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Opinión

“Ustedes que no quisieron que los salváramos”

Por: Daniela Fuentes | Publicado: 06.09.2022
“Ustedes que no quisieron que los salváramos” |
¿Son culpables, como dicen ahora, los habitantes de Petorca de no tener acceso al agua? ¿De verdad el voto de los habitantes de Quintero se debe a que les encanta el arsénico? De repente eso es lo que está apareciendo, y desde el lado de quienes no encontraron la victoria en esto que llamamos un proceso democrático. 

La violencia de culpar a la víctima antes que al victimario está siempre a la vuelta de la esquina, o peor aún, circulando tan cerca, tan lista para ser encarnada por cada uno de nosotros, los mismos que la condenamos.
Y es que la victoria del Rechazo duele a quiénes apostaban por el Apruebo, es cierto, pero el dolor no es excusa para elevarse al lugar del amo y desde allí juzgar, como si fuera real, a quienes no pensaron como nosotros. Porque nadie lo hace.

Si de algo ha servido el psicoanálisis es para mostrarnos lo real del desencuentro, que entre dos personas nunca son dos los que hablan, que entre tú y yo por mucho que coincidamos en el relato de nuestra conciencia las fisuras de cada cual dejan entrar la luz por espacios que nunca son los mismos del otro, así como cada uno carga y se las ve con su propia opacidad, lo que echa abajo la idea de un sentido común de las cosas. Pero también ha servido para dar cuenta de cómo, cuando llega el momento, cuando las condiciones así lo permiten, los sujetos somos capaces de rechazar la alteridad, de depositar la agresividad sobre aquel que la representa, de volverlo el enemigo, el culpable de nuestras desventuras, de nuestras frustraciones, de nuestra fragmentación.

¿Son culpables, como dicen ahora, los habitantes de Petorca de no tener acceso al agua? ¿De verdad el voto de los habitantes de Quintero se debe a que les encanta el arsénico? De repente eso es lo que está apareciendo, y desde el lado de quienes no encontraron la victoria en esto que llamamos un proceso democrático. 

Encuentro en internet, sobre todo Instagram, que es la red donde paso más tiempo, pantallazos de tweets o imágenes con textos que aluden a lo mismo: ustedes son culpables –o ustedes lo serán– de cualquier movimiento político, ejecutivo y legal que no les permita vivir dignamente. ¿Qué es esto? ¿Cómo pasamos tan rápido de la esperanza por la unidad, por el trabajo colaborativo, por el futuro colectivo, al castigo moral, individual y segmentado?

Hubo una imagen en particular que llamó mi atención: una foto que simula una mujer golpeada, con un hematoma en su ojo, mientras que por uno de sus oídos aparece un hombre simulando susurrar algo. En la imagen se aprecia el siguiente texto: Rechacemos para reformar, esta vez todo será distinto… Te lo prometo. Si pensamos en la mayoría de Chile bajo la lógica de la mujer que sufre violencia de género (con todo lo que ello implica, es decir, la violencia no sólo física sino que también la violencia psicológica que desestructura e imposibilita pensar en otra posibilidad, que duele y angustia y a veces -por no decir todas- inmoviliza), ¿cómo podemos seguir culpando a la víctima de la violencia que sufre? Y ¿cómo podemos terminar deseándole que siga en esa espiral ya que no le ha sido capaz salir de ella a la primera? ¿Qué estamos entendiendo de todo eso que se ha venido hablando hace ya algunos años?

No es nuevo si digo que una denuncia sobre violencia de género no basta para cortar con eso. Existen relaciones de años, incluso de toda una vida, donde las mujeres han sido conscientes de los daños mas no han encontrado la forma de pensar en terminar con eso. Porque pensarlo requiere tiempo y requiere, por sobre todas las cosas, de las condiciones materiales para hacerlo.

Si pensamos Chile tal cual la imagen, entonces toca dar el espacio suficiente para que los movimientos sucedan colectivamente sin olvidar la particularidad implicada. Toca saber vérselas con el fracaso de la unidad y la discontinuidad de los resultados positivos, saber abrir la posibilidad de que lo traumático, de que esa forma de vivir que se cree natural y cómoda devenga intolerable o por lo menos cuestionable, en vez de querer dar el salto a actuar de una manera distinta –todos y cada uno– sólo porque algunos dijeron que esto era lo mejor.

Y toca por sobre todo seguir trabajando, seguir construyendo allí donde sólo quedan ruinas de lo que fue, ruinas que no permiten una nueva edificación. En este sentido habrá que seguir apostando entonces por la descentralización, quizás, porque si Temuco sigue siendo una región donde predomina el pensamiento de derecha podemos pensar que no es solamente porque en Temuco les guste vivir amenazados por el patrón; es qué tal vez el patrón es lo único con lo que están familiarizados. ¿Dónde queda la responsabilidad colectiva en esto? Si somos una comunidad, pensémonos de esa manera también allí donde las cosas no funcionan.

Falta todavía mucho camino por recorrer; repetir consignas feministas y de progreso al parecer no es suficiente. Hay que reapropiarse de eso y aquello toma tiempo. Si Chile es un país golpeado por la codicia y la violencia del amo, no podemos ser ese mismo amo codicioso que lo quiere todo, ni mucho menos ese amo castigador que no tolera que su esclavo no actúe según su ideal.

Los resultados del plebiscito nos muestran una realidad que conviene asumir compartida, sino cada vez corremos más el riesgo de dividirla entre los que podemos salvar a las personas y los que pueden pero no quieren ser salvados, y que por lo tanto son culpables de sus desdichas, ¿y no es esto a caso más de lo mismo?

Daniela Fuentes
Psicóloga clínica. Co-fundadora de Mujer y Palabra.