Avisos Legales
Opinión

Tecnologizar la filosofía, democratizar el conocimiento profundo

Por: Roberto Pizarro Contreras | Publicado: 10.10.2022
Tecnologizar la filosofía, democratizar el conocimiento profundo |
La filosofía podría reinventarse, pudiendo llegar a ser más popular. Por ejemplo, podría incorporar inteligencia artificial para engendrar sus reflexiones. Si la literatura fuese un medio de filosofía válido entre los académicos (Nietzsche, el filósofo que anunció “Dios ha muerto”, y Ayn Rand, madre del objetivismo y controvertida defensora del capitalismo laissez faire, filosofaron a través de la novela), ellos podrían usar las sugerencias de los sistemas Sudowrite, Rytr y Jasper (gratis en internet) para generar automáticamente distintos cauces narrativos.

Hay una pregunta que la filosofía no se ha formulado todavía: ¿en qué medida se debe a nuevos formatos (tecnológicos) de inspiración, producción y difusión del conocimiento? Hasta ahora, la filosofía ha sido una actividad desarrollada exclusivamente en forma textual. No ha pensado en las implicancias epistemológicas de una ruptura y de un continuo creacionismo de su soporte tecnológico de generación de las ideas, es decir, no se ha planteado la posibilidad de una alteridad tecnológica.

No debemos olvidar que la filosofía, en su esencia, no es una ciencia o técnica. Filosofía es la aventura por descubrir los fundamentos últimos de la realidad. Es ir más allá de lo aparente, de lo que se desvanece en el tiempo, del mero fenómeno. Es intentar dar cuenta de lo que verdaderamente es y también de lo que no puede ser. Filosofía es ir más allá de las opiniones triviales de las personas (y de las opiniones que se nos inculcaron en el hogar, la escuela o la universidad), desmontando las mentiras que pueden emerger, por ejemplo, en las esferas política, religiosa o científica. Es, en definitiva, intuir ideas que puedan explicar la realidad (o al menos una parte importante de ella), prestando atención a los vacíos y debilidades del resto de saberes, pero sobre todo a la propia manera de filosofar (cuestión que lamentablemente olvidan los técnicos o especialistas de la filosofía y que tiene aquí suma relevancia).

Es cierto que hay muchas alternativas para entender la realidad en sus fundamentos (los “átomos”, “Dios”, “la voluntad”, etc.), pero saber esto nos permite ser conscientes de que nuestra verdad no es la verdad absoluta. Es decir, este conocimiento nos pondrá en mejor posición para llegar a acuerdos con los demás, así como para inventar soluciones a problemas actuales o contingentes que nos afectan o afectarán a todos directa o indirectamente. De hecho, esta es una de las más grandes virtudes de la filosofía, que no poseen las ciencias, técnicas y religiones (estas necesariamente asumen un fundamento incontrovertible para construir el edificio de su saber). Esto no quiere decir que las demás disciplinas sean incorrectas o carezcan de virtudes. Por ejemplo, la ciencia médica ha permitido importantes avances en el desarrollo de una mejor salud y calidad de vida.

A pesar de esto, la filosofía se ha vuelto una disciplina anacrónica y esotérica. “Anacrónica”, pues algo de cierto hay en la suerte de fin que vaticina Sloterdijk de las antropotécnicas de la escritura. Y es que en esta época hipertecnologizada, la filosofía utiliza básicamente dos recursos: el libro (o “ensayo”) y el paper académico (otros recursos como son los congresos o charlas abiertas al público no tienen mucha difusión, se retroalimentan endogámicamente del feedback de los mismos pares académicos y, en cualquier caso, no podrían realizarse sin el texto que los inspira). “Esotérica”, pues el nivel de especificidad de las obras filosóficas las hace inaccesibles a los ciudadanos que se mueven en otras órbitas. Basta echar un vistazo a los títulos consignados en los índices de las revistas académicas.

Tal vez nos llevemos la siguiente impresión si comparamos la neutralidad de la filosofía con los efectos transformadores de las ciencias y técnicas: los filósofos actuales (salvo muy contadas excepciones) no proponen grandes soluciones a nada, o bien, lo hacen de forma muy abstracta y simplista. No llevan a cabo un análisis de los riesgos o de la trama compleja de entidades que intervienen en la implementación de aquello que proponen, pues su compromiso con la verdad rara vez los hace involucrarse en las realidades que critican, concentrándose más bien en los efectos visibles que ellas producen (omiten o prefieren no pensar, por ejemplo, la realidad y virtudes que pudieran existir en el seno operativo del capitalismo, o bien, en los procesos de desarrollo de los sistemas computacionales).

Los filósofos actuales, además, son incapaces de idear teorías originales, no haciendo otra cosa que “parasitar” (interpretar) a los filósofos clásicos (Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Locke, Kant, Smith, Hume, Marx, Russell, etc.), tal como advirtió hace casi medio siglo el célebre filósofo alemán Jürgen Habermas, autor de la teoría de la acción comunicativa y de la democracia deliberativa. En Latinoamérica esta realidad es más deplorable todavía, si se considera que los investigadores noveles están siempre en la búsqueda de padrinos de las universidades del Primer Mundo, como si ellos fuesen colonos del pensamiento y no pudieran inspirarse y originar sus propias innovaciones sin tener que sorber y sorber las de otros.

Sin embargo, hay múltiples maneras en las que la filosofía podría reinventarse, pudiendo incluso llegar a ser más popular. Por ejemplo, podría incorporar inteligencia artificial para engendrar sus reflexiones. Si la literatura fuese un medio de filosofía válido entre los académicos (Nietzsche, el filósofo que anunció “Dios ha muerto”, y Ayn Rand, madre del objetivismo y controvertida defensora del capitalismo laissez faire, filosofaron a través de la novela), ellos podrían usar las sugerencias de los sistemas Sudowrite, Rytr y Jasper (gratis en internet) para generar automáticamente distintos cauces narrativos, por ejemplo. Al menos serviría para juzgar las virtudes y vicios de una tecnología de este tipo.

Digo “una tecnología de este tipo”, porque el ensayo y el paper académico constituyen también dispositivos tecnológicos. En efecto, si lo pensamos con detenimiento, un profesor universitario puede producir papers de diferentes calidades, dependiendo de cómo ajustemos la presión que ejerce sobre él el sistema académico de indicadores y las autoridades de su casa de estudios. Algo análogo ocurre con el denominado «síndrome de la hoja en blanco», donde el solo hecho de sentarse a escribir sobre una plana vacía puede engendrar un bloqueo mental. Cada tecnología tiene sus plusvalías y desventajas. Esto aplica incluso a Sócrates, quien prefirió el procedimiento del diálogo oral en lugar de la escritura.

Otra forma consistiría en atraer individuos venidos de otros ámbitos, como las ciencias y las técnicas más allá de la academia, y recoger sus apreciaciones, acomodándose a sus dinámicas más bien que poniendo como barrera de entrada a esta posibilidad la condición de que ellos se acomoden a las mecánicas filosóficas contemporáneas. La filosofía académica podría hacerlo a través de un acondicionamiento de sus programas de posgrado o actividades de extensión, para que esos hombres y mujeres ideen innovaciones filosóficas desde su saber particular. En el terreno especializado de la inteligencia artificial, por ejemplo, un ingeniero podría sugerir el análisis semántico de una o más producciones filosóficas, descubriendo en ellas las palabras o conceptos más recurrentes, como así la forma en que se correlacionan. ¡Y hasta podríamos imaginar, allá en Arizona, al mismo Chomsky haciendo sus maletas para poner rumbo a Silicon Valley con el fin de escribir líneas de código en Python y construir su propio programa para llevar a cabo esta forma de autoconocimiento!

Un simple anuncio de un departamento de filosofía bastaría en los medios de comunicación de un departamento de Ciencias de la Computación: El Departamento de Filosofía desea contratar a joven estudiante de Ingeniería en Computación que desee realizar su tesis o co-liderar un proyecto que busca descubrir, por medio de las novísimas técnicas de las ciencias de la computación, alguna verdad que los papeles, PDFs y tablets no le han permitido a la filosofía de esta universidad. En principio, se trata de analizar el corpus (conjunto de textos) de algún filósofo. No es requisito saber filosofía. Nosotros no tenemos idea tampoco sobre ingeniería y computación, solo especulamos sobre sus efectos más notorios (que a veces son vox populi y que nosotros solo formalizamos en libros). En el camino aprenderemos juntos y co-construiremos el conocimiento.

Mal que mal la filosofía es un ecosistema en el que participan personas venidas, en primer lugar, del círculo familiar de los filósofos, y de otros dominios del saber (el periodismo, la neurociencia, la física de partículas, las ciencias de la computación, la astronomía, etc.), aun cuando haya filósofos que quieran atribuirse el crédito de todas las intuiciones profundas. En efecto, a veces el feedback extraacadémico posibilita una filosofía superior, que no llega a concretarse en un diálogo elitista y cerrado con los especialistas del rubro.

No obstante, para todo esto hace falta una actitud humilde, desprejuiciada y abierta al resto de saberes, y ante todo conciencia de la propia “forma tecnológica de la filosofía” (por cierto, el título de un proyecto que trabajamos junto a un bachiller en Ciencias de la Computación y un economista, quienes también se aplican al dominio de la filosofía). Los filósofos han pensado mucho el fenómeno tecnológico, criticando a los técnicos, pero sin reconocer que ellos también son agentes de lo tecnológico (Heidegger, Sloterdijk, Ortega y Gasset, Simondon, Bostrom, Sadin, etc.). Pero ya es hora de que apliquen este pensamiento seriamente sobre ellos mismos y de empezar a cambiar el cuerpo, receptáculo o soporte de producción del conocimiento… de filosofar con nuevos materiales. ¡Apuesto a que este es el futuro de la filosofía!

Roberto Pizarro Contreras
Ingeniero civil industrial y magíster en Filosofía.