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Opinión

Entre el infinito y el más acá

Por: Raúl Ojeda | Publicado: 04.12.2022
Entre el infinito y el más acá Grifo-Las-Condes |
Nos enteramos de que el del grifo (de apellidos Barros Vicuña) sigue libre y ha quedado con una medida cautelar de “60 días de arraigo nacional” mientras que el que sacó la banca (de apellidos Santana Torres) sigue preso a la espera de un indulto presidencial que no llega. Así como en Chile la meritocracia no existe, tampoco existe la igualdad ante la ley y todos sabemos quiénes son los que pagan por su error y quienes salen libres de polvo y paja.  

Mis estudiantes han tenido apellidos Colivoro, Eyzaguirre, Marín, Uribe, Walker, Parraguez, Undurraga, Larraín, Santana o Vicuña. Sus padres han sido médicos en clínicas privadas de Santiago, pescadores artesanales en una isla cercana a Calbuco, baqueanos en la Cordillera de los Andes. Sus madres, abogadas exitosas y esforzadas cartoneras, psicólogas y dueñas de casa. Algunos han estado presos por lanzazos y otros por estafa. Algunos han sido fanáticos religiosos y otros drogadictos. Algunos profundamente desagradables y altaneros y otros cariñosos y agradecidos.

Mis primeros estudiantes, allá por el año 1985, llegaban a la escuela con unos zapatos que más bien eran disfraces para los pies que calzado digno, otros salían a pescar por la noche y al otro día iban a clases. He tenido alumnas que caminaban una hora para llegar a la escuela y a otro tuve que ir a dejarlo a caballo a casa de su abuelo cerca del lago General Carrera. Algunos al llegar a casa se enteraban que sus padres se habían ido de viaje nuevamente y que estarían otro mes al cuidado de las nanas mientras que otros llegaban a casa sin la certeza de saber quién les recibirá esta vez.

Me ha tocado acompañar a algunos estudiantes de Vitacura a dar desayuno a gente viviendo en la calle en Santiago. Y a otros de Peñalolén, que tenían a un familiar viviendo en la calle, los acompañé a un “viaje de estudios” por el día hasta Quilicura para visitar una empresa. A principios de este siglo debí acompañar a una niña que era abusada sexualmente por su padre al hospital y sufrir con ella los dolores del sistema. En los pasillos de un colegio de élite conversé con uno, que lloraba con una tristeza que atravesaba su cuerpo porque sus compañeros no lo dejaban tranquilo por ser “tan especial”. “Que nuestros privilegios se transformen en derechos”, decía el lienzo que encabezaba el caminar de un grupo de estudiantes de aquel colegio con los que estuvimos en la ya histórica «marcha de los paraguas» .

A pesar de las enormes diferencias sociales, económicas y culturales que han separado a mis estudiantes y a sus familias, he podido ver cómo la virtud y la miseria que como seres humanos somos capaces de construir no tiene clases sociales. Y también he visto que, a pesar de las diferencias, niños y niñas con estímulos adecuados son capaces de llevar sus posibilidades más allá del infinito. No tengo duda que todos mis estudiantes son iguales, sin embargo sé que a Fernanda, alumna ejemplar, aquella a la que su madre acompañaba a la escuela todos los días, a esa que tenía un padre que se sacaba la cresta para que nada le faltara, la que llegaba todos los días con los cuadernos limpios y ordenados y el uniforme impecablemente planchado, la que con esfuerzo logró una beca para estudiar en una universidad del estado y luce orgullosa su título de enfermera, los límites si existen: se los han puesto los que manejan este país, aquellos con apellidos Larraín, Walker, Solar, Undurraga, Echenique, Aldunate, Eyzaguirre o Vicuña. También sé que para cualquiera de mis estudiantes con alguno de estos apellidos titulada de enfermera en cualquier universidad los límites no existen y que con seguridad terminará en un cargo superior, dando órdenes a muchas como Fernanda, sin haber tenido más mérito que un apellido.

El 30 de septiembre de este año un muchacho, que podría haber estado en alguna de las salas en las que hice clase alguna vez, se dejó llevar por un acto impulsivo y rompió un grifo en Las Condes. “Es un acto delictivo grave, que significa dejar un lugar sin agua para combatir incendios; incluso tiene pena de cárcel”, dijo la alcaldesa, haciendo referencia al castigo que va desde los 61 hasta los 540 días de cárcel.

Hace tres años, otro joven que pudo haber estado en otra de las salas en las que trabajé como profesor enfrentó una situación similar. En un acto impulsivo, sacó una banca de la catedral de Puerto Montt, situación por la que está en prisión desde noviembre del año 2019.

Uno reconoció su error: sus imágenes dan prueba de lo que hizo, no hay duda de que es culpable. El otro solo ha reconocido haber sacado la banca; no hay imágenes que prueben el delito del que se le acusó, no hay testigos de que hubiese participado de alguna manera en la fogata en las afueras de la catedral, sin embargo el Tribunal Oral en lo Penal lo “acreditó como autor del ilícito frustrado de incendio en un inmueble habitado, hurto simple y daños a bienes de uso público”, “con el agravante de cometer el delito en ocasión de tumulto o conmoción popular y en lugar destinado al ejercicio de un culto”

Esta semana nos enteramos de que el del grifo (de apellidos Barros Vicuña) sigue libre y ha quedado con una medida cautelar de “60 días de arraigo nacional” mientras que el que sacó la banca (de apellidos Santana Torres) sigue preso a la espera de un indulto presidencial que no llega.

Así como en Chile la meritocracia no existe, tampoco existe la igualdad ante la ley y todos sabemos quiénes son los que pagan por su error y quienes salen libres de polvo y paja.  

En Chile, la desigualdad toma nombres prestados cada cierto tiempo.

Raúl Ojeda
Profesor de Educación Básica.