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Opinión

Saben lo que hacen

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 09.02.2023
Saben lo que hacen Saben lo que hacen | El Desconcierto
A la oligarquía no le interesa tanto el futuro como el presente. Tienen la astucia, de sobra, para saber que si controlan el aquí y ahora jamás perderán, y que el botín de la diligencia llamado Chile les ha pertenecido antes, durante y después.

En el libro El sublime objeto de la ideología (2005), Slavoj Zizek, replanteando la frase de Marx escrita en El Capital “Ellos no lo saben, pero lo hacen” –y que se refería al cómo los hombres le dan un valor intrínseco a los productos de su trabajo generando las condiciones de posibilidad del sistema capitalista (ideología, falsa conciencia, fetichismo)–, va a señalar que en el capitalismo tardío no se trata de un velo de ignorancia sino que de una constatación, desde todos los ángulos, nítida: “ellos saben muy bien lo que hacen, sin embargo lo hacen”.

Mi intención es ver cómo esta idea rebota en nuestro Chile actual perforado por una clase política que, en su delirio endogámico y autorreferencial, se construyó toda una órbita, una zona para barrer con lo que fue la fuerza y grito octubrista y que, como tantas veces en la elipsis de la historia, no fue otra cosa que un diminuto asteroide gravitando en la enorme galaxia de lo que ya está escrito, de lo definitivo, de aquello que sin en el más mínimo pudor engendra privilegios y consuma exclusiones.

Pero no ésta o aquella, no una que otra injusticia itinerante o una desigualdad aislada que desentona desactivando el coro de una sociedad atravesada por un supuesto vínculo. Hablamos de lo definitivo como aquello que no se corrompe a sí mismo, que se es leal y no se despista un centímetro en la búsqueda de su reproducción, aunque todo su despliegue y orgánica no sea más que la, justamente, corrupta reunión de capitales de todo tipo que hacen del pueblo (categoría resbalosa) una “umbría”, es decir una ladera que es pura sombra y a la que jamás llega el sol.

Y todo a plena luz del día, enrostrándonos cómo se construye la ilegitimidad por venir. Porque saben lo que hacen y sin embargo lo hacen. Los 24 expertos y expertas que se amparan bajo la tradicional fórmula de las élites, son conscientes de su legitimidad artificial, conseguida a punta de procedimientos espurios y timocráticos (timocracia, según Platón, es el sistema de gobierno en el que participan solo los que tienen un determinado capital o propiedades), construidos para la ocasión y exiliando a fuerza de ley todo lo que tenga el más tenue aroma a soberanía popular, a plebe, a estado llano o a como quiera que le llamen a ese perímetro del sistema que no decide sino que es decidido, que no es trama sino personaje secundario –con suerte–; el mismo al que se le prohíbe ser agente y gestor de su destino.

En otras palabras, no somos los espectadores de un teatro oculto manejado por poderosos que pretenden pasar, a modo de contrabando clandestino, el engaño. No se trataría de hacernos parte de un espectáculo diseñado para influir desde las sombras y, entonces, inseminarnos la verdad de la historia. No. Saben lo que hacen y lo hacen con la transparencia del celofán, en vivo y en directo y despuntando una estética brutal, en crudo, real, absoluta; estética eficaz que no se las lleva con tautologías de ningún orden, sino que es clara y vehemente en su mensaje: “Este país somos nosotros, los habitantes de la cápsula que, no ahora sino siempre, ha sabido cuantos pares son tres moscas. Nosotros, ‘los cegadores del porvenir’ (Chillida)”.

Pienso en la ilegitimidad que saben estar construyendo. Porque es evidente que esta Constitución, de aprobarse, estará impulsada por la facticidad de un proceso que se larvó en la bacilón orgiástico y reaccionario de los poderes típicos. Nada importa mientras la hemorragia de sus saberes/poderes se contextualice y estibe en un presente que les asegure, nuevamente, su reproducción.

Y es esto: a la oligarquía no le interesa tanto el futuro como el presente. Tienen la astucia, de sobra, para saber que si controlan el aquí y ahora jamás perderán, y que el botín de la diligencia llamado Chile les ha pertenecido antes, durante y después. En el dominio del presente está el secreto para monitorear el futuro y en la sistemática conducción de la ilegitimidad encontramos las coordenadas de la verdad, del único canon válido, del régimen de la idea. Aunque la verdad sea, como escribía Nietzsche, “un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos (…) y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias” (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, 1883).

Por eso dentro de los y las 24 expertos y expertas tenemos a algunos/as salidos/as del más conspicuo gremialismo. Libertad y Desarrollo, por ejemplo, presente con Bettina Horst y Natalia González, es la cristalización, a modo de Think Tank y ahora en clave de proceso constituyente, del pensamiento ultraconservador católico, militarista y neoliberal de Jaime Guzmán. También, y lo que es de una crueldad volitiva, intencionada y, desde cualquier ángulo, inmoral, sabemos que Hernán Larraín fue electo como presidente de la primera sesión de la Comisión de Expertos. Estamos hablando –y como es archisabido– de un furioso defensor de Paul Schäfer (pederasta, torturador, cómplice favorito de las atrocidades de la dictadura y de un largo etcétera de horrores), ex militante de las juventudes pinochetistas y transformista-demócrata.

¿Estos son los símbolos fundacionales? ¿Estos los verbos principales que motivarán, como escribía Gabriela Mistral, El poema de Chile? ¿Cómo pasamos del rostro hermoso de Elisa Loncon a la fisonomía reflejo de lo más pútrido de nuestra historia?

La respuesta es porque la desactivación de la soberanía, otra vez, ya operó y porque en su performance de sabios auto-electos, siempre saben lo que hacen. Y lo hacen.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.