Avisos Legales
Opinión

El neoliberalismo y el «desarrollo personal»

Por: Víctor Zamorano | Publicado: 16.09.2022
El neoliberalismo y el «desarrollo personal» |
En apariencia, el «desarrollo personal» es a-político. En realidad, conduce a una retirada de la acción colectiva: cada uno a cultivar su pequeño jardín personal y todo irá bien. En efecto, lo que sugiere el desarrollo personal es que la suma de todas estas alegrías individuales conducirá a una felicidad colectiva. Es muy tierno, pero perfectamente ilusorio. Es solo una forma de pensamiento mágico, pobre y abstracto.

No es un secreto para nadie que en nuestras sociedades el individualismo se ha albergado muy profundamente entre sus componentes. Este rasgo, hoy tan arraigado en el comportamiento de las personas, ha cambiado el quehacer, las preocupaciones y los objetivos de nuestros congéneres, por lo tanto, el desarrollo personal se inscribe en esta nueva dinámica social.

Es bastante difícil definir lo que engloba el concepto de “desarrollo personal”, debido a que recubre géneros y prácticas distintas. Es necesario precisar que cuando se utiliza la palabra «prácticas» requiere une lectura activa de la que se esperan resultados tangibles. Entonces, para evitar este escollo, el desarrollo personal es generalmente definido como “un conjunto de técnicas que debe a un individuo permitirle vivir su vida lo mejor posible explotando sus capacidades de una forma óptima”.

Se trata, entonces, de dos nociones: una mejor vida (vinculada a la felicidad y al desarrollo) y una optimización (vinculada al éxito y a la eficacia) que hay que hacer funcionar juntas. Lo que ya parece bastante problemático.

En efecto, el desarrollo personal es multiforme y está en constante hibridación. Cubre casi por completo el espacio de la psicología en las librerías, pero se implanta también en el de filosofía y en esta rúbrica mal definida que es la espiritualidad y, novedad, en el esoterismo. Por tanto, puede parecerse a una forma que se apodera de contenidos diferentes. Pero encontramos la misma orientación, es decir, un enfoque centrado en el individuo (del que se trata de liberar las capacidades impedidas) y una relación con el mundo (es decir, sobre todo con la naturaleza), que se supone que puede ser simple y directa y que hay que exhumar (porque se ve obstaculizado por falsas apariencias psicológicas y sociológicas). De este trabajo sobre uno mismo debe surgir naturalmente una nueva relación con el otro, pero una relación segunda y derivada.

Nunca se habla de las relaciones sociales y políticas en el desarrollo personal, sino para desafiarlas, puesto que se trata del reino de las máscaras y de las conveniencias. De ahí esta impresión de reflexión puramente personal y psicológica y, por tanto, despolitizada. 

Sin embargo, el desarrollo personal instaura una visión del individuo muy particular. Este se plantea frente a la sociedad como sujeto autónomo (por lo tanto, se da sus propias reglas), flexible, resiliente, adaptativo y capaz de “gestionar” sus emociones.

Por otra parte, lo gestiona todo por sí mismo como un capital que se trata de hacer fructificar lo mejor posible. Todo esto para convertirse en una mejor versión de sí mismo según la expresión consagrada. Pero ¿para qué? ¿Ser feliz? Quizás, suponiendo que las mismas recetas funcionen para todos con la misma eficiencia, lo que en sí cabe dudar.

Pero el principal fundamento teórico del desarrollo personal es la psicología positiva. Y esta no prescribe “estar bien”, sino “estar mejor”. Es indiscutible que siempre se puede hacer mejor. Esta mejora perpetua, por sí misma, es infinita. Así como es interminable la implicación exigida a los asalariados dentro la empresa neoliberal.

En la medida en que los individuos se convenzan de que su destino es un simple asunto de esfuerzo personal y de resiliencia, la posibilidad de imaginar un cambio sociopolítico se encuentra hipotecado, o al menos seriamente limitado.

En apariencia, el desarrollo personal es a-político. En realidad, conduce a una retirada de la acción colectiva: cada uno a cultivar su pequeño jardín personal y todo irá bien. En efecto, lo que sugiere el desarrollo personal es que la suma de todas estas alegrías individuales conducirá a una felicidad colectiva. Es muy tierno, pero perfectamente ilusorio. Es solo una forma de pensamiento mágico, pobre y abstracto.

Este bricolaje, esta espiritualidad a la carta, no implica un compromiso serio ni, una vez más, colectivo. Son, en cierto modo, las semi-creencias de un individuo replegado en sí mismo después de haber hecho sus compras en el mercado de los credos.

Entonces, también deberíamos interrogarnos sobre otros fenómenos que se han producido en nuestras sociedades, que están ligados entre sí y nos permiten tener una mejor comprensión. ¿La ideología del desarrollo personal es la causante de la desaparición o de la disminución de lo religioso? ¿El éxito de estas técnicas se hace en detrimento del psicoanálisis, de la filosofía o también de la política?

Si miramos bien nuestro entorno, diríamos que estamos asistiendo, más bien a una recomposición, porque sigue existiendo la necesidad de creer, como lo afirmaba Prudhomme. Si se retoma esta idea del individuo autónomo y autosuficiente, no rechazará la creencia sino la coacción. Así que éste va a tomar de aquí para allá dentro de diferentes tradiciones, según sus deseos. Este bricolaje, esta espiritualidad a la carta, no implica un compromiso serio ni colectivo. Se constituye un mosaico de adhesiones ligeras (yoga, animismo, chamanismo, meditación…) separadas de su contexto sociocultural, y se deambulará de uno a otro en función de las modas del momento.

Ahora bien, la religión es también social y cultural; estas son sus dimensiones esenciales. Estos dos ámbitos fundamentales desaparecen en las nuevas formas de creencias. Ya no se habla de ritos, sino de rituales, es decir, de pequeños simulacros rutinarios.

La famosa cita de Marx “la religión es el opio del pueblo” también es, a la vez, una ilusión, porque permite escapar de una realidad decepcionante o cruel y porque alivia de ella. En un mundo (el nuestro) donde la trascendencia ha desaparecido es aquí y ahora que se trata de ser feliz y no en otra vida. La tesis de Max Weber según a la cual se asistiría a una pérdida de lo “mágico” del mundo por medio de los monoteísmos primero, y luego a una migración de las creencias de las religiones instituidas hacia formas individualizadas después, se verifica aquí.

Pero lo que la religión, el psicoanálisis o la filosofía permiten pensar es la negatividad del mundo. La finitud, la contingencia y la carencia nunca son tratadas por el desarrollo personal sino como problemas a los que hay que encontrar solución. Algunos de estos problemas no tienen solución; son elementos de nuestra condición humana y hay que aprender a vivir con ellos lo mejor que se pueda y cada uno a su manera, lejos de las recetas preconcebidas.

Así como el desarrollo personal postula a una mejora sin fin de sí mismo, la empresa neoliberal exige una implicación cada vez mayor de los asalariados. Aquí es donde el desarrollo personal y la gestión caminan de la mano, erigiendo como modelo a un sujeto capaz de todo, responsable de todo, por lo tanto, separado del colectivo y único responsable de su progreso. Y sobre todo al neo-management que mantiene la ficción de la empresa como un lugar de colaboración y de autorrealización, borrando la cuestión del poder y de la dominación. Los recorridos son individualizados, se trabaja por proyectos, todo está personalizado. A fortiori el fracaso, que siempre se produce, y que entonces pone en tela de juicio al individuo en su integralidad, puesto que este se ha implicado en cuerpo y alma.

Los psicólogos del trabajo son unánimes en cuanto a los perjuicios de esta concepción sobre la salud de los asalariados. Se produce pues una forma de desmembramiento (que se constata en la disminución del índice de sindicalización o en la del compromiso en los partidos tradicionales) en beneficio de nuevas configuraciones más volátiles, menos vinculantes.

En definitiva, todo esto se basa en el supuesto de que los recursos son infinitos. Recursos del yo para el desarrollo personal, recursos del asalariado para la empresa, recursos naturales para el neoliberalismo. En cada caso, bastaría con encontrar el modo adecuado de conexión (a sí mismo, a la naturaleza en el caso del desarrollo personal), el modo correcto de explotación (ayudas o equipamientos públicos, bienes comunes en el caso del neoliberalismo) independientemente de todas las consecuencias para los individuos como para el mundo.

Cabe entonces preguntarse si las razones que empujan a la gente hacia el desarrollo personal son ¿la búsqueda de omnipotencia, fatalmente decepcionada?

De ahí los ejercicios y una forma de ascesis (ligera) según el adagio “Cuando se quiere, se puede”. Pero no tanto la omnipotencia como la relativa impotencia que se deriva de ella, y sus frecuentes decepciones. Porque la voluntad no es suficiente, porque no todos somos iguales en estas cuestiones y sobre todo porque una serie de factores (educativos, sociales, económicos) son incontrolables. Por lo tanto, lo que se busca es más control. El control sobre nuestras vidas que se nos escapa porque estamos en un mundo en el que las cosas están en constante movimiento.

Todo se ha vuelto fluido en los mundos familiares, amorosos o profesionales, mientras que antes las instituciones (Estado, Iglesia, familia…) establecían un marco de referencias y una estructura significativa. A menudo oímos esta necesidad de encontrar sentido a lo que vivimos, a lo que hacemos. Y el desarrollo personal quiere dar este sentido cuando pertenece a cada uno y no está establecido de antemano: se construye por sí mismo y cada vez según modalidades personales e íntimas. Por lo tanto, son puntos de referencia que se buscan, una razón y un significado para nuestras existencias, pues ya no son evidentes. Entonces habrá decepción, porque el sentido se desprende de sí mismo, a través de nuestros actos y nuestros compromisos y no mediante la aplicación de fórmulas válidas para todos y en cualquier lugar.

Lo interesante es el giro enmascarado que se produce con el desarrollo personal. Uno cree liberar su potencial y acceder a su “yo auténtico”, solo se conforma a un modelo. Se quiere obtener una forma de autonomía siguiendo preceptos (los 4 acuerdos, las 5 razones, los 22 protocolos, etc., siempre hay cifras avanzadas que vienen de donde no se sabe) y se termina por verter en la heteronomía (se obedece a reglas fijadas por otros).

¿Y quiénes son estos otros? En el mejor de los casos, tienen una formación (psicólogos, psiquiatras, filósofos), pero cada vez más se trata de expertos autoproclamados y otros coaches, consejeros/entrenadores de la vida. El término entrenador viene del mundo del deporte. Pero el paralelismo no termina aquí. No se trata de formar atletas para una competición deportiva, sino de diseñar empleados para la competencia laboral. Y, como todo buen deportista, lo importante es la mente.

La mirada de la psicología sobre las relaciones de trabajo, ya iniciada hace tiempo, impulsa a desarrollar las competencias idóneas (en particular, este famoso y nebuloso saber-ser). Se habla mucho de los cánones físicos impuestos por la sociedad mercantil (ser guapo, ser delgado, estar en forma…), pero también hay cánones psicológicos (ser resistente, siempre motivados, ágiles). En definitiva, se forma un individuo ideal, un asalariado modelo que, en caso de duda, llevará la interrogación sobre sí mismo y no sobre la organización.

Antes se hablaba de alienación en el trabajo. Ahora se trata de una alienación al cuadrado, por así decirlo. A saber: la alienación de uno mismo. No se pide ya obedecer reglas, se sugiere ajustarse a normas. Nuestras propias emociones (lo que debería ser lo más íntimo de nosotros) son ahora co-producidas por el pensamiento neoliberal, por el mercado (del empleo, del amor…) y por nosotros mismos. Los esperan de nosotros. 

Con cierta evidencia, estas emociones se involucran en el proceso de producción (una producción que se cree inmaterial, pero una producción de todos modos). Ya no se trata de hacer, se trata de ser de cierta manera. Y el desarrollo personal, por supuesto, contribuye a ello haciendo de todo lo que ocurre una oportunidad para cambiar y mejorar. Nuestras individualidades se están normalizando gradualmente.

Por último, otro efecto nocivo: el desarrollo personal puede llevar, es muy posible, a una forma de “desregulación”. Ya no se trata más que de talento, de mirada, de “sentir”; todo se juzga a la luz de un yo muy hipotético, pero que se supone que alcanza intuitivamente la clarividencia. Nada es bueno o malo en este mundo. Solo hay representaciones positivas o negativas. Más objetividad, pero una visión que debe adaptarse y, por lo tanto, mágicamente cambiará el mundo. “La fuerza de convicción suple a todo”, es uno de los clásicos del desarrollo personal. El poder del pensamiento positivo del pastor Norman Vincent Peale exalta este tipo de actitud. ¿y sabes quién se ha proclamado su mejor discípulo? Donald Trump.

Víctor Zamorano
Trabajador social. Jubilado.