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Opinión

Perdón, la palabra

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 25.06.2023
Perdón, la palabra |
¿Es el perdón un derecho? O más bien ¿existiría algo así como un derecho al perdón? ¿Es posible, como se ha hecho en Chile, judicializar el perdón?

I

Iniciamos con el estoico Epícteto: “no son las acciones las que estremecen a los hombres, sino lo que se dice a propósito de estas acciones”. Desde aquí pensamos, justo, que las acciones, los eventos y los momentos específicos que dan curso a historias determinadas son menos relevantes que la forma en que estos eventos se enuncian y se rotulan.

En este sentido, el llamado “proceso de transición a la democracia” que comenzaría en Chile a partir de 1990 (la mirada respecto de su inicio no es estándar), con Patricio Aylwin a la cabeza y hoy monumentalizado en el frontis de La Moneda, es menos impactante por su condición misma de proceso transicional y más por la forma en que se cristalizó verbalmente. Ocupamos palabras como reconciliación, sanación, perdón, etc., para al final generar y otorgarles realidad a lo viene gestándose. Así, lo que decimos respecto de la historia es más relevante que los elementos que componen la historia propiamente tal.

En estos últimos 33 años el perdón ha sido una enunciación primordial. Se pide perdón, se otorga el perdón, se organizan escenas de perdón, en fin, siempre sobre el principio de una palabra que condensa y resume la urgencia de un contexto sociopolítico.

Sin embargo, es igualmente cierto que las palabras no pueden resistir ni abreviar toda la complejidad que un tramo de la historia condensa. Probablemente decir perdón para expresar lo que la transición chilena implicó –e implica– no sea explicativo de la totalidad y heterogeneidad de esta saga histórica. Pero es lo que instrumentalmente se ha hecho y es lo que los encargados de organizar la historia han promovido. Por lo tanto, la responsabilidad política y filosófica habitaría en poder introducirse en la complejidad de las palabras que cristalizan procesos, saber cuál es la intencionalidad de lo que se dice y por qué se dice en un contexto de eufórica normalización social, en este caso.

El perdón no es sólo una palabra, es un corte, un volitivo que lleva adherido una racionalidad política toda vez que se institucionaliza.

II

En un texto titulado El futuro pasado. Contribución a la semántica de los tiempos históricos (1991), el gran historiador alemán Reinhart Koselleck, escribe que es preciso “saber desde cuándo se ha podido emplear, de forma tan precisa, a los conceptos como índices de cambios políticos, sociales y de una cierta perspectiva histórica”. En este pasaje se asume que los conceptos que le dan el tono a procesos sociales particulares no sólo remiten a considerar al pasado como algo urgente de nombrar, sino que son palabras que nos envían hacia el futuro que, desde entonces, y a partir de la enunciación bajo la cual queda organizado un momento político, estará de alguna manera definido por ese nombramiento original.

Entonces las palabras que consignan la historia se transforman en una posibilidad, en un significante vacío sobre el cual habrá que seguir insistiendo y buscando una y otra vez nuevas significaciones.

El perdón invocado en Chile hace 33 años no se consumió en ese solo momento de urgencia transicional, sino que seguirá hoy siendo un vector determinante en la organización sociológica de un país.

Todo mediatizado por la fabulosa (en el sentido de fábula) restauración conservadora y su séquito pinochetista que en su afán de asaltar el palacio de Santiago-centro y hacerse del báculo, los veremos pidiendo perdón, asumiendo los errores, empatando la historia y desgarrándose el pecho diciendo que lo sienten y que son unos paladines súper bien entrenados en el respeto por los derechos humanos y que no tengamos miedo porque ya dejaron de creer en la tortura, la desaparición y el extermino en masa. Como sea, perdón, pedir perdón… siempre renta.

III

Toda pregunta sobre el perdón no podría estar desvinculada de los órdenes jurídicos, políticos y ciertamente éticos. Esta es la lectura hegeliana. El perdón aparece en esta línea como un cuestionamiento, como una fuerza que implica, al mismo tiempo, la potencial legitimidad o ilegitimidad de un proceso. Así, podríamos preguntarnos, siguiendo a Hegel, ¿es el perdón un derecho? O más bien ¿existiría algo así como un derecho al perdón? ¿Es posible, como se ha hecho en Chile, judicializar el perdón?

Para Hegel, en esta perspectiva, y sin poder (obvio) dar una respuesta definitiva a las preguntas anteriores, el perdón tiene un lugar reservado al interior de una suerte de dialéctica del reconocimiento. En La fenomenología del espíritu el perdón adquiere un estatus privilegiado. Se trataría entonces de que el perdón es concebido como el último eslabón del desarrollo de la conciencia y de la razón en el ámbito de la moralidad. Antes de la filosofía, entendida por Hegel como el saber absoluto, la palabra perdón viene a ocupar su plaza y es el momento principal de la igualdad con la otredad que hace renunciar a la actitud arrogante del juicio que denigra y acusa.

La reflexión hegeliana es un enorme gesto fenomenológico, pero, nos preguntamos, en el plano de la política real, de los dolores aún en curso y de los duelos todavía en espera: ¿se puede llegar a la unidad de las conciencias perdonando y olvidando el pasado? ¿Hay aquí posibilidad para la justicia, esa que jamás podría resumirse en las disposiciones del derecho? Pienso que el perdón no es una posibilidad para la conciencia sino, nuevamente, para la justicia en un sentido amplificado, extensivo e irreductible a cualquier economía jurídica.

IV

Entonces hay que tensionar el perdón; polemizar el acontecimiento y someter a examen crítico los que fueron (y los que son) los efectos de la Transición al interior de la cual el perdón mismo se gestionó como una institución política proclive a la “estabilidad”.

Se entenderá así que el perdón instrumentalizado a las necesidades de recomposición social de un país posterior a la tragedia, no tiene más destino que habitar en el ámbito del derecho y las prescripciones jurídicas. Pero –y esta es ahora la mirada de la deconstrucción con la cual me comprometo–, por el contrario, se piensa que es sólo en la órbita de lo imposible y de lo imperdonable que el perdón mismo se extiende.

En todo intento de formalizar al perdón habrá siempre una intencionalidad o una arbitrariedad. Esto nos llevará a asumir un principio que es tan filosófico como político y que nos hereda Jacques Derrida: si el perdón tiene al menos una posibilidad, ésta pertenece al ámbito de lo imposible y de lo imperdonable.

La apuesta, o al menos una de ellas, es que si recuperamos la noción del perdón derridiana, Chile tendría una chance para insistir en la búsqueda de más justicia para todas las miles de muertes y desapariciones, las mismas que fueron olvidadas en favor de un perdón político-institucional que dirigió y monitoreó nuestra salida de la infamia.

La del perdón es una historia larga, sin fin y sin remitente, pero en ella deambula una ética que nos debe estremecer de cara a los 50 años de nuestro gran naufragio.

Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad Católica del Maule.