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Opinión

La policía racista (persecución a Elisa Loncon)

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 27.05.2023
La policía racista (persecución a Elisa Loncon) Elisa Loncon |
Elisa les enrostra, desde su forma de hablar, vestir, existir y deambular por el mundo, su pigmeísmo intelectual, su ríspido mercado/léxico y la amenaza de que su membresía oligárquica se vea debilitada en su hegemonía de cara a esta mujer. Nada tiene que ver aquí con fenómenos asociados a la transparencia o a la rendición pública de dineros. Es un asunto de clase, de aporofobia y de racismo.

Debo decir que no me interesan particularmente los títulos de Elisa Loncon, tampoco la cantidad de papers que pudiera hacer fichar en las bases de datos WoS o Scopus, por ejemplo. Y no me interesan porque estas no son más que entelequias, dispositivos híper-objetuales con estatus rimbombante que al día de hoy establecen el límite para ingresar y mantenerse en el mundo académico; fetiches programados que han devenido en imperativos que atormentan año a año a quienes trabajamos como investigadores/as en las universidades; zonas virtuales que estratifican, incluyen y marginan, prestigian o hunden; articulado de siglas que matan al libro –porque éste da menos puntos que un artículo indexado– y que hacen de nosotras y nosotros, sujetos de universidad, individuos atomizados y perplejos, sin capacidad de reacción, en el parrilla candente y desafiliada de la disputa neoliberal.

Por otro lado, le doy una importancia igual a cero al hecho de que sus publicaciones tengan tal o cual factor de impacto o que se ubiquen en tal o cual cuartil; si fue la primera o la décima autora que firma el texto, en fin. Me da soberanamente lo mismo, porque lo que es relevante, por encima de la supervisión exigida desde El Mercurio y que se percha con el ropaje de la “transparencia” y la “información pública”, es –en espiral histórico vergonzoso– la reemergencia de uno de las lacras más anquilosadas y extendidas en la sociedad chilena: el racismo y su policía. La misma que hoy se lanza a la yugular de una académica mapuche, y figura política notable, por habérsele concedido un año sabático para la investigación y la divulgación.

Y si se trata de un racismo, que en tecla de “transparencia pública/académica” se objetiviza en Elisa Loncon, entonces, y con la misma fuerza, se trata de un asunto político. Si algunos parlamentarios de Chile Vamos presentaron un oficio en Contraloría para “aclarar la naturaleza de ese permiso” pues, justo, la naturaleza de esta exigencia no se emparenta en nada con la prístina vocación declarada por la derecha y en la que se buscaría que todo sea sujeto de norma y que actué “dentro de la ley”, por el contrario.

El asunto va de que uno de los más nítidos, notables y bellos rostros que heredó la revuelta de Octubre quede definitivamente desactivado, vilipendiado y escarniado en el centro de la plaza pública mientras se le lanzan piedras y escupitajos de todos lados no porque no fue la primera autora en paper WoS, sino porque es morena, mapuche, brillante y su pura existencia les rebota en la mediocridad y en el ego que supura desprecio frente a la grandeza de una figura planetaria que ellos y ellas, los/as celadores/as de la ley, jamás podrán ser ni en el más épico de sus sueños.

Elisa les enrostra, desde su forma de hablar, vestir, existir y deambular por el mundo, su pigmeísmo intelectual, su ríspido mercado/léxico y la amenaza de que su membresía oligárquica se vea debilitada en su hegemonía de cara a esta mujer, publicaciones más publicaciones menos, factores de impacto más altos o más bajos, los desnude a mediodía en la dilecta hipocresía de sus saberes heredados, endogámicos y apócrifos.

Como dice el filósofo Marc Crépon, para la derecha, en cualquiera de sus formas y que se encuentra hoy al tope del ranking rompiendo todos los récords de taquilla, Elisa Loncon representa “(…) la lenta sedimentación de lo inaceptable” (2019). Es decir, que de no pararse a tiempo el significante que ella irradia hacia el resto del margen excluido (esto es que se puede ser extraordinaria/o independiente del origen, color de piel o procedencia) podría significar un desplazamiento de placas no menor para la tradición sobre la que se ha soportado su hegemonía por siglos. “¿Que una ‘india’ sea doctora en lingüística, reconocida mundialmente, que no se vista con ropa de marcas europeas y que no esté en los lugares que le corresponden ‘típicamente’, o sea limpiando baños o siendo la empleada de mi casa? ¡No! eso no se puede permitir”.

Por lo tanto, nada tiene que ver aquí con fenómenos asociados a la transparencia o a la rendición pública de dineros. Es un asunto de clase, de aporofobia y de racismo. Impulsando en las universidades una suerte etnificación de los derechos de las y los académicas/os que no solo deberían ser relevantes por la cantidad de publicaciones y textos que serán distribuidos en los mercados del conocimiento, sino que también (y con más impacto que cualquier “factor”), por el signo y el significante que distribuyen globalmente.

Elisa fue la primera mujer a la vez que la primera persona de un pueblo originario en Chile, y probablemente en el mundo, en presidir un espacio institucional como lo fue la Asamblea Constituyente. Comenzó hablando en mapudungun y, desde ese momento, “la tradición republicana” de este país se interrumpió a modo de fractura y ella, su figura y su decir, deconstruyó la democracia lanzando a la periferia a una clase política que desde siempre había ocupado los lugares de privilegio.

En fin.

Maria Emilia Tijoux se pregunta –en un texto titulado Racismo en Chile. La piel como marca de la inmigración (2016) “¿cómo hacerse cargo no solo de la descripción y cuantificación de interacciones particulares, sino de la cuestión de la ‘emancipación’ respecto de estructuras lógicas, imaginarias e institucionales que articulan los hábitos de la violencia y la clausura del horizonte de lo común?”.

Si interpreto, lo que siempre será una arbitrariedad, Tijoux nos habla de cómo desmantelar lo que va a más allá de una simple y lexical aceptación; de qué forma desafiar la pura tolerancia (suplemento de la dominación por parafrasear a Derrida) y situarse en el corazón de un bloque macizo que inhabilita el reconocer al otro como lo que simplemente es, que ya es ahí habitando en una polifacética multiplicidad, y cuya tachadura siempre será una construcción imaginaria devenida del odio y de la defensa de los privilegios adheridos a una clase, a un color o a una posición política.

No se nace racista: se llega a serlo (gracias Simone de Beauvoir).

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.