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Opinión

El itinerario colonial del individualismo en Chile

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 07.10.2022
El itinerario colonial del individualismo en Chile Ricos del XIX | Revista El Padre Padilla, 1886
El 11 de septiembre de 1973 se convierte en un día de celebración para los hombres ricos de Chile. A partir de entonces se disparan sus negocios por la razón y la fuerza. Obligados a sobrevivir en una guerra interna los chilenos simulan o quieren ser afortunados. Mis casas, mis cosas. Mis platas, mi lucha. La convivencia solidaria se esfuma. La competencia es el modelo de virtud.

Entender la historia desde los acontecimientos de corta duración no ofrece grandes resultados. Es mejor reconocer procesos de larga duración, incluso de varios siglos, que conforman una condición civilizatoria.

Así se comprende una desconocida conducta en Chile hasta el siglo XVI. La colonización castellana de tierras y pueblos generó un modo de vivir inédito, el de los hombres ricos y su individualismo. En 1552, inmigrante de Medina del Campo, Cristóbal Pérez le escribe a su padre desde la recién fundada (por Pedro de Valdivia) ciudad de Concepción, en 1550: “[Me] hizo el gobernador su mayordomo en sus indios en un valle que se llama Arauco, hice una casa fuerte do estoy con gente de a caballo y traje toda aquella provincia a servidumbre, quemando y ahorcando como justicia y alanceando por mi persona hasta que a todos traje de paz, y sirven muy bien, y el gobernador está muy bien conmigo” (Carta de 2 de septiembre de 1552, E. Otte, Cartas privadas de emigrantes a Indias 1540-1616, 1988). Este individuo colonial ocupa la tierra comunitaria y esclaviza a los indígenas. En 1666 el obispo de Santiago de Chile, Diego de Humanzoro, rescata la experiencia colectiva de los desheredados: “El clamor de los indios es tan grande e insistente que llega hasta los cielos […]. Aquellos que oprimen y calumnian a los pobres para aumentar sus riquezas serán por el Señor conminados” (Carta de 26 de marzo de 1666, F. Aliaga, Relaciones a la Santa Sede enviadas por los obispos de Chile colonial, Santiago, 1975).

El derrumbe de la monarquía no altera el espíritu de los propietarios del suelo. Los hombres ricos durante la Independencia, godos o chapetones, conservan sus privilegios, y disponen del suficiente poder para mudarse con astucia de la Capitanía española a la República naciente. Quienes reivindican intereses populares son dejados de lado, incluso sin vida, como Manuel Rodríguez en 1818.

En 1890, durante el gobierno de José Manuel Balmaceda, la opulenta familia Matte Pérez define su visión política de la nación: “[Balmaceda] en vano quiere producir movimientos de opinión pública con farsas de demócratas desorganizados […]. Es necesario no equivocarse con apariencias más o menos bulliciosas. Nuestro país está constituido políticamente por una oligarquía que funciona con notable orden y regularidad desde nuestra Independencia. Lo que genera la autoridad en Chile, el pueblo, somos nosotros mismos, los propietarios del suelo: más allá, lo que hay hasta ahora en forma de obrero y de trabajador y proletario no pesa por desgracia como opinión pública; es la masa electoral influenciable” (La Libertad Electoral, 7 de julio de 1890).

80 años más tarde, una elección presidencial se hace eco del protagonismo creciente de obreros y trabajadores. Las candidaturas de Salvador Allende y de Radomiro Tomic reconocen la justicia de las reivindicaciones populares en 1970. A nombre del Episcopado chileno, el obispo de Valdivia, José Manuel Santos, se dirige a los campesinos de Linares: “[Pensamos] que Cristo mira nuestra estructura social-económica y su juicio es severo ya que él no puede bendecir una estructura capitalista que va contra la dignidad de la persona humana” (Carta de José Manuel Santos, 19 de mayo de 1970, Documentos del Episcopado de Chile 1970-1973).

El 11 de septiembre de 1973 se convierte en un día de celebración para los hombres ricos de Chile. A partir de entonces se disparan sus negocios por la razón y la fuerza. Obligados a sobrevivir en una guerra interna los chilenos simulan o quieren ser afortunados. Mis casas, mis cosas. Mis platas, mi lucha. La convivencia solidaria se esfuma. La competencia es el modelo de virtud.

La televisión hace de hombres, mujeres y niños espectadores de una invasión de objetos de consumo. Un ministro de Minería de Pinochet ofrece en Londres la devolución del cobre chileno a las empresas transnacionales. “¡Ni los propios norteamericanos lo podían creer!”, comenta Radomiro Tomic (revista Qué Pasa, 13 de enero de 1992). Otro ministro del régimen desprecia el Chile anterior a 1973: “Éramos chatos, la ciudad se veía chata, todos estábamos llenos de rucas” (Chicago Boys, 2015). La postdictadura no se interesó en cuestionar el modo de ser individualista. Al contrario, los súper ricos siguen siendo afortunados, preclaros, bacanes. Chile es el sexto país con más millonarios del planeta, en 2013. La televisión los exhibe elegantes y ostentosos (Una vida rodeada de lujos, TVN, 2013).

Hasta el estallido social de 2019. La indignación ante todos los abusos. Algo andaba mal, hacía mucho rato. Aunque hoy se quieran restaurar las antiguas pirámides es indudable la insolvencia no sólo política sino física y aun metafísica de un tejido colonial. “El error consistió / En creer que la Tierra era nuestra / Cuando la verdad de las cosas / Es que nosotros / somos / de / la / tierra / Nos decía la Clara Sandoval” (Nicanor Parra, Antipoems: “How to look better & feel great”, 2004).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.