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Opinión

Los ojos que vieron morir a la Constitución más moderna del mundo

Por: Claudia Maldonado Graus | Publicado: 20.09.2022
Los ojos que vieron morir a la Constitución más moderna del mundo Diario alemán después del Rechazo 2 |
Chile, una vez más, se había transformado en un laboratorio que creó la primera Constitución paritaria y ecologista del mundo; incluso los países más desarrollados observaban nuestros pasos esperando imitarlos.

“Los ojos del mundo están puestos en Chile”, debe haber sido una de las frases más escuchadas en los medios de comunicación internacionales durante las últimas semanas.

Como chilena viviendo en el extranjero, específicamente en Berlín, Alemania, seguí muy de cerca el interés de la prensa en nuestro país y el gran número de columnas escritas para el público alemán y europeo sobre el plebiscito y sus implicancias para la región y para el mundo entero. La televisión y los noticieros hacían eco de cómo se derribaba el último vestigio de la dictadura, preparando programas con enviados especiales y entrevistando a expertos. Y no era para menos: Chile, una vez más, se había transformado en un laboratorio que creó la primera Constitución paritaria y ecologista del mundo; incluso los países más desarrollados observaban nuestros pasos esperando imitarlos.

Pero también éramos, a los ojos del mundo, aquel país que luego de una gran crisis política y social había resuelto bajo una vía institucional y electoral, sin mesías, ni saltándose las reglas del juego democrático, hacerse cargo de los problemas más dolorosos de nuestra sociedad: la pobreza, la miseria, los abusos, el miedo a la vejez sin sustento, la enfermedad con un tratamiento impagable, la vida pagada en cuotas mensuales a la banca.

Así, el año 2019 comenzaba el ciclo político más corto e intenso de nuestra historia que dejó al descubierto la gran herida de Chile: su profunda desigualdad, que expandía sus brazos de exclusión a cada rincón de nuestra geografía, llegando incluso a nuestra vida familiar y privada, y cuyo origen estaba íntimamente arraigado en la última herencia de la dictadura: la Constitución de 1980.

Los protagonistas de la historia de la revuelta de 2019 por primera vez tuvieron a los invisibles en la primera línea, le seguían los jóvenes estudiantes, mujeres, niños y niñas, dueñas de casa y trabajadores, profesionales de clase media, intelectuales, comerciantes, personas comunes y corrientes. La fuerza de este gran movimiento se mostró en cada una de las batallas libradas frente a las fuerzas policiales, que terminaron con muchos de los manifestantes ciegos, golpeados, torturados, incluso muertos.

La historia represiva se repetía, solo que esta vez se utilizaba la ceguera como un arma aleccionadora aplicada a quienes se atrevieran a descontrolar nuestro “Oasis de paz”, un castigo a todas luces aberrante e inhumano. Luego vino el Acuerdo por la Paz y la salida institucional al conflicto que, por cierto, no fue suscrito gracias a la buena voluntad de la clase política, sino que fue empujado por la fuerza del movimiento social.

Posterior al acuerdo comienza un ciclo electoral intenso. La historia de ahí en adelante es por todos conocida hasta el cierre (por ahora momentáneo) de este ciclo: el plebiscito de salida, que terminó con un aplastante triunfo a favor del Rechazo el 4 de septiembre pasado.

El día 5 de septiembre el periódico Frankfurter Rundschau (en Alemania) publicó un artículo con el siguiente título: Nach gescheitertem Referendum: Chiles Angst vor der Freiheit (Tras el fracaso del referéndum: Chile tiene miedo a la libertad). La columna era acompañada por una fotografía de varias mujeres celebrando el triunfo del Rechazo con banderas chilenas en sus manos. La imagen tenía un pie de página que decía: “Al parecer, las mujeres chilenas celebran que pudieron evitar la igualdad de derechos constitucional”.

Esta imagen me caló hondo, y ha sido bastante complejo contestar las preguntas de un público extranjero que no conoce todas las partes de este puzle y que no comprende por qué la gran mayoría de los chilenos renunció a poseer los mínimos derechos que hacen posible la reproducción de la vida. Este resultado era también incomprensible para las feministas europeas, que siguieron entusiastas la performance de Las Tesis, por ejemplo, pero también para todos aquellos que observaban con ojos curiosos las discusiones de la Convención Constitucional y la gran cantidad de innovaciones y propuestas que incluso aquí, en el norte del mundo, eran debates nuevos.

La pregunta que surge al observar a la distancia este proceso es ¿por qué fue rechazado un texto que a todas luces representaba un avance democrático y en alguna medida civilizatorio? Y aquí intentaré hacer algunas lecturas. Sin embargo, no me centraré en explicar el cóctel explosivo que resultó de un proceso constituyente mal evaluado por la ciudadanía y con exceso de estridencia. Tampoco en las falencias e imprecisiones de la nueva Carta Constitucional, o el gran poder de los medios de comunicación para instalar medias verdades o derechamente debates espurios en torno al proceso constituyente y los convencionales. Tampoco en la responsabilidad que cabe al presidente Boric o a la clase política, ni en la desigual distribución de los recursos de campaña entre ambas opciones, dado que todos estos factores han sido discutidos largamente.

Me centraré, más bien, en lo que significa esta derrota para los sectores más progresistas y, sobre todo, para las izquierdas chilenas y que sufren de las mismas falencias en gran parte del mundo occidental.

En primer lugar, el rechazo al texto vino de su incapacidad de abordar los dolores y problemas cotidianos de las personas, la incertidumbre y el desamparo. No existía en él, de manera concreta, alguna alternativa para salir de la precaria condición material en la que vive la mayoría de los chilenos que, además, han perdido toda conexión con el estado y sus políticas, y también con los políticos.

Al primar lo identitario en el debate constitucional, el texto solo dialogó con una parte de Chile, y en particular con una élite, aquella más intelectualizada, que tiene muchas de sus necesidades básicas resueltas, a pesar de estar endeudados. Sin embargo, los derechos de las minorías sexuales, la paridad de género o los derechos de la naturaleza, fueron letra muerta para una familia chilena promedio que, mucho más seguido de lo que pensamos, debe endeudarse para alimentarse, así de crudo.

Es inexplicable que el debate constitucional no haya partido por incluir los derechos sociales (salud, educación, pensiones, etc.), que han sido los más demandados por la gente durante años y que están en el corazón de las desigualdades cotidianas que maltratan a la población. Y con esto no digo que las reivindicaciones identitarias no sean importantes, sino que un país como Chile, donde los mínimos para la subsistencia humana no están asegurados para algunos sectores de la población, no podíamos darnos el lujo de no comenzar por lo esencial, por lo más necesario.

Con el demoledor resultado en nuestras manos, hay que ser valientes para no culpar a la mala educación del pueblo o a la campaña feroz de desinformación, y de expansión de mentiras, cuyo repertorio y estrategia ya conocíamos bien desde la segunda vuelta presidencial entre Boric y Kast. No hay para mí más culpable que los mismos mensajeros y artífices de esta oportunidad única que hemos desperdiciado, y esto nos debe llevar a una profunda reflexión que nos permita rearmarnos de cara no solo a las elecciones que vienen, sino frente a la verdadera amenaza que nos acecha: la llegada de la extrema derecha al poder.

La dura derrota en el plebiscito para un amplio sector de izquierda, propinada sobre todo por los sectores más pobres de la población, en parte se debe a la nula conexión entre los partidos de izquierda, pero también de los movimientos reivindicativos e identitarios, con la gente común y corriente, sin hablar de los marginados y los sin voz.

A pesar de que la revuelta de 2019 tuvo un fuerte arraigo en los sectores populares, este nicho parece aún estar fuera de la órbita de quienes lideraron el cambio constitucional desde el mundo progresista. ¿Será que la izquierda chilena perdió su “conciencia de clase” y con ello la capacidad de luchar en consecuencia con los intereses de lo más desfavorecidos? Al juzgar por los resultados, parece que sí y la responsabilidad que nos cabe es acusar recibo de este mazazo.

La izquierda no habla por ahora la lengua de los invisibles, no entiende sus dinámicas ni entiende sus dolores; por ahora, no está capacitada para hablar en favor de los desvalidos. Esto a pesar de que han visibilizado una diversidad de demandas en el espacio público. Por ahora hemos perdido la única oportunidad de terminar con la Constitución de Pinochet, y de paso hemos dado aire a una derecha que no ha dudado en capitalizar el triunfo, como si realmente les perteneciera.

Por ahora la situación es incierta. El gobierno de Boric está obligado a virar hacia el centro y dar voz a la izquierda más moderada buscando interlocutores válidos que le permitan negociar con la derecha los términos de un nuevo proceso constituyente, dado que ahora tienen el “sartén por el mango”. “Bailamos a su ritmo”, o eso parece, tanto así que incluso amenazan con dictar la pauta para las reformas tributaria y de seguridad social que están ahora mismo en discusión. Estamos nuevamente en manos de quienes nos condenaron a vivir en la Constitución del abuso, y lo peor puede venir si la izquierda y el mundo progresista no logran entender las necesidades de los amplios grupos de desfavorecidos que votaron por el rechazo. Si no hay un ejercicio de escucha, entendimiento y acercamiento genuino será imposible plantearse ganar alguna campaña política de aquí en adelante y nos arriesgamos a retroceder a pasos agigantados.

El dilema al que nos enfrenamos es ¿cómo terminar este ciclo político sin las manos vacías? ¿Cómo hacemos para que todo este dolor y movilización haya valido la pena? Es una pregunta que tiene sentido ahora, que después de tres años nada ha mejorado, sino todo lo contrario. Hoy tenemos peores indicadores de desigualdad y la miseria se ha expandido a cada rincón del país, sin contar los cientos de ojos perdidos y mutilados que cargamos en nuestra espalda como un recuerdo de los años más terribles de nuestra historia reciente.

Claudia Maldonado Graus
Doctora en Sociología de la Freie Universität, Berlín.