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Martes 11, 1973: 50 años

Por: Leonardo Yáñez | Publicado: 19.07.2023
Martes 11, 1973: 50 años Carabineros afuera de La Moneda el 11 de Septiembre de 1973 | Twitter @alb0black
En el quinto y último de sus breves discursos transmitidos esa mañana en un lapso de tan solo 75 minutos, con seguridad Allende experimentó lo mismo que el pueblo chileno, lo mismo que los 2.000 estudiantes que estábamos reunidos esa maldita mañana: la sorpresa del golpe, a pesar de haber sido largamente anunciado, seguido de la inútil espera de un comportamiento digno de al menos una parte de las FF.AA. y, finalmente, la explosión de la esperanza en mil pedazos luego de confirmar la unanimidad de la barbarie.

El pasado 20 de junio un matutino de la capital, refiriéndose al fatídico golpe de Estado bajo el título “Martes 11”, ofrecía un fragmento de un libro cuyo autor analiza las cinco cortas intervenciones que realiza el presidente mártir ese día; y de entrada señala que ese “último discurso (…) contiene palabras que habrían de calar profundamente en nuestra conciencia colectiva”.

Y más adelante agrega: “La intervención es relativamente breve, pero en ella el mandatario condensa –con extraordinario talento– un instante crucial de su vida y de nuestra historia.” Y sentencia que aún no hemos “salido de un embrollo cuyos términos fueron formulados ese martes 11 de septiembre”.

No es mi propósito hacerme cargo del “embrollo” mencionado, sólo compartir mi propia reflexión de aquellas últimas palabras del Presidente mártir, que forman parte de un libro editado el 2021, “Elogio de la Intransigencia. Infancia y Dictadura”. En este caso si se trata de la experiencia y los sentimientos de un participante más de un movimiento popular, democrático y nacional de millones de chilenos, cuando recién me empinaba por los 16 años.

He aquí algunos fragmentos, cuando se cumplen los 50 años de esa luctuosa mañana, en que Allende traspasa el umbral reservado a los héroes y se instala en el Panteón de la Historia universal.

“Eran algo más de las 11:00 de la mañana y manteníamos, en contra de toda la evidencia a nuestro alcance, nuestra esperanza al tope. Dos horas antes el presidente Allende se había dirigido al país y los patriotas en lo que resultó ser su último discurso. La claridad y la determinación de sus palabras, así como la dimensión predictiva de las mismas, no dan cabida a interpretación alguna: ‘Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano…‘».

Estas demoledoras pero heroicas palabras fueron pronunciadas por el presidente a las nueve diez de la mañana, luego de cuatro cortas intervenciones anteriores, extraordinariamente orientadoras para el pueblo chileno acerca de lo que estaba ocurriendo. Fue la única información que la ciudadanía tuvo de ese tenebroso día. Fue también el último eslabón de una cadena fundida en el fuego maldito de la guerra unilateral contra el pueblo, que interrumpía violentamente un camino de construcción de una patria independiente y soberana.

La vida de todos se detenía y quedaba suspendida en el aire; comenzaba a desplegarse un libreto completamente distinto. El mensaje de Allende sería lo último que escucharíamos de un lenguaje de participación popular, democrática, solidaria, constructiva, nacional y revolucionaria. Después, ya nada sería igual: las líneas de comunicación habituales fueron eliminadas y la información partidaria reducida a cero.

Los reportes en las “cuentas” del partido y la “Jota” de la noche del 10 de septiembre ya eran historia y convertidas en información obsoleta. La última “cuenta política” entregada al pueblo chileno eran estas palabras de Allende pronunciadas poco después de las nueve de la mañana del día 11 de septiembre.

La mayoría del país probablemente supo de ellas mucho más tarde y solo como retazos transmitidos por Radio Moscú. En el caso nuestro, aun cuando las hubiéramos escuchado directamente, parados en los patios de la Escuela Electrotécnica, no habrían evitado el sentimiento íntimo de una esperanza hecha trizas reflejado en los rostros serios y trémulos de varios miles de estudiantes. Habrían contribuido seguramente a reforzar nuestra voluntad de luchar toda la vida, porque nuestra lucha era por la vida.

“Esa mañana, a las 7:55, el presidente Allende desde su puesto de combate en el Palacio de la Moneda, se dirigió al país para alertar que “un sector de la marinería” se habría levantado en contra del gobierno y la voluntad ciudadana, ante lo cual llamó a los trabajadores a ocupar sus puestos de trabajo en calma y serenamente. Agregaba que en Santiago “no se ha producido ningún movimiento extraordinario de tropas” (y el Ejército) “estaría acuartelado y normal”.

El uso del condicional representa el grado de incerteza respecto de la información existente hasta ese momento en el país y el casi nulo conocimiento de la conducta de gran parte de las fuerzas armadas patrióticas. Efectivamente el presidente indica más adelante: “tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la Patria”. A sabiendas de su ascendencia y poder de convocatoria, el presidente Allende concluye este primer discurso con una frase, aunque desconocemos con qué grado de convicción la formula: “tengo la certeza de que los soldados sabrán cumplir con su obligación”.

Hasta aquí aparentemente la maniobra desestabilizadora no es más de lo que fue el llamado “tanquetazo”, el 29 de julio. A las 8:15 nuevamente el presidente se dirige al país para informar acerca del curso de los hechos. En esta oportunidad el tono y el contenido del comunicado tienen un sesgo confirmatorio de una mera “maniobra desestabilizadora” y, por tanto, de naturaleza limitada y factible de recuperar nuevamente la normalidad alterada en el país.

Sus palabras son indicativas de “una insurrección de la Marina en la Provincia de Valparaíso”. La información circunscribe al litoral el movimiento sedicioso y luego reafirma su autoridad y mando, tranquilizando a la población, al señalar asertivamente lo siguiente: “He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista”.

Se desprende de lo anterior que el presidente: primero, está al mando del Ejército; segundo, el Ejército está en condiciones de desplazarse sin obstáculos; tercero, se trata de un “intento” golpista, y cuarto, hay dominio en número y poder de fuego frente a los sediciosos, capaz de “sofocar” su accionar.

Allende ratifica su liderazgo y transmite su decisión de permanecer en Palacio y defender la voluntad del pueblo hasta el fin de su mandato. Revela la decisión que ha tomado, quizá mucho tiempo antes, de defender con su vida la democracia y el estado de derecho. Finaliza su arenga señalando: “Las fuerzas leales, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la Patria”.

Se agrega un quinto punto a los anteriores: las “fuerzas leales” existen y, por tanto, hay esperanza cierta de sofocar la intentona. Era el final feliz propio de los cuentos de niños, que todos por momentos añoramos se produjera, incluso mucho tiempo después del día 11.

Sin embargo, solo 30 minutos más tarde, a las 8:45, el propio presidente denunciaba un estado de cosas diametralmente distinto ya: “La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas”.

Dramáticamente se fortalecía el “intento golpista” y no dejaba otra opción al Primer Mandatario: rendirse y seguir el camino definido por los golpistas, o morir con honor y dejar sellado con la afrenta de la traición antidemocrática y vende-patria la sedición militar, tal como en efecto ha sido recogida por el mundo y la historia contemporánea.

No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”. Allende lo supo desde siempre: “Yo tenía contabilizada esta posibilidad, no la ofrezco ni la facilito… (…) Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida”. Con nítida lucidez establece toda la responsabilidad en los sediciosos e insurrectos, y así lo han comprendido los pueblos del mundo entero, en todos los continentes: no interesa si fue ultimado o se suicidó, su estatura ética y moral es de un gigante planetario, convertido por sus asesinos en héroe mundial de la democracia.

El pueblo chileno y el latinoamericano lo han puesto al centro mismo de la lucha por la democracia y de los esfuerzos por construir una patria independiente, soberana y solidaria.

A las 9:03, en su cuarta intervención al pueblo de Chile, Allende dejaba en claro el verdadero despliegue totalitario: “En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen… (…) Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten”. Y por tercera o cuarta vez Allende se atrincheraba en lo único válido y perenne, a fin de cuentas, en la lucha social, la dignidad: “Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria”. Y fue capaz de llevar a un nivel superior la consecuencia entre la palabra y la acción, lugar sólo reservado a los héroes.

En el quinto y último de sus breves discursos transmitidos esa mañana en un lapso de tan solo 75 minutos, con seguridad Allende experimentó lo mismo que el pueblo chileno, lo mismo que los 2.000 estudiantes que estábamos reunidos esa maldita mañana: la sorpresa del golpe, a pesar de haber sido largamente anunciado, seguido de la inútil espera de un comportamiento digno de al menos una parte de las FF.AA. y, finalmente, la explosión de la esperanza en mil pedazos luego de confirmar la unanimidad de la barbarie. A esas alturas no había duda alguna y Allende informó así los entretelones de la conjura triunfante:

Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación… (…) El almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, (…) Mendoza, general rastrero…que también se ha autodenominado director general de Carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo… (…) La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

En aquella oportunidad señalé, y lo reitero ahora, “lo que tengo definitivamente claro es lo siguiente: Hay hombres que son imprescindibles y que luchan toda la vida: uno de ellos fue Salvador Allende. Hay hombres que son un lobo para el hombre, aun cuando se trate de sus propios hermanos, pues terminan por devorarlos si sus prebendas y riquezas están en riesgo. Solo la generación de un sujeto colectivo, fundado en sujetos individuales conscientes, críticos, independientes pero solidarios, de una ética intransigentemente humanista, cuyos emprendimientos propios sean favorables y coincidentes también con el emprendimiento colectivo, es y será la alternativa de liberación. La construcción de una sociedad liberadora exige que el sujeto colectivo domine y controle sin contrapeso a los hombres-lobo, hasta su extinción completa”.

Leonardo Yáñez
Sociólogo. Autor del libro Elogio de la intransigencia. Infancia y dictadura (2021).