que la Constitución saliente fue modificada 60 veces, entonces, ¿por qué la nueva tiene que ser perfecta a la primera?

Es muy probable que después del plebiscito las cosas sigan tensas y que la polarización continúe. Y también es probable que la nueva Constitución no resuelva la crisis ambiental que enfrentamos. Lo que sí es cierto es que este 4 de septiembre tenemos la oportunidad de volver a pensar en las personas que nos rodean, de ser conscientes de nuestra responsabilidad con la sociedad y el espacio que habitamos. Basta de salvarnos solos, es momento de volver a lo colectivo y aprobar por ti y por todos tus compañeros.

Simón Rubiños
Coordinador del Grupo de Investigación en Desarrollo Territorial, Paz y Posconflicto (GIDETEPP-UNAL) e investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).