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Mi golpe de Estado: Risa cruel y noche oscura

Por: Rosa Moreno Moore | Publicado: 24.07.2023
Mi golpe de Estado: Risa cruel y noche oscura Golpe de Estado – La Moneda | Twitter @carPrensaLatina
Cientos de personas buscando alguna forma de llegar a sus hogares. Casi llegando a su casa, un camión con una veintena de obreros pasa a nuestro lado y para a unos 10 metros para dejar que dos de ellos se bajen. Se reían y echaban tallas. En eso llega una patrulla militar, que les gritan a todos «Corran» y comienzan a disparar. Me quedo paralizada, dos de ellos caen y Pancho me obliga a correr para alejarnos de allí.

Nunca olvidaré, cada minuto, cada imagen de ese día. Muchos otros tienen sus propias imágenes y recuerdos, pero cada año que pasa somos menos los que podemos recordar esos días. Por eso, quiero hoy, compartir las mías.

Tenía 17 años, estaba en último año de la secundaria. Ese 11 de septiembre estaba resfriada, con un sueño intranquilo porque el día anterior una amiga, cuyo padre era militar, me dijo que el golpe sería en esos días. Temprano en la mañana, cuando ya se sabía del golpe, mi padre, de derecha, había dado la orden en la casa de que nadie me despertara ni me dejaran salir. Me despierto con el ruido de unos helicópteros, pongo la radio y escucho solo música militar hasta que encuentro en la radio Magallanes, la voz de Allende diciendo: «Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación».

Sigo escuchando sin oír ni entender lo que decía. «Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».

Llamo al teléfono de la juventud socialista de mi sector. Me atiende un chico y me dice que está solo y que lo único que sabe es que se están juntando frente al pedagógico, en Macul. Eran las 9:40, salí sin decir una palabra hacia donde me habían indicado.

La gente en las calles corría por todos lados, no había micros y se seguían escuchando aviones y helicópteros. Pasado Irarrázaval con Macul comencé a encontrarme con otras chicas y chicos, algunos los conocía, a otros no. Uno tenía una radio, donde anuncian que estaban bombardeando la Moneda. Escuchamos el comunicado de la Junta militar: «Las FF.AA. y Carabineros están unidos para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria y evitar que nuestro país siga bajo el yugo marxista». Estaba paralizada, el mundo se derrumbaba.

Me encuentro con mi compañero, Pancho, que estaba a cargo del grupo socialista. Nos dice a todos que sigamos caminando, que debemos ir a un colegio cercano donde nos llegarán las instrucciones a seguir. Éramos unos 20 estudiantes, todos secundarios, y llegamos a ese colegio. Entramos, revisaron por dónde podríamos escapar si fuera necesario, y nos sentamos a esperar las instrucciones.

En la radio, escuchamos al general Leigh diciendo: «Tenemos la certeza que la enorme mayoría del pueblo chileno está con nosotros, está dispuesta a luchar contra el marxismo, está dispuesta a extirparlo hasta las últimas consecuencias», y hacen un llamado a la ciudadanía para que delataran a personas de izquierda.

Ninguna instrucción llegó. En eso nos damos cuenta de que una patrulla de carabineros se acerca al colegio donde estábamos. Mi compañero, junto a su mejor amigo, deciden ir donde los carabineros para darnos tiempo para escapar por detrás. Había que escalar un muro de dos metros, no sé cómo logré subir y saltar. A unas 3 cuadras, por fin los vemos llegar. Los pacos los dejaron ir tratándolos de «cabros de mierda, váyanse luego».

Eran casi las 13 horas y habíamos escuchado que a partir de ese momento no podía circular nadie en las calles, toque de queda total. Decidimos irnos todos a nuestras casas. Nos vamos caminando con Pancho a la suya, que quedaba en Grecia con Salvador.

Cientos de personas buscando alguna forma de llegar a sus hogares. Casi llegando a su casa, un camión con una veintena de obreros pasa a nuestro lado y para a unos 10 metros para dejar que dos de ellos se bajen. Se reían y echaban tallas. En eso llega una patrulla militar, que les gritan a todos «Corran» y comienzan a disparar. Me quedo paralizada, dos de ellos caen y Pancho me obliga a correr para alejarnos de allí.

Llegamos sin aire. Su madre, de derecha, estaba abriendo una botella de champán para celebrar el golpe. Pancho, alterado, le dice lo que habíamos visto afuera, ella se ríe y le dice: «¿Qué esperabas?»

Llamo por teléfono a mi casa para que supieran dónde estoy, no me dicen nada. Nos quedamos en silencio, escuchando el bombardeo a poblaciones y a un centro industrial que quedaba cerca. Silencio en avenida Grecia, roto solo por el paso de camiones llenos de gente acostada, con militares apuntándoles.

Sí, Chile estaba dividido en dos. La mitad celebraba el golpe y la otra, estábamos paralizados. Muchas veces he escuchado que, si hubiera sido lo contrario, hubiéramos hecho lo mismo. Miro atrás, me veo a mí misma y sé que jamás hubiera sido lo mismo.

Sí, había algunos locos que querían llevar al paredón a los momios, pero la gran mayoría éramos como yo, éramos rebeldes, queríamos cambios, una sociedad donde todos los niños, todos los «Luchin» de cada población pudieran vivir y florecer. Jamás hubiera celebrado que mataran a gente frente a nosotros, solo por ser obreros. Jamás hubiera llamado a extirpar el cáncer de cualquier ideología.

Y llegó la noche oscura, densa, terrible. Mataron a tantos.

Al chico que estaba en la sede de la juventud socialista, a muchos de mis amigos. Torturaron e hicieron desaparecer a tantos otros. A cada uno los abrazo, aunque ya no estén, porque sé que todos ellos sentían y pensaban como yo, simplemente querían un Chile un poco más justo donde todas y todos pudiéramos tener algo que decir y vivir.

Rosa Moreno Moore
Cientista política