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8M y Mujeres: preguntas incómodas

Por: Carolina Carreño | Publicado: 08.03.2023
8M y Mujeres: preguntas incómodas |
Debemos dejar de autosabotearnos para que podamos avanzar a una sociedad más justa. Si no es por nosotras, hagámoslo por las que vendrán. Para avanzar a una sociedad más equitativa es necesario responderse estas preguntas de forma honesta. No basta con dar por sentadas las respuestas. Son preguntas que debieran incomodar a la sociedad: a los gerentes, a los directores, a los jefes, a los maridos y todo aquel que “ayude” en el hogar.

¿Por qué la mayor parte de las personas que viven en situación de pobreza son mujeres? ¿Por qué las mujeres tan solo ocupan el 24% de los escaños parlamentarios a nivel mundial y solo el 5% de las alcaldías? ¿Por qué, en promedio, en todas las regiones y sectores, el salario de las mujeres es un 24% inferior al de los hombres? ¿Y por qué casi dos terceras partes de los 781 millones de personas adultas analfabetas son mujeres (porcentaje que se ha mantenido constante durante las dos últimas décadas)? ¿Por qué la maternidad empobrece a las mujeres?

¿Por qué existen 153 países que tienen leyes que discriminan económicamente a las mujeres, 18 de los cuales los maridos pueden impedir legalmente que sus esposas trabajen? ¿Por qué en todo el mundo, una de cada tres mujeres sufre o sufrirá violencia en algún momento de su vida? ¿Por qué hace unos días 40 colegios femeninos sufrieron ataques por intoxicación con gas en Irán?

Vamos a los hechos. En el mundo entero, en comparación con los hombres, las mujeres tienen un menor acceso a recursos, poder e influencia, y pueden experimentar una mayor desigualdad debido a su clase, etnia o edad, así como debido a creencias religiosas y fundamentalistas. Veamos esto a nivel nacional. En Chile la proporción de mujeres que ganan un salario bajo es aproximadamente 1,6 veces mayor a la de los hombres en Chile y tienen menos probabilidades de ascender a puestos directivos.

Respecto al empleo, la tasa femenina en Chile es casi 20 puntos porcentuales inferior a la masculina, una brecha mucho mayor que la media de los países de la OCDE. Las mujeres dedican 24 horas a la semana al trabajo doméstico versus 10 en el caso de los hombres y sólo una de cada 10 parejas, en los que ambos participan en el mercado laboral, distribuye de forma equitativa los deberes parentales y domésticos.

Por último, revisemos la actualidad. Como consecuencia del Covid-19, cuatro quintos de las mujeres chilenas que dejaron de trabajar durante la pandemia no buscaron un nuevo empleo. El cuidado a los hijos, enfermos o adultos mayores motivó que las mujeres se retiraran temporalmente del mercado. Hoy en día cinco de cada 10 mujeres viven pobreza de tiempo mientras que en el caso de los hombres esa cifra disminuye a 3,5.

Por otro lado, es un hecho que la maternidad empobrece a las mujeres. Tanto si se trata de una posibilidad como de una realidad. Es por ello por lo que avanzar en corresponsabilidad es avanzar en una sociedad mas equitativa al eliminar los roles y estereotipos de genero y al disminuir la sobre carga de las mujeres y, como agregado, mejora la crianza y educación de los hijos. Si lo anterior es una verdad irrefutable, ¿por qué no se avanza en ello?

En continentes más desarrollados las sociedades han comprendido que las labores históricamente hechas por las mujeres son también una tarea social y que todos los actores deben contribuir para que se logre construir una sociedad mas justa. Es así como se han dictado leyes que obligan a los padres a tomarse días para estar con sus hijos, leyes para igualar las cargas parentales, leyes para establecer subsidios por maternidad, por hijo, etc. ¿Por qué en Latinoamérica, y Chile en particular, cuesta tanto legislar sobre ello?

En la región, el progreso ha sido mas lento. En materia laboral, es efectivo que las empresas aún prefieren contratar hombres, pero ello pasa exclusivamente porque la sociedad facilita el trabajo masculino por sobre el femenino. O digámoslo al revés: la sociedad no le facilita ni la búsqueda ni el acceso a trabajar a las mujeres. ¿Por qué debiera hacerlo? ¿No lo decidió por sí misma? Y la respuesta a ello se vuelve una trampa perversa: muchas mujeres todavía (por un ideario cultural de amor maternal entendido como sacrificio) sienten que deben hacer todo por su familia, que trabajar fuera y dentro de casa es un hecho que deben aceptar gustosas, sin siquiera considerar que respecto de ellas se está haciendo una injusta asignación de cargas (trabajo no remunerado).

Incluso aquella trampa logra que muchas mujeres siquiera piensen en la posibilidad de que el trabajo en el hogar sea remunerado y, como consecuencia, la brecha entre el tiempo remunerado de hombres y mujeres se vuelve abismante. Y digo perversa porque manipula los sentimientos que las mujeres tienen respecto de sus familias y las subsumen en un rol que desde un comienzo debe asumir todos los costos de querer ser independiente. Ante ello, lógicamente, la sociedad no ve la necesidad de abrir espacios para conversar sobre el rol que le cabe a cada entidad respecto a los deberes sociales de los padres relegándolos a una discusión no hecha y disfrutando el silencio de esa no discusión. Es decir, como la mujer asume todos los espacios para no ser juzgada, el hombre disfruta de su rol relegado a hombre proveedor que ayuda en la casa. ¿De ahí a conversar sobre una ley de cuidados? Un abismo.

Lo anterior motiva otro gran problema, que persiste en nuestra sociedad: la gran brecha entre hombres y mujeres en la participación en el mercado laboral, es decir, hay muchos más hombres que mujeres trabajando lo que responde una de las preguntas de arriba. Del universo de mujeres que trabajan, existe la brecha salarial en relación con sus pares masculinos: o sea, por hacer el mismo trabajo a las mujeres les pagan menos que a los hombres. Y a eso hay que agregarle la sobrecarga que poseen en sus hogares.

Luego, ante la pregunta ¿por qué tan pocas mujeres acceden a puestos de poder?, una parte de la respuesta es sin duda el hecho de que los hombres desconfían del compromiso de las mujeres en sus trabajos que a diferencia de los hombres es irrestricto. ¿Y por qué? Mientras los jefes masculinos optan, en su mayoría, por no elegir mujeres (ante la eventualidad de no poder “ponerse la camiseta” por la empresa), las pocas mujeres que ascienden puestos irán poco a poco rechazando puestos de poder y negándose a la posibilidad de asumir nuevos desafíos porque (a diferencia del hombre) ven que no existe un par que pueda cuidar de la casa y de los hijos.

Quizá este escenario era más probable en generaciones anteriores y hoy las mujeres no están dispuestas a transar sus carreras profesionales, retrasando la maternidad o rechazándola de plano. Pero esa decisión tampoco logra un equilibrio, ya que la solución no pasa porque la mujer no sea madre para evitarse la sobrecarga. Pasa porque el hombre asuma que también debe tener un doble rol tanto en su trabajo como en el hogar y la familia y pasando del “ayudar en el hogar” al “trabajar en el hogar”.

En esto último, hay que decirlo, hay culpa compartida. Como mujeres hemos buscado abrirnos a espacios laborales, a la par de responder en la casa y en el trabajo (es decir, cargando con todas las tareas que la sociedad espera que hagamos), y ¿por qué? Porque culturalmente creemos que debemos hacerlo y es esa creencia la que también nos hace no querer pedir ayuda en ello. Es, por decirlo así, un constructo social. Las madres crían hijos varones a los cuales no se les enseña a participar en las labores domésticas (machismo mediante). Para cuando son adultos, esos hijos dejan a la pareja la carga de llevar el hogar y sólo ayudan en algunas cosas. Tarde es entonces para enseñarle a ese marido y padre cómo hacer labores domésticas por lo que la mujer opta por asumir toda la carga. Pero el círculo se repite. Esas madres tampoco les enseñan a sus hijos varones a realizar tareas del hogar y la educación en corresponsabilidad compartida no avanza.

Poner en la mesa estos temas incomodos en fechas como las del 8M nos hacen a las mujeres también asumir que sí tenemos una posición desventajosa y que sí tenemos responsabilidad por ello. Por no aceptar que estas brechas no son justas, por no aceptar que debemos dejar que nos ayuden, por no aceptar que, entre el marido, hijo, padre, hermano a la cocina y que compartamos las labores del hogar. Por no aceptar que no tenemos por qué asumir todas las cargas y que no por ello seremos malas madres hijas, esposas, o trabajadoras. Por dejar al lado esa carga históricamente machista y exigir que la sociedad deje de descansar en nosotras por todas las cosas que hacemos, mientras no aceptemos eso difícilmente alguien vendrá a solucionarlo por nosotras.

Debemos dejar de autosabotearnos para que podamos avanzar a una sociedad más justa. Si no es por nosotras, hagámoslo por las que vendrán. Para avanzar a una sociedad más equitativa es necesario responderse estas preguntas de forma honesta. No basta con dar por sentadas las respuestas. Son preguntas que debieran incomodar a la sociedad: a los gerentes, a los directores, a los jefes, a los maridos y todo aquel que “ayude” en el hogar.

Carolina Carreño
Abogada, magíster en Derecho Constitucional. Directora jurídica de la Fundación Equidad.