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Opinión

El itinerario colonial del autoritarismo en Chile

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 14.11.2022
El itinerario colonial del autoritarismo en Chile El Corregidor Zañartu |
El modelo represivo militar, a partir de 1973, aplica una política colonial regida y corregida desde la inspiración hispanizante hasta las expresiones nacionalistas más rígidas. En Chile, se dice, no pueden existir ‘rotos’ ni indígenas. Todas las diferencias étnicas deben quedar licuadas en la nación homogénea. ¿Qué alcances pueden tener hoy estas declaraciones racistas?

La colonización imperial castellana genera un modo de vivir inédito: el de los hombres blancos y su autoritarismo racista; dos condiciones ignoradas en el mundo llamado prehispánico.

El 4 de septiembre de 1545 Pedro de Valdivia escribe desde La Serena al emperador Carlos V: “[He] hablado a los caciques y dícholes que sirvan muy bien a los cristianos porque, a no hacerlo, envío ahora a vuestra Majestad y al Perú a que me traigan muchos, y que, venidos, los mataré a todos; que para qué los quiero: que adelante hay tantos como yerbas que sirvan a vuestra Majestad y a los cristianos, y que, pues son ellos perros y malos contra los que yo traje, no ha de quedar ninguno” (Cartas de Relación de la Conquista de Chile).

Al terminar el siglo XVI el emperador Felipe II decide que Chile sea un lugar de castigo para los antisociales de todo el Imperio: “Los Españoles, Mestizos, Mulatos y Zambaygos vagamundos, no casados, que viven entre los indios, sean echados de los Pueblos […] y si los Virreyes, Presidentes y Gobernadores averiguaren que algunos son incorregibles, inobedientes o perjudiciales, échenlos de la tierra, y envíenlos a Chile” (Recopilación de Leyes de Indias, Libro 7, Título 4, Ley 2). Con esa política peninsular, los colonos favorecidos de la Corona se apartan de esa población peligrosa. Los Larraín, en el siglo XVII, se enorgullecen de no tener “una sola gota de sangre mora o judía” (M. L. Amunátegui, La crónica de 1810).

A principios del siglo XIX los defensores de Su Majestad emprenden la represión contra los partidarios ‘criminales’ y ‘herejes’ de la Independencia de Chile. Instigada por las autoridades virreinales, la violencia es policial y cultural. Se habla de los “perros insurgentes”, de los “mulatos Carrera” (A. Blest Gana, Durante la Reconquista, 1897). Las nuevas autoridades nacionales prolongan el ideal autoritario y racista de las potencias europeas decimonónicas.

En 1823 Bernardo O´Higgins confiesa a un corresponsal británico: “[La] Gran Bretaña ha sido elegida en estos tiempos por la Divina Providencia para ser el instrumento eficaz que lleva al máximo progreso y felicidad a la raza humana […]. [La India] pasó al dominio de una compañía de comerciantes ingleses. Este hecho incorporó a este pueblo a la vida civilizada, a la moral y a la religión” (Carta a Sir John Doyle, Lima, 16 de diciembre de 1823). Mariano Egaña, ex ministro plenipotenciario en Londres, expone su credo antidemocrático en 1827: “[Tantos] crímenes y tantos desatinos que se cometen desde Tejas hasta Chiloé, todos son efectos de esta furia democrática que es el mayor azote de los pueblos sin experiencia y sin rectas nociones políticas” (S. Collier, Ideas y política de la Independencia chilena 1808-1833, 1977).

Casi terminando el siglo XIX, la superioridad racista recrudece con la Guerra del Pacífico. Los ‘ingleses de Sudamérica’ desprecian como razas inferiores y decadentes a los pueblos del Perú y Bolivia (C. Mc Evoy, Guerreros civilizadores: política, sociedad y cultura durante la Guerra del Pacífico, 2011).

Con el siglo XX la élite blanca se atemoriza ante las posibles sublevaciones mestizas, de color. Es el miedo colonial a la barbarie. En 1912, desde Londres, el editor de El Mercurio se consuela con la ausencia de estallidos africanos en el país: “Chile nunca ha sufrido en forma apreciable el elemento negro y mulato que, en otros países, ha sido el germen del espíritu rebelde y desordenado que ha causado tantas revoluciones y contiendas civiles” (J. Pérez Canto, Chile: an account of its wealth and progress, 1912).

En 1917 Edward A. Ross, criminólogo y sociólogo de Estados Unidos, advierte que las masas populares de Chile pueden convertirse en salvajes y destructoras. “Es de temer que, dentro de quince o veinte años, ocurra el estallido de una sangrienta revuelta de trabajadores, que las tropas mismas no serán capaces de dominar” (L. S. Rowe, E. Molina, Las democracias americanas y sus deberes, 1917). Es conveniente fortalecer la presencia blanca. Vicente Huidobro aconseja en 1925: “[Necesitamos] dos millones de hombres rubios de los países del norte de Europa. El peligro para Chile no es extranjero, sino el chileno” (B. Subercaseaux, Historia de las ideas y de la cultura en Chile, 2011).

En la década de 1930 el complejo autoritario y racista se refuerza con nuevos ideales europeos. “Hay que saber ser un Mussolini en las palabras y en los hechos”, escribe el futuro historiador Mario Góngora en 1936 (Diario, 2013). En una novela, de 1970, José Donoso da cuenta del miedo colonial a la plebe chilena: “Los rotos nos odian […]. Nos tienen envidia. Quieren quitarnos todo. Hablan de reivindicaciones, pero no son más que una tropa de asaltantes, de criminales que no debían andar sueltos” (El obsceno pájaro de la noche).

Desde mediados del siglo XX el pueblo mestizo es obligado a abandonar sus profundas y espirituales raíces indígenas. Intelectuales y pedagogos de la élite instalan sistemáticamente el blanqueamiento forzoso. Francisco Walker, académico de la Universidad de Chile, lamenta que el pueblo chileno sea demasiado indígena en 1941 (Nociones elementales de derecho del trabajo). En 1945 Benjamín Subercaseaux propone amputar todo lo que conecte con la raíz indígena (Reportaje a mí mismo: notas, apuntes y ensayos). En 1955 concluye Eduardo Frei Montalva: “Si penetramos en la Historia de Chile y de ella extraemos todo lo que hay de positivo, lo que ha constituido su saldo favorable, podríamos anotar como un signo esencial el que este país no ha tenido un destino indígena” (La verdad tiene su hora).

El modelo represivo militar, a partir de 1973, aplica una política colonial regida y corregida desde la inspiración hispanizante hasta las expresiones nacionalistas más rígidas. En Chile, se dice, no pueden existir ‘rotos’ ni indígenas. Todas las diferencias étnicas deben quedar licuadas en la nación homogénea. ¿Qué alcances pueden tener hoy estas declaraciones racistas?

En 2021 y 2022 la Convención Constitucional mostró los límites históricos de esa forma de pensar. La propaganda oficial del Rechazo a la propuesta recurrió a afirmaciones autoritarias y moralizantes. No hubo argumentos. Sólo un hablar cascarrabias: “¡Rechazo una Constitución tramposa!”, “¡La huevá es mala, y punto!”. ¡Qué diálogo!

La gastada herencia colonial debe dar paso a la valoración de otras formas de hablar, de otros tonos de voz. Aprendidos no desde las voces altivas de mando, sino desde el silencio introspectivo de un pueblo que respira todos sus ancestros, la variedad de sus legados entrañables. “Cuando rara vez miro mi cuerpo en el espejo, no me acuerdo del indio, pero no hay vez que yo esté sola con mi alma que no lo vea” (G. Mistral, Algunos elementos del folklore chileno, 1938).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.