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Retorno del pinochetismo

Por: Luca De Vittorio | Publicado: 11.06.2023
Retorno del pinochetismo |
El pinochetismo retornó por la puerta trasera, sin que nadie en la izquierda presintiera la gravedad de su anunciamiento, por una razón bastante simple: la banalización de la idea que representa lo peor de nuestra historia, utilizándola indiscriminadamente para calificar actitudes o comportamientos de rivales políticos buscando generar réditos electorales, o menos que eso, a través de un falso espanto insuflado en la ciudadanía.

Hace un tiempo apareció una encuesta que señala un preocupante aumento (cerca del 10%) en el apoyo al golpe de Estado de 1973.

Anteriormente ya asistimos a la arremetida de la extrema derecha en las elecciones de 2021, cuando un candidato abiertamente pinochetista logró avanzar a segunda vuelta y capitalizar un 44% de las preferencias. Finalmente, el panorama electoral reciente sella una consolidación de este sector en la política actual con un triunfo inapelable en las elecciones para el consejo constituyente, siendo Republicanos el partido más votado en este escenario.

A 50 años del golpe de Estado, el fantasma pinochetista parece retornar desde adentro, avanzando a paso firme ante el desconcierto de una izquierda que se ha quedado sin recursos intelectuales y políticos para su combate.

Durante casi 30 años, la Concertación realizó un trabajo en el plano de la cultura que no encontró los mismos obstáculos que sí se presentaron en su programa de reformas políticas y económicas. La valoración de la democracia, la defensa irrestricta a la importancia de los derechos humanos, la crítica acérrima a la ilegítima violencia del golpe de Estado y la cruenta dictadura que lo sucedió, entre otros logros culturales, no fueron el resultado de una conciencia espontánea que emergió al percibir la posibilidad de una vida en paz sin la asfixiante presencia de la bota militar.

Por el contrario, el sepultamiento del anhelo autoritario que nace de la incertidumbre y el temor infundado fue producto de un proyecto cultural pensado y articulado en distintas dimensiones con miras a un mismo fin: la creación de comisiones de verdad y reparación, la educación y legislación en materia de derechos humanos, las políticas de búsqueda y sanción penal para quienes fueron responsables de crímenes de lesa humanidad (con la brutal, palmaria y escandalosa excepción de aquel que condujo e impulsó todo el aparato sistemático de persecución, tortura y asesinato), el financiamiento de producciones audiovisuales, instituciones de memoria, reportajes, entre otros; todo esto fue el resultado de  una política de Estado que, a través de un esfuerzo cívico e institucional crucial, logró consagrar un terreno común que relegaba a la dictadura como un periodo abyecto y repudiable, volviéndola inconciliable con cualquier representación posible de convivencia democrática y republicana.

Los frutos de este trabajo los cosecharon las generaciones posteriores, pero no como lo que eran. No se vieron como el resultado de un esfuerzo consciente y concertado de realizar un programa cultural de condena social y política a la dictadura.

Por el contrario, esta visión les pareció tan natural que la tomaron como un hecho establecido que emergió a partir de la toma de conciencia ante el conocimiento público de los crímenes aborrecibles cometidos en aquel periodo.

Lamentablemente, desde hace poco estamos sintiendo los efectos de esa ingenuidad; jugar inocentemente con los límites artificiales de un campo moral y político que fue tomado como un hecho natural e indiscutible desconoció la amenaza latente e inquietante que representa el pinochetismo, siempre dispuesto a retornar cuando se generen las condiciones propicias

Y los resultados de los procesos electorales acaecidos recientemente así lo constatan.

Desde el estallido en adelante, la idea de dictadura se trivializó, pasó a ser una liviana condena ante gestos autoritarios cuestionables, un calificativo fácil y resbaladizo para denostar al adversario que no comparte mi visión de participación (visiones que se contraponen dentro del juego democrático, aunque no lo quieran ver) y fue despojada de toda su carga simbólica de horror y abominación.

Las prácticas dictatoriales dejaron de ser el secuestro, la tortura, la desaparición forzada y el concierto de instituciones dedicadas a la aniquilación de adversarios políticos. La dictadura pasó a ser el atributo simplón de una serie de actitudes y acciones que recuerdan menos el horror y la deshumanización que las diferencias de proceder en la discusión política y la rivalidad áspera, pero legítima, dentro del orden democrático. La dictadura se convirtió en el denominador común para designar toda una serie de prácticas que no nos gustan de la democracia, aunque sean parte de ella. Y esta trivialización tuvo sus consecuencias directas.

El pinochetismo retornó por la puerta trasera, sin que nadie en la izquierda presintiera la gravedad de su anunciamiento, por una razón bastante simple: la banalización de la idea que representa lo peor de nuestra historia, utilizándola indiscriminadamente para calificar actitudes o comportamientos de rivales políticos buscando generar réditos electorales, o menos que eso, a través de un falso espanto insuflado en la ciudadanía.

De esa manera, se erosionó el terreno cultural y moral construido durante casi tres décadas, mostrando descarnadamente sus límites, su artificialidad y fragilidad. El contenido de las premisas cambió, y con ello también el razonamiento: si la dictadura eran aquellas trivialidades que se imputaban diariamente en el debate público, entonces quizás tenía algo de contestatario su adhesión y permitía canalizar el descontento. Era como un pase-gol, pero en contra de nuestro propio arco.

Por lo tanto, en este año tan relevante, en donde se conmemoran 50 años del golpe de Estado, urge reconstruir el tejido cultural que nos permitió tener una visión compartida, como país, como nación, con respecto a los trágicos acontecimientos que sufrimos durante 17 años.

Urge, entonces, preservar la carga simbólica de una idea que se debe limitar a lo que realmente denota: un régimen autoritario, criminal, abyecto y ominoso. Solo así podemos aspirar a bloquear, coherentemente, el retorno del pinochetismo.

Luca De Vittorio
Licenciado en Filosofía.