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Opinión

La soberanía radica en Dios o el pueblo, lo demás es jugar con fuego

Por: Rodrigo Jiliberto | Publicado: 05.12.2022
La soberanía radica en Dios o el pueblo, lo demás es jugar con fuego congreso |
Parece no darse cuenta el grupo de amigos “pares” que en el Parlamento se están embriagando con la idea de que la soberanía pudiese recaer en ellos y en un grupo por ellos designados. Se están arrogando un poder constituyente que no tienen. Están subrogando al pueblo. La pregunta es la misma que hizo el Rey Carlos I hace ya casi 400 al Parlamento inglés: ¿quién les ha otorgado ese poder constituyente?, ¿quién les ha otorgado la soberanía de la nación?

En el film Matar a un Rey, que recrea la revuelta de Cromwell en la Inglaterra del siglo XVI, se produce un momento de profundo significado cuando los insurrectos logran llevar a juicio al Rey Carlos I, producto del que termina decapitado. El rey le pregunta al Parlamento, que se había auto otorgado el derecho de juzgarlo, de dónde sacaba la potestad para hacerlo. “Mi poder, mi soberanía”, dice el Rey, “emana de Dios, y la vuestra ¿de dónde?”.

El Parlamento se queda en silencio, es una buena pregunta. Porque la pregunta es: si la soberanía no emana de un otro, sino de vosotros mismos en tanto vosotros mismos, ¿quién asegura que mañana otro grupete de amigos puede igualmente constituirse en poder para juzgaros a vosotros? Cromwell, al menos en el film, vacila, responde evasivamente, pero no logra responder lo que debía: “del pueblo”, “la soberanía para juzgaros emana del pueblo”. Que Cromwell no lo tuviese meridianamente claro explica quizás la corta vida que tuvo la república en Inglaterra.

De eso no parece darse cuenta el grupo de amigos “pares” que en el Parlamento se están embriagando con la idea de que la soberanía pudiese recaer en ellos y en un grupo por ellos designados. Se están arrogando un poder constituyente que no tienen. Están subrogando al pueblo. La pregunta es la misma que hizo el Rey Carlos I hace ya casi 400 al Parlamento inglés: ¿quién les ha otorgado ese poder constituyente?, ¿quién les ha otorgado la soberanía de la nación?

Y claro, sientan un peligroso precedente, pues de ahora en adelante basta con que se tenga una mayoría parlamentaria suficiente para trasformar al Parlamento, que es una entidad vicaria y contingente de la voluntad del pueblo, en el soberano. Y qué tal, por ejemplo, que en el futuro otro grupo de amigos legalmente constituidos deciden que las constituciones no deben votarse por sufragio universal, pues, como ellos son el soberano, pueden así decidirlo.

Lo curioso es que quienes hoy día se regocijan con esa idea hace pocos meses hablaban de lo mal que lo había hecho la experiencia constitucional anterior. Cuando constitucionalmente ese proceso fue ejemplarizante. El Parlamento, por presión popular y voluntad refrendada de forma muy mayoritaria en las urnas, convoca al soberano, al pueblo de Chile, a constituirse en una Convención Constituyente. Esa convención produce una propuesta constitucional que en las urnas es, también de forma muy mayoritaria, rechazada por el soberano, el pueblo. ¿Qué hay de malo en esto? Simplemente hay que repetir el procedimiento, o atreverse a sostener que la soberanía ya no radica en el pueblo, y que han inventado algo distinto a la democracia.

Rodrigo Jiliberto
Economista, profesor de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile; colaborador del Centro de Sistemas Públicos de la misma Facultad.