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Opinión

La monarquía en Chile (siglos XIX y XX)

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 17.06.2023
La monarquía en Chile (siglos XIX y XX) Fernando VII, Rey de España |
La historia de Chile arrastra en su inconsciente colectivo arquetipos patriarcales vinculados al origen de la monarquía colonial en el siglo XVI y a su crisis global en el siglo XIX. Desde Madrid, en 1935, Gabriela Mistral se lamenta de una “derecha hedionda, de evidente índole monárquica”.

Después de tres siglos de dominación el régimen monárquico empezó a hundirse con el colapso del imperio español en Chile. Sin embargo, el sistema continuó operando como estructura de pensamiento, como costumbre y ritual público en la larga duración de los siglos XIX y XX.

En el siglo XIX perduraron símbolos, prejuicios e incluso normativas de la época monárquica. El cónsul británico en Chile J. White afirma en 1830: “Muchas de las personas más inteligentes, ricas e influyentes de la capital, no tienen ningún reparo en decir que el país no puede permanecer mucho tiempo sin perturbaciones bajo un gobierno republicano, y que el único medio de asegurarle respeto tanto interno como externo sería que adoptara un gobierno monárquico” (S. Collier, Ideas y política de la Independencia chilena 1808-1833).

En 1837 el presidente Joaquín Prieto decreta que la legislación colonial española tiene fuerza de ley en Chile. Los chilenos no se asumen en su diferencia. En 1849 observa Lastarria: “Nadie es mulato ni mestizo, todos son de raza española pura, y es curioso ver cómo arreglan sus genealogías para mostrarse descendientes genuinos de caballeros” (El manuscrito del Diablo). La reina de España Isabel II obsequia al gobierno de Chile un cuadro de Pedro de Valdivia en 1855 (El Araucano, 8 de mayo de 1855).

Los defensores de Fernando VII durante la Independencia desplegaron argumentos colonizadores, propios de una reconquista. En 1814 Diego Navarro, obispo de Concepción: “¡Manes inmortales del gran Pedro Valdivia! Ved la suerte que se prepara a vuestros descendientes […]. ¡Habitantes de todo Chile! Volved de vuestro letargo: no degeneréis de vuestro origen: sed españoles: participad de las glorias de un nombre tan augusto”. Para el pastor católico la Independencia es indicio de descristianización, de regreso a la vida cotidiana, los saludos, los adornos, las comidas mapuches: “[El] saludo a lo Mari Mari, el uso de las Higuillas y Chaquiras en las mujeres, las sacrílegas invocaciones al Pillán, y ya se trataba de un gran día de campo en que solo se había de comer carne de Yegua y de Potrillos” (Carta pastoral del obispo de Concepción de Chile, 1814). Según el historiador y capellán militar Melchor Martínez, la Independencia abre la compuerta a la corrupción de costumbres, especialmente con la irrupción de los hermanos Carrera: “[Tomó] tal exaltación el entusiasmo de la plebe y de toda la juventud en general, que no se veía ni oía otro clamor que ¡viva la patria! y ¡vivan los Carrera!, a quienes todos se ofrecían gustosos a sostener y defender atraídos de la licenciosa libertad, que gozaban tan a medida de la corrupción humana” (Memoria histórica sobre la revolución de Chile, 1814).

A contrapelo del despertar del espíritu democrático, el ideario monarquista se agazapa en el siglo XX. Desde Madrid, en 1948, el filósofo chileno Osvaldo Lira considera la monarquía el único gobierno perfecto (Visión política de Quevedo). Sergio Fernández Larraín, político conservador, publica Vigencia de Carlos V en 1962. El historiador Jaime Eyzaguirre insiste en interpretar a Pedro de Valdivia como “fundador de Chile” (Ventura de Pedro de Valdivia, 1942). Ante los postulados indigenistas de su época expresa atávicos temores coloniales: “[El] término Indoamérica sustituye el factor común cristiano y occidental de nuestra cultura por una deificación racista que se repliega ciegamente en los bajos estratos de la biología” (Hispanoamérica del dolor, 1968).

El huaso, emblema de señorío de la tierra en el Valle Central, tiene algo de monárquico en su enemistad a las reformas, su temperamento obstinado y creyente, su acusada inclinación derechista. En 1955 Mariano Latorre así lo estima distinguiendo el arquetipo del huaso al del roto (Chile, país de rincones). Según la historiadora de la élite chilena Rosaria Stabili, el huaso es “símbolo de la resistencia y de la lucha primero contra el liberalismo, luego contra la democracia y posteriormente contra el socialismo, todas ‘ideologías extranjeras’, que de tanto en tanto amenazan la identidad rural del país” (El sentimiento aristocrático. Élites chilenas frente al espejo 1860-1960, 2003).

Hasta fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI sobreviven en la élite ideales asociados al régimen monarquista y católico. Un destacado político derechista del siglo pasado, Francisco Bulnes Sanfuentes, es llamado por el cronista Eugenio Lira Massi “un marqués en comisión de servicios en una democracia” (La cueva del Senado y los 45 senadores, 1968).

Aún en 2016 se publican obras historiográficas desde la perspectiva del dominio monárquico hispano, escasamente interesadas en las formas complejas de la vida propia del pueblo chileno. Una refiere la historia eclesiástica desde Pedro de Valdivia a 1826: el catolicismo como religión oficial de la corona de Madrid (G. Guarda, La Edad Media en Chile: historia de la Iglesia desde la fundación de Santiago a la incorporación de Chiloé, 1541-1826). Otra aborda la historia política republicana a partir del ideario monarquista “Dios, Rey, Patria” o “Dios, Patria, Ley”, en la formulación opuesta al ideario francés “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.

La dictadura cívico militar de hace 50 años es defendida como empresa pujante que restablece el orden público, saca al país de la crisis causada por los partidos políticos entre 1924 y 1973, y endereza el progreso neoconservador. Un ave de rapiña, águila o cóndor, de alas desplegadas preside la portada del libro (B. Bravo, Una historia jamás contada. Chile, 1811-2011. Cómo salió dos veces adelante).

¿Dónde reside la gran diferencia histórica con el modelo monarquista en Chile?

Desde el siglo XVI, en el pueblo mapuche.

Este desechó las representaciones políticas y religiosas de la cultura europea del Antiguo Régimen. “No ha sido por rey jamás regida” (Alonso de Ercilla, La Araucana). El historiador Diego de Rosales explica su estilo de vida en 1674: “En su gobierno, aunque no tienen estos indios de Chile una cabeza, tienen mucho de lo que llaman los políticos Democracia, que es un gobierno popular que llaman imperium populare, pues para cualquiera cosa de importancia se juntan todos, y principalmente los caciques, y convienen en lo que hay que hacer” (Historia general del reino de Chile). En 1806, dice Melchor Martínez, el historiador y capellán de la monarquía, que los araucanos “nacieron, se criaron y viven en la más perfecta libertad que se ha conocido jamás” (La Iglesia y las creencias y costumbres de los araucanos en Chile, 1944).

La historia de Chile arrastra en su inconsciente colectivo arquetipos patriarcales vinculados al origen de la monarquía colonial en el siglo XVI y a su crisis global en el siglo XIX. Desde Madrid, en 1935, Gabriela Mistral se lamenta de una “derecha hedionda, de evidente índole monárquica” (Carta a María Monvel y Armando Donoso, 15 de mayo de 1935). Diez años más tarde al recibir el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Gustavo V de Suecia, se define manifiestamente: “Hija de la Democracia chilena, me conmueve tener delante de mí a uno de los representantes de la tradición democrática de Suecia, cuya originalidad consiste en rejuvenecerse constantemente por las creaciones sociales valerosas”.

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.