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Opinión

Las ilusiones perdidas

Por: Jorge Morales | Publicado: 18.04.2023
Las ilusiones perdidas |
Boric y su gobierno están intoxicados de tomar todos los medicamentos que le receta la derecha. Una adicción que está a un paso de convertirse en sobredosis. Es inaceptable la sola idea de que pasemos de la refundación republicana de Carabineros a convertirnos casi en un Estado policial. Se entiende que Boric tiene que armar una ofensiva contra la delincuencia, pero no puede ser a costa de todos sus principios.

Hace unas semanas Pablo Echenique, uno de los líderes de Podemos (la organización hispana con la que se suele comparar al Frente Amplio), lanzó su autobiografía llamada Memorias de un piloto de combate. En el contexto del lanzamiento del libro, le preguntaron a Echenique qué lección había aprendido desde que participa en las altas esferas (y los bajos fondos) de la política española. “Cuando tu adversario te prescribe una medicina”, dijo sin rodeos, “no te la tienes que tomar”.

Quienes conocen o siguen de cerca la política española, saben bien que Podemos ha tenido una accidentada trayectoria. Tras irrumpir exitosa y sorprendentemente en las elecciones de 2014, ha ido disminuyendo tanto su influencia en la opinión pública como su caudal electoral, pese a lograr una resistida alianza de gobierno con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que hasta el día de hoy provoca roces y recelos de ambos sectores en la administración del poder.

Hay muchas cosas sobre las cuales se puede criticar a Podemos, pero nadie podría decir que han renunciado a los ideales que los inspiraron y que nunca -como decía Echenique- se han tomado la medicina que sus adversarios le han recomendado.

Posiblemente ahí resida la principal diferencia del Frente Amplio con Podemos: Boric y su gobierno están intoxicados de tomar todos los medicamentos que le receta la derecha. Una adicción que está a un paso de convertirse en una sobredosis.

Aunque el Frente Amplio llegó al poder cargado de sueños revolucionarios, cada mañana se despierta y se desayuna siendo más conservador. Más que una reconversión ideológica producto de una experiencia mística o un repentino porrazo de iluminación intelecto-emocional, parece ser fruto de las circunstancias, de verse obligados a enfrentar una realidad tan compleja como la violencia desatada de los delincuentes para la cual la izquierda nunca ha tenido un plan ni una estrategia de combate, ni siquiera una minúscula idea articulada.

Tal vez también sea consecuencia de su notoria falta de diligencia, de ese amateurismo rayano en el desconcierto, de esa compulsiva propensión a cometer errores no forzados de los que pasa disculpándose. Todo eso que podría formar parte de los tropiezos naturales de un debutante, han sido tan reiterativos que han terminado por transformar cada solución en un problema. El verdadero estrago de la ineficiencia es que por más que se sepa cómo enfrentar determinados escenarios, si en la ejecución misma de la respuesta se cometiesen demasiados yerros, a nadie le importará qué tan correcta o eficaz era la solución original.

Así ocurrió con los indultos que pasó de ser un gesto político a la época del estallido social (cuando el perro Matapacos era querido como una mascota) a convertirse en una señal anticlimática frente a la ola delincuencial en la era del Rechazo (ahora increíblemente todos los carabineros son potenciales mártires). Un embrollo nacido por la tardanza inexplicable de la izquierda para actuar, nutrido por una derecha obnubilada por la exitosa contrarreforma post plebiscito, explotado por una prensa camaleónica más progre o más momia dependiendo del clima social y viralizado en redes sociales que siempre están en pie de guerra para hundir o engrandecer con la misma fruición al genio o al idiota de turno.

La medicación derechista ha irrigado tanto a la izquierda que ésta suele olvidar que los diagnósticos y recetas que ahora quieren administrar eran justamente los que venían a modificar. Es verdad que la crisis de seguridad puede empujar a tomar algunas decisiones contradictorias con los compromisos de campaña, pero la promesa oficialista siempre fue transformar Carabineros en un sentido diametralmente opuesto a lo visto en estos días. Incluso, distintos dirigentes y personeros del Frente Amplio utilizaron en más de una ocasión la palabra «refundación» porque todos creían que Carabineros debía ser intervenido drástica y contundentemente por los civiles.

Los chilenos teníamos (y tenemos) sobradas razones para desconfiar de la policía. No se trata sólo de una sospecha natural ante la autoridad o de un temor instintivo a los aparatos represivos como suele ocurrir frente a los uniformados en el mundo entero. Nuestro escepticismo está bien fundado: la policía chilena tiene un largo prontuario desafiando la ley. Varios generales y oficiales de Carabineros desfalcaron durante años al Estado, las Fuerzas Especiales cometieron graves atropellos a los derechos humanos durante el estallido social y, por supuesto, la estela de la dictadura sigue rondándoles a todos como una sombra.

Claro, es verdad que la mayor parte de los actuales carabineros no participaron de las escuadras pinochetistas que estuvieron en la primera línea de la represión política, pero también es cierto que nada indica que la formación actual de la institución (como ocurre en todas las ramas de las Fuerzas Armadas) rechace el rol que tuvieron durante ese periodo histórico.

El punto es que la agudización de la delincuencia y no su incremento (de hecho, las cifras indican que los delitos son cada vez más violentos, pero proporcionalmente menores que antes) no pueden ser razón suficiente para que la autoritaria divisa de Carabineros, «Orden y Patria», sea asumida por el gobierno como su propio lema.

En esta seguidilla de actos y palabras de remordimiento, en este revisionismo sin fin de declaraciones y actitudes del pasado sobre el rol de Carabineros, Boric parece querer decirnos que la única respuesta posible hoy ante el narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia es la que ofrece la derecha. Porque desde acciones pueriles como el derribamiento de “casas narcos” (donde hace años que no viven narcos) que hizo el alcalde Carter -en una operación tan inocua y efectista como la del otrora alcalde Lavín en los 90 bombardeando nubes para combatir la contaminación del aire- hasta leyes antidemocráticas como las que otorgan privilegios a la policía para intervenir sin responder por sus actos, no solo son ineficaces, son peligrosas.

Se entiende que Boric tiene que armar una ofensiva contra la delincuencia, pero no puede ser a costa de todos sus principios, desmantelando paso a paso no solo sus discursos sino los motivos por los que fue elegido; los motivos por los cuales -nosotros y nosotras- lo elegimos. Durante la transición, yo solía decir, medio en broma y medio en serio, que, si la Concertación iba a aplicar las políticas económicas de la derecha, mejor que gobernara la derecha que sabe mucho mejor cómo aplicarlas. Por supuesto, nuestra derecha siempre se las ingenió para ser más extremista y retrógrada que sus gemelos concertacionistas haciendo que mi irónica propuesta no tuviera ningún sentido ni antes ni ahora.

Hay que cambiar el mundo antes que el mundo te cambie a ti, decía Mafalda, esa niña agrandada de la tira cómica que inventó el genial Quino. Boric debiera recordar más a menudo que él vino a hacer cambios y no a repetir el manual de la justicia en la medida de lo posible, del realismo sin renuncia o seguir a pie juntillas la agenda que imponga la derecha a través de los medios y las redes sociales.

Si Boric va a fracasar, que lo haga en su ley, pero no para recibir los elogios de una derecha que no dudó ni un segundo en apoyar a Kast y sus propuestas antediluvianas en las pasadas elecciones, que trata de disimular la mueca de fascinación cada vez que ve a los militares vigilando las calles (y que seguramente tiene una foto autografiada de Pinochet oculta en el desván), y que las únicas libertades que defienden son las económicas y las de restricción.

La crisis de seguridad necesita algo más que medidas urgentes e inmediatas que, en rigor, no solucionan nada inmediatamente. Si Boric ganó de manera legítima el poder por cuatro años gobernando con el Frente Amplio, con Apruebo dignidad, con el Socialismo Democrático, fue para encontrar caminos distintos que obtengan respuestas diferentes en todas y cada una de las áreas de su administración. Por eso es inaceptable la sola idea de que pasemos de la refundación republicana de Carabineros a convertirnos casi en un Estado policial.

En el desenlace del notable film Las ilusiones perdidas (2021), del francés Xavier Giannoli, basada en la novela homónima de Honoré de Balzac, la voz en off, que recorre la película de punta a cabo, dice una frase lapidaria sobre el destino final de su vapuleado protagonista: “Dejaría de tener esperanza y comenzaría a vivir”. Pero yo me pregunto ¿qué es la vida sin esperanzas? Ciertamente, con algo de ingenuidad, yo sigo creyendo -a pesar de estos oscuros tiempos de amargura y desencantamiento- en la emblemática consigna que iluminó la primavera francesa de mayo del 68: seamos realistas, pidamos lo imposible.

Jorge Morales
Crítico de cine y guionista radicado en Francia.