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Opinión

Víctor inmortal

Por: Luis Cifuentes Seves | Publicado: 25.03.2023
Víctor inmortal |
Víctor actuó guardando plena fidelidad a una ética implacable, que había forjado golpe a golpe desde su infancia. En ese momento, una moneda voló y, en lugar de caer mostrando la cara de un largo exilio, exhibió el fulgor irreversible de la inmortalidad.

¿Era necesaria una biografía de Víctor Jara a casi medio siglo de su muerte? Leyendo el libro de Mario Amorós me he convencido de que sí lo era, especialmente cuando la tarea la cumple un historiador que al mismo tiempo es periodista y que se ha distinguido por estudiar muy seriamente el devenir chileno de los últimos cinco decenios en torno a las vidas de Allende, Neruda, Miguel Enríquez y Pinochet.

En esta reseña voy a exponer una apretada síntesis de los hitos fundamentales de la vida de Víctor, pero debo señalar que el autor desarrolla todos estos temas en gran detalle así como también el trasfondo histórico, acudiendo a una impresionante cantidad de fuentes: archivos, prensa, artículos en publicaciones especializadas y trabajos académicos, capítulos en obras colectivas, libros acerca de Víctor, entrevistas al cantautor y películas documentales.

Hitos en la vida de Víctor

Nació en Santiago en 1932, pero su infancia transcurrió cerca de Chillán, donde sus padres eran inquilinos. Fue un periodo agridulce, marcado por el amor de su madre, Amanda, que al mismo tiempo lo acostumbró a la música y al dulce sonido de la guitarra, y los maltratos de Manuel, su padre alcohólico y analfabeto, quien terminaría por abandonar a esposa e hijos luego del traslado familiar a Santiago ocurrido en 1942.

Víctor conoció la pobreza. Su adolescencia y juventud se caracterizaron por su capacidad de sobrevivir, especialmente gracias a la solidaridad de sus amigos. Inició estudios de contabilidad que abandonó a la muerte de Amanda.

Estuvo dos años en un seminario católico, donde tuvo acceso a una buena biblioteca y formó parte de un coro que interpretaba música clásica. Se destacó como alumno y por sus habilidades artísticas. Entre 1952 y 1953 realizó su servicio militar en la rama de Artillería, donde también se hizo notar, finalizando con el grado de sargento de primera.

A los 20 años de edad ingresó al Coro de la Universidad de Chile, con el que luego participó en el montaje del ballet Carmina Burana. Allí vio actuar por vez primera a la bailarina británica Joan Turner, quien entonces era esposa del bailarín chileno Patricio Bunster, con quien tuvo una hija, Manuela. En 1956 Víctor logró pasar los exigentes exámenes de admisión a la Escuela de Teatro Experimental de la Universidad de Chile.

Durante este periodo, la universidad le otorgó una modesta beca y careció de un domicilio continuo, durmiendo en casas de amistades y hasta en la misma escuela. Varios de sus cercanos lo invitaban a comer con frecuencia. En 1962, a los treinta años, se graduó como actor y director de teatro.

En el intertanto, en 1958 había ingresado al Conjunto Cuncumén, con el que en 1961 realizó una gira de cinco meses por Europa y la Unión Soviética. También tejió amistad con las folcloristas Violeta Parra y Margot Loyola. Acaso como consecuencia de estas influencias, a fines de los 50 ingresó a las Juventudes Comunistas.

En 1960 inició su relación de pareja con Joan Turner, quien se había separado de su primer marido. En el periodo siguiente, Víctor llegó a ser un destacado director de teatro con obras de Alejandro Sieveking y otros, que lo hicieron merecedor al premio de la crítica al mejor director en 1965. Entre 1964 y 1965 contrajo matrimonio con Joan y nació su hija Amanda.

En esta etapa asumió múltiples compromisos que lo mantenían ocupado el día entero. Así, por ejemplo, dirigió la Academia de Folclore de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, donde daba clases de cueca.

En 1965 recibió el Laurel de Oro por su dirección de las obras La Maña, de Anne Jellicoe, y La Remolienda, de Sieveking. Posteriormente, sería convocado por Neruda para solicitar su opinión acerca del montaje de la obra Fulgor y muerte de Joaquín Murieta.

Ese mismo año se integró al elenco de La Peña de los Parra, en calle Carmen 340, donde estrenó sus composiciones “El cigarrito” y “La Beata”, canción esta última que fue prohibida por el gobierno de turno. Además, se convirtió en director del conjunto Quilapayún.

Las peñas folclóricas surgieron en todo Chile y participó en ellas con entusiasmo. En 1966, confesó a un periodista que debía tomar una gran decisión: “si quiero ser folclorista u hombre de teatro”. Luego se publicó su primer álbum (Víctor Jara) con 12 canciones, que llevó a los artistas Ángel Parra y Patricio Manns a señalar que la irrupción musical de Víctor había sido el hecho más destacado del año en el ámbito musical folclórico.

En 1968 participó en la primera gira a los EE.UU. del Instituto del Teatro de la U. de Chile. De allí viajó a Europa en compañía de su esposa. Luego Joan retornaría a Chile. En soledad, en la ciudad de Stratford-upon-Avon, compuso “Te recuerdo Amanda”, que estrenó en la Peña de los Parra a su regreso. La calidad y profesionalismo del teatro británico lo impresionaron y se esforzó por aplicar lo aprendido.

Como consecuencia, fue premiado como el mejor director teatral por el Círculo de Periodistas por la obra Entretengamos al señor Sloane, del autor británico Joe Orton, la primera en Chile que trató la homosexualidad e incluyó un beso entre dos hombres.

En 1969, ante una masacre de pobladores, compuso “Preguntas por Puerto Montt”, donde acusaba explícitamente al Ministro del Interior demócratacristiano, Edmundo Pérez Zújovic. Esto le valió ser despedido de su cargo en la Casa de la Cultura de Ñuñoa y recibir agresiones y amenazas.

Ese mismo año, dirigió las obras Viet-Rock, de Megan Terry, y la adaptación de Bertold Brecht de Antígona, de Sófocles. De allí en adelante se dedicó sustancialmente a la música. Su álbum Pongo en tus manos abiertas, publicado bajo el sello Jota Jota, de las Juventudes Comunistas, tuvo un gran éxito.

Por otra parte, resultó triunfador en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena con su canción “Plegaria a un labrador”. En 1970, la Unidad Popular designó candidato presidencial a Salvador Allende y el cantautor se sumó a la intensa campaña electoral.

Habiendo finalizado su colaboración musical con Quilapayún, Víctor inició otra con Inti-Illimani, grupo nacido en 1967 en la Universidad Técnica del Estado (UTE). Este trabajo se expresó por primera vez en el álbum “Canto Libre”.

En 1971 fue contratado por la Secretaría Nacional de Extensión y Comunicaciones de la UTE, cuyo rector, democráticamente elegido por su comunidad, era el académico comunista Enrique Kirberg. En ese periodo, el cantautor renunció a su condición de funcionario del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile.

Sus álbumes El derecho de vivir en paz y La población profundizaron su compromiso con el proceso transformador que Chile vivía y en 1972 fue nombrado miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas.

La situación política empeoró a partir de octubre del 72 y diversas circunstancias de origen nacional e internacional condujeron al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Ese día, Víctor acudió a la UTE, su lugar de trabajo. Allí fue hecho preso político el 12 de septiembre y conducido al Estadio Chile, donde sería torturado y asesinado.

Su viuda, Joan Turner, se alzó como mensajera global del profundo mensaje del cantautor. Lo consiguió no sólo por medio de su libro Víctor Jara: un canto truncado, sino, en especial, por su presencia en cientos de escenarios en los cinco continentes denunciando los crímenes de la dictadura.

Una apreciación personal

No fui amigo de Víctor y no recuerdo haber tenido con él una conversación uno a uno. Lo más cerca que estuve del cantautor fue en reuniones realizadas en la UTE, a las que ambos asistimos y en las que se discutieron temas artísticos y políticos.

Tengo la viva impresión de que Víctor era muy modesto, que no hacía nada por llamar la atención ni por convertirse en el centro de los debates. Sin embargo, cuando subía a un escenario se transfiguraba y surgía su arrollador carisma y su brillante dominio escénico.

Su humildad queda de manifiesto en una fotografía de marzo-abril de 1971, la única en que aparece con Neruda, publicada en el libro de Tomás Ireland (editor) “Rescate de la luz” (2022), capítulo “Historia de una foto”. Se ve un grupo de alrededor de 50 personas de pie en los peldaños de entrada a la Casa Central de la UTE. Neruda está al centro en primera fila y Víctor en la cuarta fila, apenas visible, semioculto.

Más de una vez he escuchado la pregunta ¿pudo Víctor evitar su martirio? Me parece que la respuesta es afirmativa. Ante la posibilidad de un golpe de Estado, y sabiendo que corría peligro, pudo realizar una salida preventiva de Chile a esperar que la situación decantara. Algunos lo hicieron. Por otro lado, en lugar de asistir a su lugar de trabajo el 11 de septiembre, tuvo la opción de haberse asilado en una embajada junto a su familia, como muchos otros.

Empero, enfrentado a un dilema de la mayor trascendencia, Víctor actuó guardando plena fidelidad a una ética implacable, que había forjado golpe a golpe desde su infancia. En ese momento, una moneda voló y, en lugar de caer mostrando la cara de un largo exilio, exhibió el fulgor irreversible de la inmortalidad.

Luis Cifuentes Seves
Profesor Titular (jubilado) de la Universidad de Chile. Su libro más reciente es “Dilo, antes que sea demasiado tarde” (Cuarto Propio, 2020) y el próximo a publicarse será “Mi catedral todavía está ahí”.