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Opinión

¿Cómo contener a la niñez si los adultos no sabemos contenernos?

Por: Javiera Calderón y Victoria Inzunza | Publicado: 22.11.2022
¿Cómo contener a la niñez si los adultos no sabemos contenernos? |
“Cansancio y frustración” son los principales conceptos con los que definen su trabajo las 607 educadoras/es de párvulos que participaron en la Encuesta sobre Salud Mental, elaborada por el Colectivo de Educadoras/es Empoderadas.

Hoy se cumple un nuevo Día de la Educación Parvularia, y si bien debería ser de celebración, nos vemos en la obligación de denunciar la pesada mochila de las educadoras/es de párvulos. Esta carga aumenta día a día, a causa de instituciones y personas que ignoran nuestro criterio profesional, al estigmatizar este trabajo de femenino y asistencialista (exigiéndonos ejercer un cuidado maternal); al ridiculizar e infantilizar nuestras estrategias lúdicas, desde el adultocentrismo; al permitir que en algunos contextos educativos exista una educadora para 42 párvulos; al idealizar la sobreescolarización con adoctrinamientos que implican cuerpos pasivos (salvo los dedos) y mentes con una memoria entrenada para leer, escribir, sumar y restar.

Esta interseccionalidad (cruce de factores) pone en constante tensión la carga social y moral de nuestra profesión, ya que se cuestiona nuestra vocación y compromiso, al momento de no cumplir con las erradas expectativas señaladas. No consideran que también seamos víctimas de una gran brecha educativa en nuestra formación inicial docente y, a la vez, de una formación continua precaria, basada mayoritariamente en capacitaciones esporádicas y poco contextualizadas (por lo tanto, poco significativas). Y que, frente a esta situación, nuestro único modo de aprender sobre liderazgo ha sido a costa de ensayos, errores y aciertos; los cuales, lejos de ser aconsejados y acompañados, la mayoría de las veces son juzgados negativamente, sin apoyo ni propuestas viables por parte de las instituciones ni comunidades educativas. Que, a la vez, nos exigen ocuparnos solas de problemáticas que le corresponderían a un equipo interdisciplinario completo; por ejemplo, la salud mental de los niños/as/es y sus familias, que debería ser tratada integrando campos como trabajo social, psicología, terapia ocupacional, educación diferencial, entre otros. Responsabilidades que, además de desprofesionalizar, atentan contra nuestra salud mental y bienestar emocional.

Atendiendo a los factores mencionados, ¿a qué queda expuesta nuestra salud mental? Agotamiento, culpa, frustración y, sobre todo, miedo a perder nuestros trabajos por decir “¡basta!”. En esta realidad fue enmarcada la encuesta, cuyos resultados alarmantes indican que, si bien un 99% de las educadoras/es de párvulos considera que debiesen existir instancias de contención en su espacio laboral, el 62% declara no tenerlo. Mientras que el 53% dice no tener acceso siquiera a redes de apoyo en su espacio laboral.

Sumado a la pandemia que hubo, esta realidad hace que nuestro proceso de empoderamiento sea insostenible, ya que no existen instancias de aprendizaje en cuanto a nuestra propia salud mental y la del resto de trabajadoras/es que se desenvuelven con la primera infancia. No existen ambientes laborales y educativos de respeto, que sean mediados por profesionales que entiendan de procesos psicológicos en la adultez y la gravedad de no tener herramientas emocionales en este tipo de instituciones. Mientras las caras sonrientes y voces entusiastas inundan los espacios educativos, estas ocultan precarias condiciones laborales, que silenciosamente permean a los niños/as/es. Ellos no son culpables de que seamos la profesión con los sueldos más ingratos de Chile; ni del bajo presupuesto destinado a la Educación Parvularia; ni de la vulneración sistemática a la salud mental de sus trabajadoras/es. Pero, al parecer, son los únicos a los que se les está enseñando a identificar emociones y sacar un fruto de ellas. Y lamentablemente son los más perjudicados.

Si estos espacios no han sido otorgados por los equipos directivos, no es necesariamente por falta de voluntad, sino también por la desinformación a nivel sociocultural sobre las implicancias de la salud mental. Además de la falta de responsabilidad institucional, sobre todo de entidades públicas, que deberían hacer un acompañamiento y contención emocional profesional de manera sistemática. Y que, aun teniendo alarmantes datos de una profesión tan demandante, siguen ignorando las repercusiones a nivel físico y a nivel socioemocional en sus trabajadoras/es. En consecuencia, se refleja en la incierta calidad del trabajo que ejercen interactuando y educando a las infancias. La salud mental de cada educador/a de párvulos es una bomba de tiempo que puede afectar a todas las presentes y futuras generaciones que la rodeen.

Javiera Calderón y Victoria Inzunza
Del Colectivo de Educadoras/es Empoderadas (COEDEM).