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Opinión

Recambio generacional y obsolescencia de los sujetos

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 19.11.2022
Recambio generacional y obsolescencia de los sujetos Agencia Uno |
Nos gustaría que la reciente imagen del Presidente Boric abrazando a Joan Manuel Serrat fuera expresión de esa gratitud mutua y de la ausencia de una “querella de generaciones”.

La idea de un recambio generacional en el plano de los actores políticos, pero no sólo ahí, se arraigó en este país como algo no cuestionado ni cuestionable. Algunos de los enunciados de este nuevo sentido común afirman que “hay que darles la oportunidad a las nuevas generaciones” o “el país necesita de nuevas ideas” o “los mayores tenemos que hacernos a un lado”, entre otros.

La sustitución de generaciones es defendida por las nuevas camadas nacionales casi como derecho natural y, en una especie de suicidio colectivo simbólico, en general también es visto con simpatía por quienes han sido desplazados de la historia común. Se ha convertido en un gesto benévolo por parte de los sustituidos defender el reemplazo como una extensión o proyección de la situación en la estructura familiar: abuelos y padres ceden su lugar en la familia a hijos y nietos. Madres y padres y padres no esconden su gozo avizorando a sus cachorros ascendiendo en las escalas sociales. El resultado, no obstante, es una sociedad amputada, a la cual se le ha cercenado una parte muy importante de sus capacidades colectivas.

La necesidad de expulsar a los dinosaurios ideológicos que pululan en los espacios de poder, político y mediático, es imperiosa en cualquier proyecto de higiene colectiva. Pero el pensamiento y las prácticas fósiles están bien repartidas en todas las generaciones. El tópico que diferencia entre la experiencia y la sabiduría de los mayores por una parte y la energía y nuevas ideas de los jóvenes, por otra, así como la asimilación entre vejez y conservadurismo, es falso. “Yo sé que ustedes saben que no hay querella de generaciones. Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me ubico yo”, afirmó Salvador Allende en su épico discurso, en tiempos en que existía todavía la épica, en la Universidad de Guadalajara en México. Vejez y juventud son categorías ideológicas, valóricas, políticas… tanto como biológicas. Nos gustaría que la reciente imagen del Presidente Boric abrazando a Joan Manuel Serrat fuera expresión de esa gratitud mutua y de la ausencia de una “querella de generaciones”.

Sin embargo, desgraciadamente esto no es así. Resulta sorprendente que quienes han hecho de la “inclusión” una de sus banderas, defiendan la exclusión y marginación sistemática, eso sí, sonriente y aparentemente inocua, de una parte, significativa, de la población del país. Asombra la ligereza con que la doxa política avala la caducidad anticipada de talentos, capacidades, inteligencias, imaginaciones y experiencias plenamente vigentes.

Sorprende la ceguera e indiferencia frente a las tragedias personales y familiares que esta marginación significa, pero sorprende aún más, si cabe, que no se tome nota que el recambio generacional se inscribe en un contexto y obedece a una lógica que va más allá de la voluntad de los actores y sus proyectos vitales. En un momento de total predominio de “la nueva razón del mundo”, como llamaban Laval y Dardot al neoliberalismo, todo queda subsumido en la lógica de la mercancía y de su imperiosa obsolescencia. Nada escapa a la presión de la renovación permanente, al imperativo de la sustitución infinita de las cosas por cosas, objetos por objetos, tecnologías por tecnologías. La “destrucción creativa” es una implacable máquina de obsolescencia programada que condena a las sociedades a una sustitución delirante sin fin.

La “obsolescencia programada” determina, con rigor y precisión, una duración a priori de los objetos de consumo. La ingeniería define anticipadamente una duración de la “vida útil” de todo aquello que nos rodea y puede “renovarse”. Entre todas las perversiones del productivismo, que son muchas, la obsolescencia programada es probablemente una de la más irritantes. Consiste en una estrategia deliberada para acortar la vida útil de las mercancías con el objetivo de aumentar la velocidad del ciclo producción-consumo-producción… Mientras menos duren más se fabrican. Antes, la calidad estaba asociada a la duración de los objetos, ahora los productos nuevos reemplazan velozmente a los “antiguos” que, así considerados, se convierten en basura. No se los deja envejecer con dignidad.

La obsolescencia programada es la planificación de la muerte y es irritante porque supone la utilización de inteligencia técnica y científica para producir despojos, es decir, basura contaminante. La planificación de la obsolescencia y su efecto sobre la reducción de la vida útil de los objetos debilita las ancestrales prácticas de la reparación, del arreglo, de la compostura y los oficios vinculados a ellos: zurcidor, tapicero, zapatero, modista, mecánico… Oficios nobles y ancestrales, depositarios de saberes colectivos que establecían una relación afectiva con los artefactos a los cuales se les concedían nuevas oportunidades de vida.

Pero esta obsolescencia de objetos es, al mismo tiempo e inseparablemente, una obsolescencia de sujetos. La producción social de caducidades en el plano de los objetos tiene un correlato en los individuos de carne y hueso. Hay concomitantemente una producción social de excedencias, de despojos humanos, antes llamados ejércitos industriales de reserva y ahora ejércitos cognitivos de reserva. Son los sobreabundantes humanos sin los cuales el productivismo no podría sobrevivir. Desaparecen los objetos y desaparecen sus usuarios y todo el mundo de sentido asociado a su relación.

Por eso hay una producción social de “generaciones” como la hay de teléfonos celulares, automóviles o títulos universitarios y todos ellos están sometidos a las exigencias de la expiración anticipada. Es más, los criterios de diseño y clasificación de generaciones están basados desde hace unas décadas en el uso de dispositivos tecnológicos de alta rotación y caducidad. “El deseo se esfuma antes de que el objeto envejezca», dice Deyan Sidjic, escritor y arquitecto británico. Una parte importante de los indicadores generacionales tienen que ver con el uso uno de interfaces tecnológicas. A diferencia de las anteriores generaciones, literarias o pictóricas, por ejemplo, en siglos pasados, en general conceptualizadas a posteriori y tras una importante decantación temporal, las actuales muestran los signos de una producción artificial acelerada. “Boomers”, X, millennials, Z, Alfa, etc., son inventos mercadotécnicos destinados a impulsar nuevos segmentos de consumo más que dar cuenta de realidades demográficas.

La lógica de la obsolescencia es una lógica general de devaluación de la sociedad o un desplazamiento perpetuo del valor desde lo (considerado) viejo a lo (considerado) nuevo. Objetos materiales (ie. una impresora) o simbólicos (ie. un conocimiento) expiran en el anonimato. Cada tecnología que caduca implica un saber social e individual que ya no sirve. No es casual que la sucesión tecnológica tenga expresiones antropomórficas: “vida útil”, “computadoras de tercera generación”, “evolución tecnológica”. Todo queda sometido a la aceleración obsolescente, todo queda subordinado al frenesí del mercado descontrolado y sus delirios.

Adolfo Estrella
Sociólogo.