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Opinión

Pepe Mujica, el fútbol y el destino

Por: José Pérez de Arce | Publicado: 20.12.2022
Pepe Mujica, el fútbol y el destino Pepe Mujica y la selección de Uruguay |
Ahora transitamos hacia un mundo que acepte todos los mundos que nos habitan. La Constitución que rechazamos en Chile apuntaba a eso; no reflejaba un país imaginario ideal, sino que reflejaba la diversidad contradictoria que nos caracteriza. No nos gustó, y la rechazamos, pero seguimos siendo eso que rechazamos.

Es extraño escuchar a Pepe Mujica, de 80 y tantos años, hablando cosas obvias que ningún político se atreve a decirlas. Todo lo que pensamos está ahí, hecho experiencia. Dice que los países de este lado del orbe tenemos que hermanarnos, ser uno ante el mundo. Mientras él habla, Perú arde, crece la indignación, ante la inoperancia de sus gobernantes. Pero todo el mundo está pendiente si gana Argentina o Francia en el futbol. Antes, fue Chile el que estalló en masa, pero todo se detuvo por la pandemia. Por un lado crece el descontento, por otro lado se desvía la mirada. Quienes hablan de conspiración, quienes de mal manejo, quienes de fracaso del sistema. Pero mientras, silenciosamente, vamos cambiando.

En Chile, a pesar de los tropezones (como decía Mujica), cambió el país para siempre. La región está cambiando, y para bien. Mientras Europa intenta proteger su identidad ante la invasión de turistas e inmigrantes, Estados Unidos intenta proteger su monopolio y China abarcar mercados, acá en Latinoamérica estamos sufriendo un pachacuti hacia dentro. Nos estamos cansando de ser el patio trasero de algo, de ser algo ajeno, que no somos nosotros. Nos sabemos muchos, diversos.

No sabemos convivir con esa diversidad, nunca nos enseñaron, ni en la escuela ni en la universidad. Nos enseñaron la competencia, en que gana el mejor. Nos enseñaron que la política es eso, que el fútbol es eso, que los negocios son competencia, en que gana el mejor, y el resto, todo el resto, pierde. Nos hicieron pensar que la competencia es la clave del éxito, pero ocultaron que se funda en el fracaso. En el Mundial de Futbol, año tras año, todos pierden, excepto uno, pero seguimos adictos a esa fábrica de fracasos. Nos dijeron que eso es inevitable, porque es expresión de la lucha por la sobrevivencia. Vivimos la cultura de los perdedores, de la exclusión, que nos venden como la cultura del éxito y la excelencia; por eso estamos así, apartados, enemistados. A pesar de ser la región mas grande del mundo donde todos podemos entendernos (“si hablamos despacito”, como dice Pepe), fomentamos el no entendernos. Pareciera que estamos viviendo una era de divisiones. Las voces que unen, que intentan conciliar y llegar a acuerdos, son repudiadas,.

Pepe Mujica ve la vida que palpita acá, debajo, encima, dentro y fuera. Él intuye lo que nos ocultaron; que acá dentro, en América (como en casi todos los rincones del mundo), existe otra forma de ver la vida, basada en la cooperación. La minga es eso. Nos ocultaron que muchas civilizaciones se han levantado sobre otras fórmulas, que no excluyen la competencia, la reconocen como necesaria, pero no central. El pachacuti que estamos viviendo es, en gran medida, el recobrar ese equilibrio necesario para convivir.

El gran escollo es pasar de una monocultura excluyente, hegemónica y afianzada globalmente, a un multiculturalismo horizontal. La “cultura” que nos enseñaron no contemplaba la diversidad sino la unidad, no contemplaba la inclusión sino la exclusión, no contemplaba la igualdad sino la jerarquía. Pero la deriva histórica nos lleva inexorablemente hacia un multiculturalismo global, en que el ser humano prevalezca sobre el sobreviviente exitoso. Ahora transitamos hacia un mundo que acepte todos los mundos que nos habitan. La Constitución que rechazamos en Chile apuntaba a eso; no reflejaba un país imaginario ideal, sino que reflejaba la diversidad contradictoria que nos caracteriza. No nos gustó, y la rechazamos, pero seguimos siendo eso que rechazamos.

El pachacuti es eso: cambio a pesar de que no queramos ni sepamos. Existe una sabiduría que no proviene de nosotros, sino de los equilibrios ecosistémicos, de los procesos que durante millones de millones de años han estado adaptando cada una de las partes de este sistema complejo que llamamos Tierra. Hay quienes están mas cerca de ese conocimiento, como son los pueblos originarios de América; hay quienes son mas ajenos, como son las civilizaciones eurocéntricas. El pachacuti es lograr ese equilibrio, en que cada parte se modifica y modifica al resto. Durante siglos España dominó gran parte de América, se hizo rica y prosperó. Hoy está recibiendo los reproches de todo un continente que quiere encontrar su historia arrebatada. Ese continente es sabio en reconocer lo diverso, en la diferencia como riqueza. En saber que esa riqueza es lo que nos une con el resto de la naturaleza, de los ecosistemas, de los macro equilibrios que mantienen el mundo.

Por mientras, estamos viviendo la parte amarga del pachacuti: el desmorone de la esperanza en todo lo que habíamos imaginado como futuro. Caen las instituciones, los políticos, los curas, cae la confianza en los gobiernos. Estamos viviendo, como decía el Pepe Mujica, en una época de desesperanza, de falta de sueños. He visto disminuir los sueños que de joven brillaban como futuros posibles; pero los he visto transmutarse en otros, igualmente posibles, pero impensables antes. Si bien es cierto que quedamos desoñados tras la pandemia, tras los estallidos y las mentiras, también creo que ese es el primer proceso de un pachacuti que se limpia de lo muerto para crear tejido nuevo.

Por eso me gusta escuchar a Pepe Mujica, que ve futuro donde otros ven fracaso. Veo cómo muchas voces de abajo murmuran lo mismo, y eso me da esperanza. A medida que conozco lo americano profundo me asombro de la sabiduría de la diferencia, de cultivar la diferencia como una belleza propia, que es distinta gracias a todas las demás. De la política de generar unidad en base a la diversidad, dando alas a esa diferencia para que luzca su plumaje propio, sus colores, su vaivén, su textura. Ch’ixi, dice Sylvia Ribera que se llama esa cualidad, tan andina, de coexistir lo distinto, no importa si opuesto o diferente, pero necesario para formar el todo. Lo diverso es la madre de la realidad, nos dice la lógica de nuestra experiencia en el mundo. Pero seguimos dando la pelea, los de derecha contra los de izquierda, sin darse cuenta que jamás van a ganar, porque el mundo es ch’ixi, es champurria, es chimuchina, es muchas cosas a la vez. Algunas desagradables, oscuras, inciertas o brumosas; otras claras, finas, sólidas o firmes.

Y es allí donde veo un pasado-futuro, el de la América profunda, esperando ser entendida. Porque hasta ahora América sólo fue descubierta en su superficie, el oro, las maderas, la mano de obra.  Nunca descubrieron su sabiduría, que esta allí, pero para verla hay que mirar, no la utopía del dinero, sino la solidez de su conocimiento para enlazar mundos. El mundo humano con el no humano, el mundo de un idioma con otro idioma, el del altiplano con la costa, el del norte con el sur.

Aún mantengo la esperanza en este pachacuti que, querámoslo o no, está cambiándolo todo, nos conduzca hacia un nuevo equilibrio. No es el viejo destino, que desde Grecia nos enseña lo inexorable. No es eso, es un equilibrio sistémico, en que nuestros movimientos retroalimentan el cambio, o su dificultad. En la medida que escuchemos, quizá podremos hallar ese nuevo derrotero que está ante nuestros ojos, pero no sabemos ver. El próximo mundo probablemente no va a ser mejor ni peor, pero sin duda va a ser diferente.

José Pérez de Arce
Doctor en Estudios Latinoamericanos, musicólogo, Artista sonoro y visual.