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Raros

Por: El Mirador de Clorozo | Publicado: 12.11.2022
Raros |
Si bien hacia el exterior nos gusta que nos reconozcan como un país y unos especímenes distintos o anormales, en el interior de este terruño enclaustrado entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico ningún chileno puede permitirse ser distinto o anormal en relación al resto. Vendemos la excepcionalidad, pero no aceptamos que entre los nuestros haya alguien excepcional. No puede haber ningún raro entre los raros.

Vosotros sois muy raros, me dijo Ramón Ramos, un brillante profesor de sociología histórica de la Universidad Complutense, tras sorber una cerveza en un acalorado bar de Madrid. Se refería a nosotros, los chilenos, y su comentario salió cuando le conté que en Chile los bomberos eran institucionalmente voluntarios, lo que le pareció la gota que rebasó el vaso de nuestra rareza.

Su tono no era de reproche. Dijo raros más bien con el labio semi elongado, como cuando se anuncia una risilla cómplice que nunca llega, con verdadera curiosidad.

La palabra raro en España se usa para significar lo que corresponde: como sinónimo de escaso, excepcional, anormal, extraño, desusado, incomprensible, particular o distinto, según lo indica la meticulosa doña María Moliner. Y eso es lo que Ramón quiso decir: que éramos unos bichos muy difíciles de catalogar.

–A los argentinos, o para ser precisos a los porteños –se explayó él–, yo los puedo identificar como acojonantes: siempre te exigen estar en guardia porque hacen sentir que tienen un dominio sobre todo, y eso entre que acojona e irrita. Los brasileños y los cubanos son un gozo, pues te hacen ver que la vida es una fiesta, un asunto muy simple, del cual no vale la pena hacerse mala sangre. Los colombianos poseen esa simpatía natural que los hace comportarse como si la violencia en la que viven les sea una cosa absolutamente ajena.

Pero, dijo Ramón, para los chilenos la única definición que se me ocurre es que sois raros.

Este sociólogo jamás ha estado en Chile. Su conocimiento sobre nosotros sólo proviene del contacto con amigos, exiliados y alumnos chilenos en España y, por cierto, de la bibliografía y el periodismo, y a que se ha mostrado particularmente interesado respecto de nuestro país dado que pertenece a una generación española para quienes el golpe de Estado chileno les fue una experiencia tan vívida (siendo jóvenes antifranquistas) que incluso ya constituye parte de su memoria sentimental.

Por mi parte, siempre me llamaron intuitivamente la atención ciertas características propias del ejercicio de ser chileno, si se puede decir. Ese permanente mirarse al ombligo, la abrumante autorreferencia, por ejemplo, o el vernáculo fatalismo, o esa idea que tenemos de que sólo en Chile ocurren las cosas más extremas (el desierto más seco, la isla más lluviosa, el cielo más azul, el terremoto más grande…), son sólo algunas formas de autorreconocernos, en las que casi todos estamos de acuerdo y, tras lo dicho por Ramón, uno no puede dejar de coincidir con él: somos nosotros mismos quienes, al hablar de nosotros, nos identificamos como raros.

Nos presentamos como distintos, cubiertos por el misterio de la extrañeza, como habitantes singulares de un remoto confín donde rigen reglas excepcionales. Tal vez algo de eso tenga que ver con que, según he leído, los más abundantes avistamientos de ovnis ocurran en Chile. La explicación a ello podría ser que entre habitantes no catalogados por el resto del mundo podemos entendernos mejor. Queremos ser Objetos (Voladores) No Identificados.

Sin embargo, dándole muchas vueltas a este asunto, también he llegado a pensar que tal vez nos sucede que, ante la autonegación histórica de nuestras señas de identidad, no nos queda otra que reconocernos sólo en esta suerte de rareza, es decir, en la indefinición de lo que aceptamos como propio. ¿Qué nos caracteriza?, inconscientemente nos preguntamos. La rareza, nos contestamos. Nada más.

Esto es muy paradójico, porque si bien hacia el exterior nos gusta que nos reconozcan como un país y unos especímenes distintos o anormales, en el interior de este terruño enclaustrado entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico ningún chileno puede permitirse ser distinto o anormal en relación al resto. Vendemos la excepcionalidad, pero no podemos aceptar que entre los nuestros haya alguien excepcional. Impresiona: no puede haber ningún raro entre los raros.

Si alguno de nosotros comete la osadía de elegir aparecer con tenida verde en vez de la característica vestimenta gris recibe entonces la mofa y el repudio generalizado del resto de los compatriotas. Ridículo: es una palabra tan chilena. Y si alguno tiene la mala idea de pensar una cosa distinta de la uniformemente establecida, pues que se mande a cambiar. Acá el mundo no es ancho y ajeno; el valle central es estrecho, provinciano, uniforme, como la Plaza de Talca y sus paseantes: está en la depresión intermedia, ahogada por las cordilleras de los Andes y de la Costa.

Cosa más rara.

El Mirador de Clorozo
Inquilino de La Dehesa.