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Opinión

El oscuro liberalismo

Por: Camilo Andrés Domínguez | Publicado: 24.05.2023
El oscuro liberalismo Kast y Milei |
En un momento de crisis de hegemonía, geopolítica y medioambiente, el liberalismo se reinventa de nuevo. Quizá en su última y más penosa versión. Aquí, en el Cono Sur, es posible que los Kast y los Milei resulten los sepultureros de aquella larga tradición.

Los viejos liberales eran humanistas.

A mediados del siglo XIX, poseyeron la palabra más elocuente. Liberalismo significaba el progreso de la especie. Hoy eso suena a proclama vacía, pero en ese entonces fue ejemplo de valentía.

Apostaron a caminar a paso firme en dirección a lo desconocido. Renegaron de las tradiciones y colocaron en su sitio a las ciencias y las artes, para modelar las bases de una nueva época. Una en que las mayorías dejaran atrás las tiranías, ya sea de monarcas, sacerdotes o militares.

Estos antiguos idealistas creían en la emancipación del pensamiento y de las conciencias. Por eso se enfrentaron a los conservadores, incluso empuñaron las armas. De veras, fueron casi subversivos. Se la jugaron por la educación del pueblo, por aumentar su inteligencia y así, su felicidad.

Liberalismo: impulso irresistible del siglo de las luces. En nuestra América, la doctrina de Benito Juárez y Francisco Bilbao.

Ya a finales del siglo XIX, el liberalismo se convirtió en moneda corriente. De tanto circular de mano en mano, acabaron por borrarse las inscripciones que llevaba grabadas. Ya nadie recordó su sentido. El espíritu emancipador que portaba —su médula viva— expiró junto a su tiempo. Fue su éxito en el siglo XX lo que implicó su muerte histórica.

La ideología liberal se subsumió en instituciones y normas. De ahí en adelante fue el canon del poder, el arte de gobernar en los países occidentales. Sus intelectuales, cada vez más especializados, ya no defendieron fundamentos, sino la adecuación a un sistema. Mientras que la racionalidad de sus políticos —ahora técnicos—, se redujo al ámbito de la operación, del cálculo y la maniobra.

Si bien es cierto que el liberalismo ya no es el término sonoro y vibrante que alguna vez fue, todavía conserva algo de la fuerza que es efecto de la costumbre. Querámoslo o no, integra el evangelio de la vida cotidiana. Por eso no podemos prescindir de ella.

Ahora, el paraguas del liberalismo sirve para disimular las tentativas de la extrema derecha. En los tiempos que corren, los liberales, en vez de la utopía del desarrollo, ofrecen al mundo la distopía del colapso del planeta. No son progresistas, sino retrógrados. No hay que ir lejos de nuestro barrio para encontrarlos. En Chile, son los republicanos de José Antonio Kast; en Argentina, los libertarios de Javier Milei.

Liberalismo oscuro, porque son contrarios a la ciencia, las artes y las humanidades. Niegan la evidencia del cambio climático, rechazan a rajatabla las teorías críticas, y declaran la guerra al feminismo. Las ironías de la historia: si los abuelos procuraron el cultivo del raciocinio, hoy sus nietos infames comandan la reacción contra la cultura y el saber.

Los liberales de antaño, iluministas, promovían los debates, y así organizaron clubes, foros y asambleas. Los oscurantistas de hoy día conducen, por el contrario, la pudrición de la esfera pública, plagándola como lo hacen de noticias falsas, mentiras emotivas o verdades a medias. Parecido en esto a los fascistas, estimulan a propósito los nudos sensibles a la furia ciudadana, para redirigirla hacia indígenas, migrantes o mujeres.

Mala cosa.

Se cortó la cadena de transmisión. No olvidemos que los pioneros defendían con pasión las libertades, pero no a costa de sacrificar la igualdad. Los dos valores integraban una misma ética. Por décadas fue así: la Revolución Francesa (y luego la haitiana) aportó a la humanidad la consigna de Liberté, Egalité, Fraternité, que inspiró a muchos. Los neoliberales cercenaron con precisión quirúrgica a ambos principios, y acto seguido los opusieron.

La libertad se transformó en dogma. Peor, en un fetiche valorado en sí mismo, y no en relación con el bienestar. Una facultad ni siquiera humana; se llegó a confundir con el libre comercio, sinónimo de movimiento de las mercancías. Esta teología de lo mundano trastocó el sentido de realidad. Realizó la conversión de los capitales en sujetos, y de los humanos en objetos.

En un momento de crisis de hegemonía, geopolítica y medioambiente, el liberalismo se reinventa de nuevo. Quizá en su última y más penosa versión. Aquí, en el Cono Sur, es posible que los Kast y los Milei resulten los sepultureros de aquella larga tradición.

Camilo Andrés Domínguez
Historiador. Vive en Ciudad de México.