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Se buscan filósofos (de otras profesiones y rubros)

Por: Roberto Pizarro Contreras | Publicado: 19.11.2022
Se buscan filósofos (de otras profesiones y rubros) filosofos |
Hoy el peor ejemplo de filosofía que pueda existir es el que encarna desgraciadamente Agustín Squella, quien en una columna en otro medio declaraba que la filosofía, como si fuera una élite o ferretería, “es un asunto de especialistas, nos guste o no”.

[A propósito del Día Mundial de la Filosofía, celebrado el tercer jueves de noviembre]

En Chile no hay ni habido nunca grandes filósofos. No hay un filósofo que haya alcanzado el estatuto de clásico ni se vislumbra uno en el horizonte. Existen y han existido, en cambio, especialistas que han adherido bien a las reglas del sistema internacional de la filosofía académica, por no decir que hasta acá sólo hemos tenido principalmente “exégetas”, es decir, personas que interpretan las cosas a la luz de conceptos formalizados por otros a los que consideran “grandes” o “insuperables” (como hace Carlos Peña, quien de cuando en cuando le pide los anteojos prestados a Ortega y Gasset para decirnos cómo funciona el mundo, o bien cómo funciona el mundo de Carlos Peña).

No conseguiremos absolutamente nada intentando discutir esto en la esfera de la filosofía académica, ya que cometeríamos el mismo error del filósofo y matemático Gottfried Leibniz cuando intentó comprobar que era el inventor del cálculo: acudió a la Royal Society, presidida por su principal contendor, el matemático y físico Isaac Newton, quien movió los hilos maquiavélicamente para que se le acusara públicamente de plagiario.

En general, los filósofos académicos −al menos una parte importante− creen que todo lo que había que descubrir ya fue descubierto −o, en el caso de Latinoamérica, que se descubre de la mano del Primer Mundo −y que el resto son sueños o desvaríos que la vejez y frustración acaban apaciguando.

Se entiende mejor el escaso valor social que tiene para las gentes la filosofía, en comparación con otros saberes (como la medicina o la astronomía), cuando descubrimos en la filosofía académica estas tres características:

  • Su anacronismo (usa eminentemente el recurso textual para inspirarse y producir sus ideas).
  • Su pesimismo, que se lee en muchas portadas de obras icónicas, como en Vida precaria, de Judith Butler, una de las pioneras de la teoría Queer.
  • Su esoterismo, que se lee en las revistas académicas, donde hallamos trabajos tan mareadores de entrada como el siguiente: Lo físico, lo subjetivo y lo social en el debate sobre la identidad personal: Una visión crítica e histórica de las teorías neolockeanas, del académico de la Universidad Complutense de Madrid Alfonso Muñoz-Corcuera.

Con todo, hay maneras ingeniosas y entretenidas de empezar a romper este aburridísimo esquema para dar vueltas las cosas.

Lo primero es apelar a la buena voluntad de los jóvenes estudiantes de filosofía y los muchos profesionales de este saber que, lejos de querer terminar sus días como unos hijos bien portados del sistema académico, desean en lo más hondo de sí una verdadera contribución al conocimiento global. A ellos me dirijo de este modo: “Jóvenes, no dejen de cuestionarse qué tanto mal le hacen al conocimiento dejándose arrastrar por la inercia del sistema que les han heredado. Sólo cuando sean capaces de decir: ‘Sí, aparte de sus bondades, nosotros detectamos todas estas fallas drásticas, y estamos haciendo esto y esto otro para solucionarlas’, sólo entonces habrán tomado al Leviatán por las astas para darle un nuevo giro a la filosofía”.

Lo segundo es extender la invitación a los muchos profesionales y no profesionales inteligentísimos que son capaces de intuiciones muy profundas en su propio ámbito (médicos, periodistas, ingenieros, abogados, historiadores, economistas, hombres y mujeres de toda suerte de negocios, científicos, etc.): “La filosofía es también de ustedes y es necesario que la ejerzan. No para torcer las cosas al gusto de algún intelectual o bando político en particular (o para dejarlas donde están), sino para que ustedes mismos miren detenidamente lo que están haciendo, el contexto en el que están inmersos y si quieren cambiar algo y de qué forma”.

De hecho, creo que estas personas son las más importantes, por la variedad de caminos que pueden construir para el tránsito y la liberación de la filosofía.

Alguien, por ejemplo, podría montar un emprendimiento filosófico y bautizarlo “El filósofo”; vender tortas, sandwiches y otras delicias empaquetados con elegantes enigmas o máximas provocadoras de las distintas filosofías; o montar un restaurante o café con cuadros y platos filosóficos. La sola persistencia de la marca, suponiendo que es bien administrada, hará valorar a muchos la filosofía y embarcarse en ella en algunos casos.

Los informáticos y artistas digitales, por su lado, podrían desarrollar videojuegos, cortometrajes y producciones afines con los más potentes temas. El mejor ejemplo de esta posibilidad es el premiado −y ahora de culto− videojuego indie Undertale, de un joven desarrollador estadounidense llamado Toby Fox, quien hace algunos años supo compensar sus precarios recursos de programación con su excepcional talento musical y su filosofía de lo monstruoso, la cual seguramente ha calado más hondo en el público que cualquier intento o aborto chileno de filosofía. Esto prueba, por lo demás, la importancia del formato a la hora de inspirarse, pensar y difundir los pensamientos (en otras palabras, la cuestión tecnológica que los afecta).

Los artistas plásticos podrían diseñar una “Plaza de las filosofías” y proponerla como un proyecto público. Incluso Cencosud podría poner a descansar las estatuas o proyecciones de algunos filósofos y sus filosofías en los circuitos del Costanera Center, sumando así la cultura a su lema corporativo (por ejemplo, podría pasar en pantallas grandes Las analectas de Confucio con un hermoso paisaje natural de fondo y música sacada del folclor chino). ¡Ojalá sus competidores se le adelanten!

Los industriales, por supuesto, también harían lo suyo. De ellos sería la confección o manufactura de ropas con logos, perfumes, cajas de leche o cereales con motivos filosóficos.

Por último, las unidades académicas de Ingeniería o Neurociencias podrían poner a su servicio a algún filósofo de buena voluntad que les permita repensar críticamente e innovar verdaderamente en su disciplina. Antes han contratado estadísticos, psicólogos o economistas, con la esperanza de elevar sus programas tanto como puedan al nivel de las más renombradas casas de estudio extranjeras. Lo mismo pueden hacer con los filósofos para mejorar sustantivamente la variedad de sistemas que construyen. Con toda seguridad emergerá acá una obra que podría ser un best seller o clásico de las ciencias o técnicas de este tiempo, y no otro librito más en el océano de libros que discuten un problema.

En definitiva, todos quienes quieran pueden erguirse en calidad de abanderados o empresarios de la filosofía. ¡Sí, he dicho bien! La startup o empresa debe ser considerada, cuando menos por su enorme poder difusor en comparación con el de la academia. Ella puede ayudar a inocular el espíritu filosófico en los ciudadanos-consumidores, como también dentro del gran capital, para que este acabe asimismo por cuestionarse en algún grado su forma e impacto sobre el mundo.

No es necesario que obtengan algún grado académico o que se apliquen a la lectura soporífera de mamotretos. En internet está plagado de resúmenes textuales y audiovisuales por los que se puede partir para nutrir filosóficamente el espíritu y aportar a nuestra sociedad. Cada cual, en la medida que quiera ver crecer su “negocio”, irá profundizando su conocimiento en filosofía −e incluso contratará especialistas para este efecto− para ofrecer una línea de productos o servicios más ricos. Aquí lo perfecto es enemigo de lo bueno, y lo que vale es la intención.

Hoy el peor ejemplo de filosofía que pueda existir es el que encarna desgraciadamente Agustín Squella, quien en una columna en otro medio de comunicación declaraba en junio que la filosofía, como si fuera una élite o ferretería, “es un asunto de especialistas, nos guste o no”. Muy Premio Nacional será, pero habrá que ver si sus obras especializadas le sobrevivirán más que la astronomía del profesor Maza. Hay que ver igualmente si su actitud filosófica fue capaz de replantearse alguna vez su metodología de persuasión en la fracasada Convención Constitucional, pues estoy convencido de que no fue así y que muchas de sus tácticas no tuvieron efecto por hallarse obsoletas.

Otro pésimo ejemplo de cómo se entiende la filosofía es el que me dio hace unos años Mario Waissbluth. Entonces yo le planteaba a un panel de Congreso Futuro la pregunta sobre el aporte que le cabía a la filosofía hoy. Decidió responder él, dándome un ejemplo que la reducía literalmente a una “terapia paliativa en el trance de la muerte”.

¡Esta es la consideración y la visión que de la filosofía tiene la filosofía chilena y los intelectuales chilenos! Definitivamente, hay que sacarla del foso y darle nuevos aires de la mano de nuevos managers o gerentes. Va a ser un camino largo y entretenido, pero repleto también de dolores y problemas. No obstante, Chile no alcanzará un nuevo estadio de transformación y nuestro desarrollo no estará completo si la filosofía no alcanza a las gentes y estas no retroalimentan a la endogámica filosofía académica.

Roberto Pizarro Contreras
Ingeniero civil industrial y magíster en Filosofía.