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Opinión

El profe sabe

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 19.06.2023
El profe sabe |
Me pregunto si algún día podremos realmente aquilatar el nivel de perversión moral de todos los involucrados en la dictadura, desde Pinochet y sus agrupaciones de torturadores, hasta todos aquellos civiles que fueron su apoyo ideológico o económico o que, simplemente, hasta hoy, “admiran” al dictador y añoran esa dictadura.

Después de la columna valiente y, como siempre, lúcida y agudísima de Daniel Matamala para corregir las expresiones de Luis Silva, consejero constitucional de Republicanos, acerca del carácter de “estadista” de Pinochet y cuestionarle su declarada “admiración” por el dictador, es poco lo que otros podríamos agregar.

Desde aquí, y más allá de entregarle mi solidaridad al periodista frente a los ataques violentos e histéricos de los que hacen gala siempre los que no tienen argumentos, pero sí odio, únicamente quiero insistir en algo: no es posible dividir el juicio a un gobierno entre su pretendido buen desempeño económico y las violaciones a los derechos humanos.

Desde luego, Matamala, una vez más, en tres líneas, desploma la cantinela del éxito económico de la dictadura. Pero, por mor de la discusión y con un afán de diseccionar el alma ética de Luis Silva, Republicanos y la llamada “derecha dura”, vamos a suponer que no había PEM ni POHJ, que no había una pobreza desatada… Vamos a dar por buena la tesis del éxito económico de una dictadura de crecimiento económico mediocre.

Veamos. Si compartiendo un café su mejor amiga le dijera: “Mira, es cierto que fulanito es agresivo, que me pega día por medio y tiene aterrados a nuestros hijos con sus explosiones de ira, pero, por otra parte, también es cierto que su desempeño económico ha sido sobresaliente y ahora es gerente general. Vamos todos los años a Europa por un mes. Los maquillajes para esconder mis moretones son estupendos, los más caros del mundo. Hay que ponderar las cosas…”, seguramente pensaría que su amiga está loca y el que mentado fulanito es un ser despreciable que hay que abandonar de inmediato. “No hay nada que ponderar”, le diría, probablemente.

Casi todos convendremos en que el sujeto golpeador de mujeres y gerente general es un horror de persona y que la relación, entera y como tal, debe ser calificada de pésima. No hay cómo sanar moretones y golpes o compensar la cobardía del maltrato a una mujer con viajes o transferencias electrónicas.

Pero cuidado. Los que saben, como el profe Silva, pueden tener una visión más aguda que la mía, precisamente porque saben mucho.

¿Y qué sabe él? Bueno, precisamente lo que yo ignoro. Que unos torturados (digamos, sobre 30.000), unos desaparecidos (más de 1.000) o asesinados (sobre 3.000) no son algo que nos impida ver el lado luminoso, bello, poético, cálido y amoroso de Pinochet, conceptos todos que para la derecha suelen tener que ver con la economía.

Si la economía está bien, entonces “ponderemos” las cosas y no nos pongamos sentimentales. No hay que ser injustos. Es como en la historia anterior: un poco de terror debe ser comparado con los viajes a Europa; unos moretones o fracturas se compensarán, respectivamente, con una joya o quizás un auto. ¿Qué tontería es esa de pensar que una relación entera es mala solo porque hay golpes, cuando también es una fuente de riqueza y satisfacciones materiales? ¿Qué miopía política nos hace creer que una dictadura es una perversión moral insalvable solo porque hay gente asesinada y torturada, cuando la economía anda bien?

Mi falta de sabiduría me conduce a pensar que una dictadura que asesina personas, incluyendo niños, no podría contar con la admiración de nadie con un buen corazón, ya en ningún aspecto. Como el sujeto que golpea a su pareja es un bodrio de persona, un gobierno dictatorial que tortura y desaparece a civiles es un bodrio de gobierno. Ya nada los salva. Desde lo ético, ya nada más vale la pena analizar.

Y de los niños asesinados no se lo dije, profe Silva, con ánimo alguno de mordacidad, sino únicamente porque, siendo usted profesor, intuyo su amor por la educación y por la infancia.

A mí, al menos, los 2.200 niños sometidos a tortura o prisión política reconocidos en la Comisión Valech me abruman (https://encr.pw/QwYZ2), y supongo que a usted quizás (y solo quizás) le melle un poquito la admiración hacia Pinochet. Porque matar, torturar y someter a prisión política a niños no es del tipo de cosas que hace un estadista.

Sé que quizás soy muy rígido en mis juicios, pero es que… ¿se ha detenido a pensar en la infinita e inconmensurable cobardía que significa ser un torturador? ¿Arrancarle alaridos a otra persona aplicándole electricidad, quemándole cigarrillos, cuando está inmovilizada, bajo la vigilancia de hombres armados? ¿Se ha detenido a pensar en el nivel de abyección que se debe poseer para violar mujeres detenidas, para destruir familias?

Piense en que ese es el torturador directo. Pero piense en lo abyecto también que es el superior que ordena esto mientras se toma un cafecito y lee el diario, jugando al soldado cuyo único triunfo fue bombardear un palacio presidencial y atacar población civil indefensa, incluidos niños, como ya he dicho. Ese era Pinochet, ya muerto. Y pensemos también en la abyección moral de quienes, frente a esto, nos vienen a hablar de datos macroeconómicos. Hasta Alejandro Foxley, en un clásico giro democristiano, nos ha hablado alguna vez del “visionario” Pinochet… En fin.

He leído un libro tan bello como desgarrador. Su autora es Patricia Castillo Gallardo. Ella tiene un corazón que me gusta mucho más. Nos habla de niños golpeados por una dictadura que les arrebata a papás y mamás y, con ellos, sus infancias. Es demoledor, pero nos permite mirar en serio a los monstruos que habitaron y habitan entre nosotros, y lo monstruoso que es justificar y admirarlos. Si desea adquirirlo, estas son las coordenadas: https://l1nq.com/3MY5C.

La tapa del libro reproduce la de aquellos cuadernos que usábamos en la década del 70 del siglo pasado. Sobre lo que este libro nos habla, esto es, sobre el sufrimiento de los niños, el profe Silva no sabe absolutamente nada. O, más probablemente y peor, no le interesa ni importa saber.

En las páginas 46 y 47 del libro, por ejemplo, puede leerse una carta de 1973 de una niña que entonces tenía 8 años. Le escribe a su “papito”, relegado en la isla Quiriquina. Al menos yo no pude leerla sin llorar en cada renglón. Esa letra infantil, esa petición a la vida para que le devuelva a su papá, su promesa de estudiar y sacarse buenas notas, su declaración de que lo esperará con su hermana para jugar con él, la visión de su mamá llorando a escondidas…

Me pregunto si algún día podremos realmente aquilatar el nivel de perversión moral de todos los involucrados en la dictadura, desde Pinochet y sus agrupaciones de torturadores, hasta todos aquellos civiles que fueron su apoyo ideológico o económico o que, simplemente, hasta hoy, “admiran” al dictador y añoran esa dictadura.

La maldad existe y no es broma. Hay que juzgar con cuidado, con responsabilidad y sin hipocresías, pero la maldad es la maldad y no podemos ser condescendientes con ella.

Pero estoy algo desilusionado, la verdad. El profe Silva no está solo. Hay muchos como él. Un 44% de los votantes votaron por el “Sí” para que Pinochet siguiera gobernando por otros 8 años, cuando ya se sabía de su historia perversa y sangrienta. ¡Un 44%!

Hay mucha gente que cree que unos muertos y torturados se justifican si hay más orden, más seguridad o una mejor economía. Dicen que no, que no justifican, pero en realidad es exactamente lo que hacen si admiran a un dictador sangriento por ser un “estadista” o un buen manejador de la economía.

Si personas como estas son las que van a redactar el texto de una nueva Constitución, debo decir que tengo muy pocas esperanzas puestas en su trabajo. La probabilidad de que alguien que admira como estadista a un dictador moralmente repulsivo escriba un texto constitucional que valga la pena equivale a que en las próximas 24 horas nos contacte un embajador reptiliano que nos informe que somos un experimento fallido, lo cual, dicho sea de paso, explicaría no pocas cosas.

Esteban Celis Vilchez
Abogado.