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Opinión

A propósito de un grifo, el Chacal de Nahueltoro

Por: Gloria Favi Cortés | Publicado: 11.12.2022
A propósito de un grifo, el Chacal de Nahueltoro Chacal de Nahueltoro en revista Vea |
La prensa de la época informó así: “El hombre andrajoso, la bestia humana que entró a la cárcel, es ahora un ciudadano”. Cuando le pasaron la sentencia, junto con la tinta para que estampara su huella, José del Carmen Valenzuela dijo: “Su señoría, yo ya no soy el mismo analfabeto de antes”, y sacó su pluma fuente.

Con libertad, y sólo a “60 días de arraigo nacional”, fue castigada, esta primavera de 2022, la humorada realizada por el joven de apellidos Barros Vicuña residente en la zona de Vitacura. Situación extrema que nos permite viajar a través del tiempo y reflexionar sobre nuestra justicia clasista y el desajuste que parcialmente ha provocado en nuestro interminable historial de iniquidad social. ¿Dónde estudió este joven bromista?

“No sabía lo que era la vida, no sabía por qué existía, me pagaban sólo para comer. No sabía leer ni escribir”, confiesa José del Carmen Valenzuela Toro a la revista Vea, tres días antes de morir fusilado, el 30 de agosto de 1963.

En las entrevistas y en las palabras directas de José del Carmen Valenzuela Toro se esconden señales de una contracultura que no ha sido del todo neutralizada por el cine y los discursos de la prensa que lo han transformado en el ícono de la redención. Veamos.

—¿Fueron justos los jueces?

Eso lo saben ellos. No conozco las leyes (respuesta de José del Carmen)

—Su caso estuvo en la Corte Suprema de Justicia.

¿Qué es eso? (respuesta de José del Carmen)

¿Cuándo empieza la vida para José del Carmen? ¿Cuándo sus manos toman un lápiz y dibujan letras? ¿Cuándo decide aprender cestería? ¿Cuándo abandona su indumentaria de gañán? Porque un nuevo principio de identidad es construido para cubrir las incoherencias de su vida criminal: un sujeto educado y perturbado por un instrumental simbólico (banderas, himnos, rezos, juegos), un ilustrado virtuoso que debe comprender la magnitud de su crimen para luego ser eliminado. La prensa de la época informó así: “El hombre andrajoso, la bestia humana que entró a la cárcel, es ahora un ciudadano”. Cuando le pasaron la sentencia, junto con la tinta para que estampara su huella, José del Carmen Valenzuela dijo: “Su señoría, yo ya no soy el mismo analfabeto de antes”, y sacó su pluma fuente.

No estoy bien seguro, pero dicen que me llamo Jorge del Carmen Valenzuela Torres… En Coihueco me icían Valenzuela… Después me pusieron el Campano…” “M’hei inscrito varias veces en el civil pa’andar con tranquilidad. Si no me llevan por sospecha… Pero los certificados se me pierden y allá hei tenido qu’ir otra vez a los registros… Me hei puesto nombres distintos, porque no me gusta el que tengo.

La inestabilidad y desorientación que señalan las conductas discursivas de José del Carmen muestran el carácter doble de ese lenguaje que descansa sobre sí mismo y sobre la realidad de la cual habla:

Yo tenía que ir a dormir fuera de la rancha; Me golpeaban muchazo, por eso me le arranqué y me vine de nuevo pa’ San Carlos, adonde estaba mi mamita; A mí siempre me ha gustado caminar, porque desde chico que hei andado caminando… Con mi hermanastro Juan Miguel, mi mamita y mi hermano José llegamos hasta Parral pa’l lao de la cordillera. Luego se acabó el trabajo… Nos vinimos a pie mi mamá y José pa’ San Carlos… Mi mamita me dio a un caballero que me llevó a trabajar de mozo, el caballero me hacía trabajar igual que un grande… y cuando me pillaba llorando, me golpeaba muchazo. Durante un güen tiempo mi mamá trabajó en la picá de lenteja, yo le ayudaba en la medida de mis fuerzas; Mi mamá comenzó a dejarme a un lado. Yo tenía que ir a dormir afuera de la rancha, porque a mi hermano Miguel no le gustaba que yo lo mirara cuando se acostaba con mi mamita.

Son los recuerdos relatados desde la cárcel (Chillán, 1962), de cuando José del Carmen Valenzuela Toro tenía 6 años, su hermano José 3 años, y cuando su madre viuda, Malvina Toro, era la amante de su hijastro, Ramón Valenzuela.

Yo andaba muy desvalido y golpié en la rancha donde vivía la finadita pa’ pedirle un pedazo de pan. Estaba lloviendo. Me dieron unos sacos pa’ que durmiera al ladito de la puerta; Medio puestona l’eñora se me puso altanera, no me dejaba hablar, peleamos y me hirvió la sangre… Las maté a todas para que no sufrieran, ¿qué iba a hacer yo solo con las chiquillas?

El periodista se asombra de la naturalidad y frialdad con la cual el interrogado relata los crímenes y el incesto cometido por su madre, acciones que le permiten confirmar sus estereotipos sobre la amoralidad innata y la bestialidad del condenado. En su crónica afirma:

Todos están seguros que ahora no habrá indulto presidencial y que el culpable de tan horrible delito será llevado inexorablemente al patíbulo. En lo que hay duda, en lo que no todos están seguros, es si la pena de muerte será un castigo o un premio para este hombre. Y es que la vida del Canaca es un episodio de constante bestialidad. Producto de un hogar incestuoso, debió salir a ganarse el pan solo por los campos, luchando sin armas contra todo, cuando aún no cumplía seis años. Comiendo a veces raíces, a veces limosnas, soportando castigos y desprecios, fue criando garras que reemplazarían a la moral y a la conciencia humana.

Pero no es este lenguaje periodístico el centro de mi análisis. No es la ironía sobre el comentario “se ensañó con la mujer que le había brindado hospitalidad”. ¿Qué significan, para los seres abandonados y hambrientos, las normas de cortesía y buenas costumbres? Es el juego de dualidades y contradicciones que nos introducen en la torturada existencia de José del Carmen Valenzuela Toro, no sólo estigmatizado por el crimen de una viuda y sus cinco hijos. Lo será siempre en su condición de forastero, afuerino, gañán, porque el ocio y la vagabundería son señales que lo condenarán para siempre a permanecer en el ámbito de la delincuencia y criminalidad.

¿Ese pobre infeliz es el chacal? Y esta porquería fue capaz de hacer tanto daño? ¿Por qué no sueltan a esa mugre, p’a que se muera de hambre?, grita un lugareño cuando el asesino debe reconstruir su crimen.

Pero su decir deconstruye la imagen simbólica del Chacal -mamífero carnicero, parecido al lobo, que habita en las regiones de Asia y África-, su insignificancia y timidez producen rabia y asombro. Así su interpelación ética (¡suelten a esa mugre p’a que se muera de hambre!) contrapone la pertenencia de José del Carmen a la institucionalidad que lo juzgará, educará y evangelizará con la justicia tácita de la contracultura quien a gritos y en descampado lo condena a morir de hambre abandonado en el monte.

Los gestos propios del lenguaje y las palabras que aportan su propia expresividad van marcando las coordenadas y coherencias de su vida cotidiana mientras construyen y reconstruyen un contexto activo que se va filtrando, a través de las palabras, un espacio opresivo donde la violencia, abandono y soledad construyen los límites de su propia sobrevivencia.

Las organizaciones oracionales precarias e inciertas están articuladas sobre las condiciones fantasmales y volátiles que pertenecen a lugares sociales fragmentados e irreductibles a la lógica y que se resisten a descifrar -en el lenguaje- la construcción de su particular y escurridiza identidad. Campano, fue nominado por un ex carabinero de la Tenencia de San Fabián de Alico, aludiendo al silencio y soledad que lo asemejaban con la campana de la torre más alta de la iglesia. Canaca fue apodado luego en recuerdo de un caballo tranquilo y lento que llegaba a la comisaría de Coihueco. “Chacal de Nahueltoro” fue bautizado definitivamente por la prensa y es la construcción de esta sangrienta identidad finalmente, la que perdura en el recuerdo. Un periodista de la revista Vea lo describe:

José del Carmen Valenzuela Torres parece expresar insignificancia, inferioridad y pobreza por todos los poros. Hasta su falta de identidad segura le acerca a lo subhumano. Su figura insignificante es la única razón que lo ha librado del linchamiento el día de la reconstrucción. Tampoco hay nada seguro respecto a la edad de este pobre infeliz. La policía ubicó su fe bautismal, lo que significa que no puede tener menos de 21 años. Su madre cree, pero no está segura, que nació en 1938.

La desorientación, el silencio, las largas caminatas en el barro, el abandono a la amante porque no tenía zapatos, su convivencia con la viuda y sus cinco hijas bajo un árbol, y el llanto de su madre en la cárcel, están más allá de los estereotipos y la comprensión racional del Orden y la Justicia abstracta que lo condena sin considerar las particularidades de su entorno.

Pero nuestro ejercicio de especulación va más allá de la ironía contra la Justicia clasista y sus designios que determina: “Los agravantes son claros… Actuó con alevosía y en descampado” (vivían bajo un árbol, luego de ser expulsados por el capataz del fundo, en tanto José del Carmen y la viuda eran ocupantes ilegales de un rancho), del dolor infinito que embarga a Malvina Toro cuando el sacerdote la hace comprender su papel de madre y el alcoholismo… camino final de María, su compañera en la fonda donde es detenido.

Luego de su muerte, las ilusiones necesarias y la redención de la bestia humana para mantener la estabilidad del sistema, la desinformación planificada de los medios de comunicación quienes ordenan y limitan los discursos en una legalidad que excluye lo no grato. En cuanto a la infancia, andar y regeneración y muerte de José del Carmen Valenzuela Torres, Chacal de Nahueltoro es el título de la película dirigida por Miguel Littin, pero ese no es su nombre y lo que señala no fue su regeneración.

¿Cómo asimilar en un orden secuencial la conciencia valorativa que va adquiriendo su lenguaje y las múltiples y ambiguas intenciones significativas que adquiere su conducta carcelaria?

Mi análisis intenta descifrar la diluida identidad que se oculta bajo la superficie de su lenguaje a partir de la visión de la cultura que propone la actual hermenéutica filosófica (Paul Ricoeur, 1999). Esto en relación al comportamiento humano como un lenguaje a comprender y a todo comportamiento humano como un proyecto lingüístico y semiótico que se lee en los textos y en la realidad. De esta forma mi análisis se convertiría en una praxis valorativa y los textos discursivos serían portadores de una interacción con una meta definida: buscar el valor de verdad que subyace en los códigos anómalos de la contracultura y señalar, en contraposición, a los códigos persuasivos que sostienen los discursos institucionales del Poder y el Orden.

A partir de la relectura de este comportamiento humano, es necesario señalar la emotividad y la potencialidad significativa que ocultaría el lenguaje directo de los grupos marginales cuando se realiza un análisis textual capaz de desenmascarar la voluntad de verdad que esconde el sentido retórico de su decir. Es tal vez una posibilidad para descifrar la contracultura a la luz de una nueva interpretación historiográfica de los grupos marginales y así neutralizar la desinformación planificada que construye el discurso institucional del Poder, el Orden y la Subordinación.

Gloria Favi Cortés
Doctora en Literatura Hispanoamericana. Académica de la Universidad de Santiago (USACH).