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Participación como garantía de derecho de niños, niñas y jóvenes

Por: Claudia Espinoza y Javiera León | Publicado: 10.06.2023
Participación como garantía de derecho de niños, niñas y jóvenes |
“Para ser sabio no hace falta ser viejo” dice un proverbio yoruba. Este nos desafía a cuestionar un status quo donde la sabiduría, el buen juicio y madurez no sólo son campo de dominio del mundo adulto. Por el contrario, desde otra mirada también los niños y niñas son sabios, expertos de su vida, cuidadores de otros y siempre comunicadores.

Como adultos mantenemos una deuda histórica en el reconocimiento de la condición de sujeto social de niños, niñas y jóvenes, y hoy estamos en un buen momento para hacernos cargo. Para avanzar hacia una sociedad más justa y garante de derechos es necesario convenir y aceptar que por el solo hecho de existir -como cualquier individuo de la sociedad- las niñeces tienen el pleno derecho a pactar, junto a otros, formas comunes de cómo debería ser la sociedad que habitan y ser consultados en todos los ámbitos relacionados a su vida.

Llevar esto a la práctica implica un ejercicio transfigurativo, donde los adultos corremos nuestros cercos y, desde una ladera fraterna, ponemos al centro el enfoque de derechos de la niñez para validar como un legítimo otro a todos quienes tengan menos de 18 años. Esto implica -entre muchas cosas- la construcción de una intergeneracionalidad virtuosa entre adultos y niños/as, en la que unos aprenden a escuchar más que hablar y otros recuperan un espacio de protagonismo social privatizado por largos años.

Escuchar a las niñeces y convenir el peso de sus palabras para la vida común es una práctica poco desarrollada incluso para quienes trabajan en la protección de sus derechos. Esto se puede deber a falta de metodologías, o también a una explicación profundamente arraigada en remanentes socioculturales que se han mantenido de generación en generación, pese a incipientes esfuerzos por cambios de paradigma intencionados por tratados internacionales como la Convención de los Derechos del Niño (CDN).

Con la Convención, por primera vez en la historia se reconoce y consagra derechos a la infancia en un tratado vinculante, que invita a reprensar las relaciones sociales con la niñez y romper con un silencio social secularmente impuesto desde el adultocentrismo. Recuperar la voz y opinión de niños y hacer que esta tenga incidencia en la vida cotidiana y la toma de decisiones, es un acto justo que desafía, pero también invita a transitar hacia una sociedad distinta, con nuevas maneras de convivir, más justa, democrática y bien tratante.

La construcción de la infancia en el imaginario social ha estado relacionada -según Cussiánovic- a 4 tendencias: los hijos como propiedad, es decir, posesión de sus padres; niño como potencia o idea de futuro, que sólo se interesa por el adulto que se convertirá; el adolescente como peligroso, que ha llevado a la generación de prácticas penalizadoras y autoritarias, como la diminución de la edad de imputabilidad; y una última tendencia, relacionada con la privatización de la infancia, que tiene fuertemente respaldo en la incautación adultocéntrica y proteccionista de las niñeces de su rol participativo de la escena política y colectiva.

A pesar del peso de la historia, hoy tenemos grandes oportunidades para hacer valer la voz de niños/as y que esta tenga un impacto directo en la forma como construimos una sociedad con un buen vivir.

La Ley 21.430 sobre “Garantías y Protección Integral de los Derechos de las Niñeces y Juventudes”, desde el año 2022 otorga, dentro de un marco de transformación inédito para Chile, una nueva forma de abordar la protección de derechos de niñas y niños. Crea una nueva institucionalidad que funciona como un sistema articulado de prestaciones y servicios que, en conjunto, deben garantizar el pleno goce y ejercicio de derechos de niños hasta el máximo de los recursos disponibles.

Esto, sin duda, constituye una ventana de oportunidad tremenda para incorporar el derecho de la participación infantil (como brújula y horizonte) en el trabajo que desarrollan tanto las Oficinas Locales de Niñez (OLN), que encarnan a nivel local el sistema integral como organismo de administración del Estado y la sociedad civil.

Considerando lo innovador de este sistema, debemos tener en cuenta que no podemos reproducir las mismas lógicas de relación con las niñeces y juventudes. Es decir, la instauración de un sistema integral, colaborativo, universal y de co-garancia implica renunciar a métodos adultocéntricos de antaño y avanzar en nuevos formatos, ya que en la medida que tomamos en consideración lo que niños/as tengan que decir y esto tenga incidencia en nuestras prácticas, podemos establecer mejores rutas por donde las políticas públicas de niñez transiten y tengan pertinencia respecto de las necesidades situadas y genuinas.

La participación es fundamental porque permite a los niños/as y jóvenes desarrollar habilidades sociales y emocionales; aprender a tomar decisiones y a resolver conflictos, y sentirse valorados y respetados como miembros activos de la sociedad. Además, la participación protagónica contribuye a la construcción de una sociedad en la que se promueve la igualdad de oportunidades y se respetan los derechos humanos, favoreciendo su ejercicio de ciudadano, mucho antes de la mayoría de edad.

Sin duda la Convención de Derechos del Niño, como señalan Manfred Liebel y Marta Martínez en su libro Infancia y derechos humanos, no cambia repentinamente las múltiples formas de violación de los derechos de los niños y niñas, pero sí podría ser considerada una “piedra angular para un mundo más apropiado para la infancia”. Así lo pensó Chile cuando en 1990 ratificó este tratado vinculante, contribuyendo al cambio de paradigma que implica pasar desde la concepción de objeto con un enfoque de protección tutelar, a un paradigma de sujeto de derecho y protección universal.

A pesar de ello, la participación no siempre es fácil de garantizar, ya que los niños/as y jóvenes pueden enfrentar barreras como la falta de información, discriminación, falta de recursos y de apoyo por parte de adultos y autoridades. Por esto es importante que se implementen políticas y programas que promuevan la participación y garanticen sus derechos, como la educación en derechos humanos, la formación de actores y ciudadanía. El modelo Lundy (2007) nos aporta 4 elementos a considerar: primero, resguardar el espacio, es decir, asegurar instancias y oportunidades de expresión de opinión; la voz, para que las opiniones sean libres; que se establezca audiencia, es decir, que las opiniones sean tomadas en consideración; y finalmente influencia, para que las opiniones sean atendidas e incidentes.

“Para ser sabio no hace falta ser viejo” dice un proverbio yoruba. Este nos desafía a cuestionar un status quo donde la sabiduría, el buen juicio y madurez no sólo son campo de dominio del mundo adulto. Por el contrario, desde otra mirada también los niños y niñas son sabios, expertos de su vida, cuidadores de otros y siempre comunicadores. La participación trae innumerables beneficios, como la contribución al adecuado desarrollo de los niños y las niñas, la potencia de sus capacidades y favorecimiento de su autonomía y reconocimiento de ciudadanos con plenos derechos.

Además, la participación es una herramienta para denunciar posibles malos tratos y/o abusos, promueve la inclusión y mejora el proceso de construcción de la democracia, alentando a todos quienes conformamos la sociedad a hacer justicia intergeneracional, otorgar un papel protagónico a las niñeces y desde la ternura ejercer el rol de co-garantes de todos los derechos establecidos en la Convención. De esta forma avanzaremos a una sociedad más justa.

Claudia Espinoza y Javiera León
Claudia Espinoza es psicóloga comunitaria y académica; seremi de Desarrollo Social y Familia de la Región de Valparaíso. Javiera León es trabajadora social, coordinadora de la Unidad de Niñez.