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Manifiesto Rompe-Hielo

Por: Colectivo Rompe-Hielo | Publicado: 20.10.2022
Manifiesto Rompe-Hielo Iceberg de plástico en Pabellón de Chile en Sevilla, 2022 | Colectivo Rompe-Hielo
En la Expo Sevilla 92, el hielo era la escultura perfecta de la transición a la democracia: sin más rastros que la purificación del océano, era una página en blanco para comenzar de nuevo. En su pulcra e inamovible figura, el tiempo quedaba detenido, invitando al olvido de los horrores de la dictadura.

Abril de 1992. El calor de Sevilla recibe una nueva Exposición Universal y, como es costumbre, cientos de países mostrarán su imagen al mundo en enormes pabellones diseñados a semejanza de los intereses comerciales de turno. Lo que antes era lucir los avances industriales o disuadir las amenazas de guerra a través de una cuota de intercambio cultural, hoy es la cumbre del nation branding, el momento ideal para que los países chicos exploten su valor de cambio y los grandes salven su reputación. Hace unos años que esto es así.

Pero esta vez un objeto se roba las miradas de los millones de visitantes. Una gigantesca escultura de hielo antártico, refrigerada en un edificio de madera, exhibe el carácter y las capacidades del país más austral del mundo: Chile. “Así como pudimos extraer y transportar 70 toneladas de hielo, podremos exportar nuestras frutas y salmones”, dice orgulloso el comisario encargado de la obra. Mientras la prensa internacional significaba el uso del frío y la refrigeración como un intento por separarse de la América Latina tropical.

En una larga travesía de buques de la Armada, una tripulación de militares y artistas había asumido la compleja misión de capturar témpanos en las aguas del extremo sur, para luego trasladar sus pedazos en cámaras refrigeradas a través del canal de Panamá. Como si fuera el viaje de vuelta de los conquistadores, exactamente 500 años después de que Colón llegara a América, Chile le ofrendaba a España el único recurso que les había faltado llevarse. El viaje era también el regreso a Europa de aquellos exiliados por Pinochet, que ahora debían colaborar con los militares para proyectar la imagen del Nuevo Chile.

El cine de Ignacio Agüero mostraba la poética del viaje. El hielo virgen oponía su resistencia induciendo espejismos y emitiendo terroríficos quejidos. Una vez cautivo, los protagonistas prometerían devolverlo a su hábitat natural para evitar una maldición. Pero antes debían cumplir con la misión encomendada, convertirlo en un iceberg para reestrenar la imagen internacional de Chile. El hielo era la escultura perfecta de la transición a la democracia: sin más rastros que la purificación del océano, era una página en blanco para comenzar de nuevo. En su pulcra e inamovible figura, el tiempo quedaba detenido, invitando al olvido de los horrores de la dictadura.

Aunque la transparencia del hielo del Iceberg en Sevilla 92 pretendía ser el espejo en que la sociedad chilena se reflejara íntegramente, terminó siendo la manzana de la discordia. Un álgido debate tomó lugar en la esfera pública, como si la crítica cultural renaciera en los pliegues del hielo amontonado.

Unos defendían que el uso del frío era rebelarse contra el estereotipo europeo sobre América Latina, que solía vestir a los chilenos con guayaberas ajenas. Otros criticaban que el témpano omitía nuestra identidad andina, tributaria de la cordillera chilena que da equilibrio al continente. Los ecologistas denunciaban un atentado a la naturaleza, los indigenistas interpretaban un atentado a la memoria histórica de los pueblos que habían navegado los mismos mares antes del exterminio colonial. La pregunta de fondo era si acaso Chile sería capaz de reintegrarse con éxito al mundo, sin primero integrar sus propias partes.

El 12 de octubre de 2022, 30 años después del cierre de la Exposición Universal y 530 años después de la llegada de Colón a América, nació el Colectivo Rompe-Hielo.

Nuestra aparición ocurre en el mismo pabellón donde el antiguo Iceberg estuvo cautivo durante seis meses. Esta vez, en lugar de un sistema de refrigeración para mantener el agua milenaria en estado sólido, un pequeño ventilador de 60 watts anima un inflable de plástico con las mismas dimensiones del Iceberg chileno. Lo que fue hielo eterno se convierte en aire en movimiento. Lo que fue un bloque inamovible se convierte en un globo habitable (ver https://youtu.be/TF-fpoe8R1E).

La espectacularidad de la travesía antártica contrasta con la cotidianeidad de un material artificial que llegó en una maleta de avión. 30 años después, a pesar de las promesas por devolver el hielo a su hábitat natural, los estragos del capitalismo en el planeta han terminado de derretir el antiguo Iceberg. Sin embargo, su espíritu eterno vuelve en forma de plástico no-degradable para advertirnos las conexiones entre el pasado y el presente.

El colectivo Rompe-Hielo se propone transitar desde la acepción original de la palabra Rompehielos, referida al buque capaz de navegar entre los mares congelados, a su sentido figurado, aquello que se hace para abrir una conversación cuando algo la inhibe.

Hoy el país es distinto. Un estallido social terminó de poner en cuestión la imagen país construida desde los años 90. Pero cuando los nuevos símbolos tomaban lugar para saldar cuentas con el pasado, la reintegración de Chile volvió a quedar pendiente. En medio de la búsqueda por una nueva identidad, la activación de la memoria del hielo permite reinterpretar el pasado para proyectar un futuro en común.

Colectivo Rompe-Hielo
Colectivo Rompe-Hielo (compuesto por Tomás Leighton, Paula Urrutia y Carlos Sfeir) busca generar activaciones de la memoria de Chile, con un foco especial en el periodo de transición a la democracia.